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jueves, 17 de febrero de 2022

En busca de Zhang Yimou (VI): Yao a yao yao dao waipo qiao (La joya de Shangai, 1995)

En la entrada anterior, les contaba como Zhang Yimou y Gong Li fueron represaliados tras el rodaje de Houzhe (Vivir, 1994), cuya visión del pasado reciente de China no había sido del agrado del Partido Comunista gobernante. Sin embargo, esa prohibición no era total: sólo afectaba a películas con financiación extranjera. Esto permitió que el tándem Yimou/Li se embarcase en una nueva producción, pensada para consumo interno y concebida como un mero producto de entretenimiento. Yao a yao yao dao waipo qiao (1995), aquí llamada La joya de Shangai, era una clara película de género y de uno muy concreto: el policiaco/gangsters, encarnado en las Triadas Chinas, parecidas a las mafias occidentales.

Yao a yao yao dao waipo anunciaba así el giro posterior del cine de Yimou hacia la comercialidad y la superficialidad, aun cuando en lo que quedaba de la década de los 90 todavía llegó a firmar algunos filmes con clara mirada crítica. No ya hacia el pasado reciente de su país, sino hacia un presente en donde los resabios comunistas del Maoísmo estaban siendo substituidos, a marchas forzadas, por un capitalismo rampante. Sin embargo, la aparente ligereza de Yao a yao yao dao waipo no supone que sea una mala película. El estilo y la pericia habitual de Yimou están bien presentes en todo su metraje, al tiempo que su historia, a pesar de contar con los tópicos habituales del cine de gánsters, podría interpretarse como una crítica contra el poder omnímodo. El mismo hace muy similares las mafias de los años 20/30 y el partido único de la China de los 90.

Lo interesante, por tanto, no es tanto el tema, sino el modo en que Yimou lo observa. Mejor dicho, la manera en que lo hace su personaje principal, puesto que Yimou adopta su punto de vista de forma estricta. Es decir, nunca se nos hará saber más información de la que el protagonista pueda conocer, al tiempo que la cámara no captará otra cosa que lo que ese personaje pueda presenciar de lo que acontece. Esa decisión es tanto más audaz cuanto que el protagonista, en esa historia, es un personaje secundario, casi terciario: acaba de llegar a la gran ciudad procedente del pueblo, desconoce el ambiente en el que caído y las reglas que lo rigen, por lo que sus acciones no tienen influencia alguno en unos conflictos dónde él no tiene cabida.

Esto implica que la cámara adoptará la mirada de quien se esconde, de quien no se atreve a destacar, por miedo a represalias. La de quien está en un posición subalterna -o periférica- y ve obstruida su visión por todo tipo de obstáculos, sin llegar a enterarse muy bien de lo qué sucede o por qué lo hace. Incluso cuando la cámara la cámara se atreva a salir de esos escondrijos, esos movimientos serán titubeantes, temerosos, expresarán el aislamiento, la desorientación de quién no sabe cómo actuar, ni dispone de los medios para ello. 

Es esa consciente decisión estética la que abre la vía a la crítica política, en contra de lo que los censores hubieran deseado. Lo que se presencia en la película es un uso arbitrario y sin contemplaciones del poder absoluto. Quien lo posee, puede hacer lo que le plazca, arruinar las existencias de inocentes -cuya única culpa era estar de paso, ver y oír lo que no debían-, acabar con las vidas que se le antoje, sin que nadie pueda venir a exigirles cuentas. Un modus operandi, el de la Mafia, desprovisto de todo romanticismo e idealización,  demasiado similar al que había sido norma durante el Maoísmo y que el nuevo sistema había adoptado sin pestañear, como única garantía de su supervivencia.

Un sistema donde los inocentes, los humillados y ofendidos, no pueden hacer otra cosa que apretar los dientes y aparentar indiferencia. Cualquier conato de rebelión sera reprimido al punto, de manera salvaje y despiadada.

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