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viernes, 5 de octubre de 2018

Cine Polaco (LIII): Spokoj (Calma, 1976) Krysztof Kieslowski



















































Les hablaba, en la entrada anterior, de la sorpresa que me había supuesto encontrarme con un Kieslovski eminentemente político, ligado a una situación y un tiempo determinado, en vez de un cineasta contemplativo, abstracto y atemporal, como es característico de su obra final. Sin embargo, estas afirmaciones categóricas hay que matizarlas. En Kieslovski, el adjetivo político no significa el ataque de un sistema político para realizar la promoción de otro. En realidad, tengo la impresión que para Kieslovski cualquier ideología, se llamen comunismo o liberalismo, son igual de nefastas y asfixiantes. Así, una vez caído el comunismo, él habló de la censura del dinero en su país, puesto que a pesar de tener la libertad de expresarse, no se disponía de los medios para hacerlo, mientras que con la dictadura anterior acontecía lo contrario.

En verdad, lo que interesa a Kieslovski es el planteamiento de complejos dilemas morales, que se ven exacerbados en los sistemas totalitarios, caso del antiguo bloque soviético. No es que encrucijadas  no estén presentes en nuestras democracias parlamentarias liberales, todo lo contrario, pero aquí, en occidente, es más fácil mantenerse al margen o al menos pretender estarlo. Podemos adormecernos en la falsa creencia que son otros los que cometen las injusticias, mientras que nosotros nos mantenemos inmaculados, autorizados a escandalizarnos, a acusar y pedir que rueden cabezas, cuando la opresión y la discriminación surjan a la luz. Sin embargo, en las dictaduras, el poder exige al ciudadano que se defina, que elija un bando. Que se aclame con fervor y no se permanezca callado, porque su divisa es que todo el que no está conmigo está contra mí. Así se sospecha y a persigue a quien procura no involucrase. Incluso considerándole más peligroso que los enemigos declarados del régimen.

No otro es el tema de Spokoj (Calma, 1976). Su protagonista, un presidiario recién liberado de presidio, de quien no conocemos el delito que le llevó allí, intenta reconstruir su vida. Para ello, corta de manera radical con su pasado, huye a donde nadie le conoce, a un pueblo de provincias, para refugiarse  allí en un trabajo sin brillo ni riesgos, como simple albañil, en una de tantas obras de ingenieria con las que el estado polaco intentaba reactivar la economía de su país. Su única aspiración  es conseguir esa aurea mediocritas de la que hablaban los clásicos. Obtener un poco de calma, una felicidad sin pretensiones, evitando atraer sobre sí demasiada atención, la que puede llevar al odio y a las enemistades.

Un propósito que se revela inalcanzable, cuya persecución a ultranza le llevará a la catástrofe. El protagonista intenta, en todo momento, mantenerse equidistante, neutral, amigo de todos, enemigo de nadie, sin darse cuenta de que esa actitud es imposible, suicida. El mundo en el que vive se halla escindido de manera irremediable, entre los que mandan y los que obedecen, entre los que poseen un poder arbitrario y los que sólo pueden rebelarse, de manera impotente, contra su aplicación. Cualquiera que intente nadar entre dos aguas, sin comprometerse, será considerado como sospechoso por ambas partes. Soplón y delator entre los débiles, ambicioso y candidato al poder entre los fuertes. 

Y es aquí donde entra otro elemento discordante en la visión habitual que se tiene de la política en el cine. Para el pesimismo tan propio de Kieslovski, la libertad no existe o se limita a lo intranscendente. En el mundo de Spokoj todos se ven obligados elegir entre los bandos. Peor aún, dada la secuencia de acontecimientos la decisión está ya dictada, es conocida y esperada por todos.

Por ello quien se niega a aceptarla, quien se ve impedido de verla, como el protagonista, será repudiado por todos. Víctima de su ira y su venganza. Justa y justificada para ambos lados

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