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viernes, 14 de abril de 2017

Lo que no pudo ser

Ramses Younan, Figura
La estrella del MNCARS, ahora mismo, es la exposición dedicada al Guernica, que desgraciadamente va a convertir este museo en intransitable hasta septiembre. Sin embargo, y a pesar de las dificultades de acceso, no hay que perderse otras dos exposiciones únicas que cerrarán sus puertas a finales de mayo. La retrospectiva Bruce Conner, con casi toda su obra fílmica en proyección continua, y la desconcertante Arte et Liberté: ruptura, guerra y surrealismo en Egipto (1938-1948).

Desconcertante porque nadie se esperaría una surgencia del espiritu surrealista en plena segunda guerra mundial, en una ambiente extraeuropeo colonial y dentro de una sociedad islámica. Pero ya saben que el Reina Sofía, al contrario que otras instituciones apoltronadas en su propia importancia, parece empeñado en explorar las zonas más apartadas, menos transitadas y peor conocidas del arte de vanguardia del siglo XX. Tarea más que loable, no me cansaré en repetirlo, que para los que no pasamos de aficionados curiosos ya nos ha deparado grandes sorpresas y no menores enamoramientos estéticos.


Lo subrayo de nuevo. Siempre se nos había dicho que el Surrealismo, obligado por el conflicto mundial, emigró en 1940 al otro lado del Atlántico, donde se transmutaría en el Expresionismo Abstracto que dominaría la pintura americana de los cincuenta, pero también terminaría por extinguirse. El Surrealismo quedaría así encajado en unos límites cronológicos y geográficos muy estrictos, casi asfixiantes: la Francia de los años 20 y 30 del siglo XX. Sin embargo, frente a esta delimitación esterilizante se puede arguir que el surrealismo es una de las escasas vanguardias que se han reproducido por todo el mundo en tiempos y épocas muy distintos. Hasta convertirse en un identificador del arte del siglo XX e incluso continuar en nuestro presente.

Uno de estos brotes, que no injertos foráneos, fue precisamente el movimiento Art et Liberté en Egipto. Como narra la propia exposición, un grupo de artistas más o menos jóvenes con contactos en los centros de la vanguardia europea, decidió lanzar su propia revolución estética. Esta revuelta, no obstante, no se dirigía únicamente contra lo que se consideraba un arte oficial fosilizado, adulador y conformista, copia caricaturesca de la pintura de prestigio de los salones franceses decimonónicos. En el contexto de la guerra mundial y la aparente victoria imparable de los fascismos, estos artistas proponían también un combate político, contra las estructuras anquilosadas y opresoras de la sociedad y religión tradicional.

Eran, por tanto, antifascistas, anticolonialistas, antinacionalistas, izquierdistas y, en el caso de las muchas mujeres que formaron parte de él, feministas a ultranza.

Inji Aflatoun
Su pintura es, por tanto, agria, incómoda. Desde un punto de vista técnico no busca ahondar en los mecanismos de creación automáticos tan propios de sus predecesores franceses, ni envolverse en un simbolismo críptico indescifrable que termina por devenir autismo. Su arte es, ante todo, arma de combate, que pretende mostrar la injusticia de una sociedad donde la miseria, la discriminación y la violencia, especialmente contra las mujeres, son moneda corriente. El resultado de esta labor de denuncia y concienciación debería ser, precisamente, la transformación revolucionaria de la sociedad, que obviamente debería realizarse siguiendo las líneas del marxismo.

¿El resultado? Art et liberté, como tal, no duró más allá de una década y, según traza la propia exposición, derivo posteriormente en ese mismo arte nacional y constumbrista del que tanto abjuraban. Por otra parte, el hecho de haber nacido en una región periférica, en esas colonias que Europa suponía inferiores e incapaces de progresar por sus propios medios, eliminó la presencia de este movimiento de la historia oficial de la vanguardia. Por último, en el campo político la independencia no trajo consigo la revolución popular y democrática que sus participantes anhelaban, sino una larga serie de dictaduras militares, dirigidas por los consabidos líderes providenciales - Nasser, Sadat, Mubarak - , que mantenían bajo mano de hierro a la población. Tolerando sólo aquéllo que no suponía peligro alguno para su supremacía

Al final, como sabrán, la única fuerza revolucionaria que pudo oponerse a estos regímenes dictoriales y que ha sido capaz de derribarles - aunque con la connivencia de occidente, tanto desde la derecha como desde la izquierda - ha sido el islamismo radical, en sus múltiples variantes y denominaciones, desde las aparentemente moderadas hasta las declaradamente fanáticas. Todas, sin embargo, antiizquierdistas, antiprogresistas, antifeministas, por mucho que queramos convencernos de lo contrario.

Triple derrota, por tanto, de estos idealistas de Art et liberté. Por haber sido borrados de la historia del arte, sin merecer siquiera una nota al pie o un recordatorio. Por haber perdido, como todas las elites educada e izquierdistas del mundo árabe, el tren de la revolución que ahora es conducido por sus peores enemigos, el islamismo.

Por haber sido, en fin, traicionados por un occidente que nunca los tomó en serio, que siempre los consideró inferiores, fallidos, malogrados.

Mayo, Golpes de porra



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