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jueves, 5 de julio de 2018

Cine Polaco (XLV): La Bête (La bestia, 1975) Valerian Borowczyk

























































En entradas anteriores, les había comentado lo poco que me estaba convenciendo el paso a la imagen real del animador Valerian Borowczyk. Películas como Goto, l'Île de l'Amour (1968) o Blanche (1972) me parecen envaradas en su presentación visual , disociadas en su desarrollo narrativo, demasiado ligadas a la forma casi perfecta que este creador había aquilatado en su etapa animada. Por otra parte, una obra ya tardía como Dzieje grzechu (Historia de un pecado, 1975) se caracteriza por una frialdad expositiva que casa más bien poco con la sordidez del argumento. Incluso puede  considerarse como el inicio de esa decadencia de Borowczyk como director, que le llevó a ser considerado como mero pornógrafo remilgado, elegante a la francesa en el peor sentido de la expresión, conduciendo así al menosprecio de toda su obra posterior, rechazada en bloque.

En claro contraste, Contes Immoraux (Cuentos inmorales, 1973) me había dejado un buen sabor de boca - aunque la expresión no sea la más apropiada, dado el contexto -. En esa obra, Borowczyk parecía haber dado con la forma cinematográfica que estaba buscando en sus filmes anteriores. En concreto, una representación visual del erotismo que huyese de los clichés, las formulas, la zafiedad y la cutrez, para conseguir yuxtaponer dos mundos contrapuestos en apariencia: el sexo como puerta hacia la meditación filosófica, casi metafísica, unido a un punto de vista cercano al de una autopsia, frío, objetivo y desapasionado.  Donde fallaba esa película era en conseguir unir los diferentes episodios de los que se componía, de muy diferente interés y nivel, alguno de ellos incluso sobrando por entero

Pues bien, esa forma final que se apuntaba en Contes Immoraux se logró en La Bête (La Bestia, 1975). Ese logro que es tanto más loable, cuanto que inicialmente la película no era más que un episodio más del filme anterior,en el que se daba la vuelta a un misterioso y enigmático caso del siglo XVIII: la Bestia de Gevaudan, devoradora insaciable de niños, de tamaño monstruoso, aparentemente inmortal y ubicua, incluso de inteligencia casi humana, que le permitía burlar a sus perseguidores más avezados y encarnizados.  En la adaptación de Borowczyk, la bestia deviene un símbolo de la pasión salvaje y devoradora, la que derriba todos los obstáculos que se le oponen, utilizando para ello una violencia desaforada que le lleva a la violación de la persona deseada... aunque, en un giro inesperado, esa misma lujuria incontenible le conduce a morir de excitación y agotamiento, abatido y derrotado por quien había sido su víctima hace pocos instantes.

Separado de ese contexto, en La Bête ese episodio se torna sueño y fantasía de uno de los protagonistas, sin que por ello pierda nada de su fuerza, ni aparente ser un pegote. Es conclusión lógica, casi necesaria, de la escalada de tensiones entre los miembros de dos familias nobles, supuestamente en los años setenta. Unos aristócratas un tanto ya superados por el tiempo y la historia,  a punto del empobrecimiento - al menos los pertenecientes a una de las familias protagonistas - y para quienes un matrimonio ventajoso supone la única oportunidad para escapar a ese destino. El dinero y el poder, el ansia por obtenerlos y conservarlos, se convierten así en los motores que mueven a los personajes, dispuestos a cualquier humillación, cualquier engaño, cualquier manipulación para obtenerlos. Tanto más desesperados y extremos, tanto más urgentes y exasperadas, cuanto que esa alianza entre las familias se halla condicionada a unas condiciones caprichosas y alambicadas. Las que necesitarían una laboriosa negociación para llevarlas a buen término, un tiempo del que ya no se dispone.

La película es así la descripción de una lucha sin cuartel, en donde el sexo no es sino otra arma más, y no una de las menos poderosas. Un combate en el que los protagonistas van perdiendo paulatinamente las formas, desprendiéndose de los afeites y atavíos de la buena educación y las mejores formas, para revelar el substrato animal e inhumano, irracional e intransigente, que toda civilización se empeña en negar y ocultar, aunque sea consustancial a la naturaleza humana. No queda, por tanto, sino la lucha por la supervivencia y la reproducción, en cuyo transcurso siempre es mejor que mueran los otros antes que yo, conclusión que termina por convertirse en la divisa de alguno de sus personajes y que acaba por estallar, en todo su horror, en la conclusión final.

¿Y la bestia?  Frente a la maldad, la astucia y la doblez de los seres humanos, su violencia acaba por resultar incluso inocente e inofensiva, incapaz de rivalizar, mucho menos de vencer, las muchas malas artes de las que nos servimos las gentes civilizadas. Conclusión que no sólo se apoya en la inversión de los papeles que recorre toda la película, desde la actuación despiadada e implacable de los personajes durante su metraje, hasta la muerte de la bestia a manos de su víctima, sino que emerge también en la fascinación que otro de los personajes, la hija casadera, siente por la leyenda de su antepasada atacada y violada por la bestia legendaria. Hasta tal punto que, en el último tercio del filme, fantasea con sufrir y disfrutar ella misma ese destino, momento en que se inserta el episodio desgajado de Contes Immoraux.

Borowczyk consigue así lo que es una rara avis, tanto en su filmografía, tan interesada por el sexo y su variantes, como en las muchas repeticiones rutinarias del erotismo y la pornografía: una película donde el acto sexual, descrito en toda su crudeza, se inserta de forma natural en la trama, sin limitarse a ser decorativo, sino añadiendo significado y claves a toda la película. Sin olvidar que se huye, a partes iguales, del embellecimiento y la glorificación, para mostrar de manera turbadora la cercanía incómoda entre deseo y violencia.

Peor aún, la necesidad interior, inconfesable e irrefrenable, que tenemos de que ambos cohabiten y se simultaneen. Que se den en un mismo acto, en un mismo tiempo, con la misma persona.

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