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sábado, 15 de abril de 2017

Cine Polaco (XVI): Walkover (1965) Jerzy Skolimovski







Les comentaba, en entradas anteriores, la aparición en el cine polaco de finales de los cincuenta de directores que miraban hacia el futuro. Puede parecer un tópico manido, siempre se ha dicho de toda nueva generación, pero como medida de esta afirmación basta con ver Walkover, película dirigida en 1965 por Jerzy Skolimovski. Si películas como  Niewinni czarodzieje (Hechiceros Inocentes) de Andrej Wajda,  Ostatni Dzibi Lata (El último día del verano ) Tadeusz Konwicki o Pociag (Tren Nocturno) de Jerzy Kawalerovicz, bebían del neorrealismo tardio y del ambiente sombrio y solemne, existencialista hasta la médula, de Antonioni y Bergmann, Walkover es claramente una película de la Nouvelle Vage, imbuida del espíritu anárquico, contestatario y asimétrico de la década de los sesenta

Como las obras de  ese movimiento, Walkover intenta ser una película libre de las servidumbres del guion, una improvisación en imágenes en donde cada escena se desprenda de la anterior, sólo por medio del azar y la casualidad. Expresada así, esa forma, libre pero controlada, anárquica pero razonada, se acomodaba particularmente bien a la situación anímica de la juventud de los años sesenta, incapaz de encontrar un hueco a sus aspiraciones en la petrificación de las sociedades occidentales surgidas tras el conflicto mundial. Unas sociedades basadas en la hipocresia y en el conformismo, en felicidades y satisfacciones falsas, meras proyecciones hacia el exterior con las que protegerse frente a los demás. Tanto en los regímenes capitalistas como en los comunistas.

Esa forma libre, esa insatisfacción íntima, se expresaban en historias cuyo rasgo principal era el vagabundeo y la marginalización. Como en À bout de Souffle (Al final de la escapada, 1960) de Jean Luc Godard, el protagonista de Walkover se mueve en los márgenes de la sociedad, sobreviviendo como bien puede mediante la picaresca, siempre al borde de precipitarse en un abismo del que ya no podrá salir. Sin embargo, hay claras diferencias entre ambas obras. En la película de Godard el personaje principal no tenía pasado, más allá de pertenecer a un hampa de medio pelo, siempre existente en la sociedad francesa. Su importancia se reducía, por tanto, a la fascinación que esos ambientes marginales, supuestamente libres de normas sociales, ejercían sobre la intelectualidad francesa de aquel entonces. Por el contrario, el protagonista de Walkover iba a pertenecer a la élite de la sociedad polaca, de cuyas filas fue expulsado de manera definitiva, como si hubiera cometido un pecado original que le marcase ya para siempre.

Walkover narraría así, de forma parabólica, el fracaso del sistema comunista, conectando por tanto con el cine de la década siguiente, tan pesimista y desesperanzado, tan centrado en el fracaso de sus héroes y la aniquilación completa de cualquier tipo de esperanza a manos de una sociedad cínica y corrupta.  Sin embargo, en esas otras películas, más íntimistas, la derrota y la quiebra siempre eran personales, mientras que en esta otra obra la caída y la desgracia son colectivas. Así, el lugar donde se desarrolla la historia es precisamente un pueblo que está siendo destruido para hacer lugar a una inmensa factoría industrial y las viviendas de los obreros que la mantengan en marcha. El pasado, por tanto, debe ser eliminado radical y definitivamente para dar paso a lo nuevo, sin que nada pueda pararlo, de manera que todos aquellos que no puedan aconstumbrarse a la nueva situación deben desvanecerse también. O convertirse en fantasmas de sí mismo, repitiendo ritualmente acciones ya sin sentido alguno

Sin embargo, el futuro es cualquier cosa menos rutilante. La factoría está a medio hacer y las obras parecen no ir a ninguna parte, fuera de servir como entretenimiento, como cortina de humo. Se trata por tanto de otra mentira más del sistema, similar en su base a los engaños que el protagonista utiliza una y otra vez para sobrevivir un día más, para conseguir un poco de dinero con el que continuar hacia adelante. Mejor dicho, con el que moverse hasta otro distinto lugar para probar allí su suerte.

Un movimiento que, no obstante, es otra cosa que un nuevo engaño. Porque tanto él como nosotros, el público, sabemos que está al final de sus posibilidades, que su ingenio no le sirve ya de nada, que la catástrofe definitiva está cerca.

La suya y la del sistema en el que se ve encerrado, casi perseguido.

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