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sábado, 13 de febrero de 2021

Tornando tus utopías económicas en desastres sociales (y I)

 

Hace unos meses, dediqué varias entradas a comentar Le capital au XXIième siècle (El capital en el siglo XXI) de Thomas Picketty. Si recuerdan, el motor de ese libro eran gráficas como la ilustrada arriba. En ellas se podía comprobar que el mundo, durante las primeras décadas del siglo XXI, había vuelto a a niveles de desigualdad económica similares a los de 1900. Una fracción cada vez más reducida de la población -la décima o centésima parte correspondiente a los ingresos más altos -acumulaba un porcentaje cada vez mayor de los ingresos nacionales. Más del 45% durante la primera década del siglo en los EE.UU., en comparación con menos de un 35% en los llamados Glorious Thirties. Durante esas tres décadas, posteriores a la Segunda Guerra Mundial, se produjo el Baby Boom, la economía de Occidente crecía con cifras de dos dígitos, al tiempo que la consideración de clase media se extendía a trabajadores que, en otros tiempos, hubieran formado parte del proletariado industrial y agrícola.

No obstante, Le capital au XXIième siècle era, ante todo, un libro técnico de economía. Árido y denso, con una larga introducción de conceptos, indicadores y fórmulas sin la cual el lego no podría orientarse a través de sus tesis. Además, de ese estudio no se seguía una propuesta de acción, sino una mera constatación: ese enconamiento reciente de las desigualdades tenía una clara fecha fundacional:1980. Coincidía con el surgimiento de la contrarrevolución conservadora, la aceptación por parte de la élite política de las teorías de Milton Friedman y el relajamiento de normativas, restricciones y presión impositiva. En contra de los fundamentos del estado de bienestar de posguerra, que realizaba una distribución de la riqueza vía impuestos progresivos elevados, se intentaba sacar partido al llamado Trickle down: si se se dejaba intocada la riqueza de los adinerados, todos nos beneficiaríamos, puesto que sus gastos e inversiones dinamizarían la economía.

Sin embargo, los datos recabados por Piketty - en ocasiones con gran dificultad, dado el celo con que esas élites económicas ocultaban sus cuentas - contaban una historia muy distinta: permitir que los ricos se quedaran con su dinero, sólo había servido para que estos se hicieran más ricos, incluso en tiempos de la Gran Recesión de 2008. Dado que las tasas de crecimiento de las economías occidentales -apenas lo justo para saldar la inflación, si eso- eran mucho menores que la tasa de acumulación de las clases superiores, esa riqueza tenía que salir de otras sectores sociales, que a su vez debían empobrecerse de forma paulatina. Las víctimas eran las clases medias del periodo 1945-1975, cada vez más reducidas y en mayor peligro de pauperización, lo que podía explicar el giro hacía populismos, esencialismos, nacionalismos y racismos que se inició a lo largo de la década de 2010.

Estoy adelantando conclusiones. Lo importante es que, tras ese análisis exhaustivo de la evolución económica en el periodo 1900-2010, Piketty señalaba haber encontrado una correlación entre diferentes indicadores económicos: el crecimiento sostenido de 1954-1975, con su reducción de las desigualdades, correlaba muy bien con unas tasas altas de impuestos para ingresos y capitales altos, así como un papel importante del estado en las economías nacionales -incluso en los EEEU-, mientras que a partir de 1980 se invertían por completo. Y no sólo en Occidente. Si se extendía el estudio a un marco mundial se observaba que ese fenómeno tenía lugar en todos los continentes, sin importar el modelo económico del que procedieran. Era más acusado en las economías emergentes -India y China- y mucho menos en Europa, signo de su creciente falta de peso específico en la vida económica mundial.

 

Esta última gráfica procede ya del segundo libro de Piketty: Capital et idéologie (Capital e ideología). Se trata de una obra muy ambiciosa, ya que Piketty se propone dos objetivos primordiales. Primero trazar una historia económica mundial, desde los primeros estados hasta 2020, con hincapié en la estructuración de sus sistemas impositivos, así como los efectos que estos tuvieron sobre la vida económica y la desigualdad. En segundo lugar, proponer soluciones al callejón sin salida en que el neoliberalismo de 1980 parece haber sumido al mundo, resumido en tres características: precariedad de sectores crecientes de la población, estado permanente de crisis económica, inestabilidad política.

¿Callejón sin salida? Esa definición puede parecer muy cargada de connotaciones ideológicas, pero ese es precisamente el objetivo del libro: señalar como ideología y economía son inseparables. La economía suele considerarse a sí misma como una ciencia exacta, mera observación de un orden natural del que se determinan sus leyes para predecir así su comportamiento. Sin embargo, el hecho de que hayan existido diferentes sistemas económicos a lo largo de la historia debería prevenirnos contra esa conclusión. En gran medida, las leyes económicas son descripción del entorno que las genera y éste suele ser producto de posicionamientos ideológicos. Unos fundamentos, además, que las sociedades tienden a perpetuar, considerando cualquier modificación como herejía, cuando no tabú, al tiempo que generan alambicadas justificaciones racional del status quo.

Se construye así un círculo vicioso en el que los fallos del sistema no se achacan a defectos estructurales, sino a que sus tesis no se han llevado a su perfección, plasmando un ideal elusivo sublimado en artículo de fe. Resulta irónico que en esa conclusión coinciden tanto los comunistas convencidos como los neoliberales, que ante cualquier crisis o fracaso piden una mayor radicalización, sin ver otra solución a los problemas. Tanto peor cuando en nuestro presente ya no existen opciones fuera del capitalismo exacerbado, al tiempo que una nueva generación ha crecido sin recuerdo de que podían existir otros mundos posibles. No ya el absurdo del comunismo ortodoxo al modo soviético o maoísta, sino ese capitalismo con riendas de los Glorious Thirty.

Es necesario, por tanto, un cambio, puesto que los datos no mienten. Como se puede ver abajo, en los últimos 40 años un 25% del crecimiento ha ido a las arcas del 1% más rico, mientras el 50% más pobre sólo se quedó con un 12%. El resto, más o menos, ha quedado como estaba, si no ha perdido poder adquisitivo. La situación es aún más dramática si consideramos que ese 12% de crecimiento está en los países emergentes, en donde se están construyendo nuevas élites, de las que algunas ya han dado el salto al 1% de grandes ricos mundiales. En los países desarrollados, por el contrario, la clase media está retrocediendo frente a sus élites, en una clara reversión de lo ocurrido durante los Glorious Thirty.

Así que, ¿qué hacer? Creo que pueden adelantar la conclusión de Piketty, pero antes merece la pena realizar el viaje que este autor propone por la historia de los sistemas impositivos y sus justificaciones ideológicas.

 


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