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domingo, 14 de febrero de 2021

Animación, cine mudo y política

Me he llevado una gran sorpresa con O Menino e o Mundo (El niño y el mundo), film de animación dirigido en 2013 por Alê Abreu. Lo que comenzaba como una película preciosista, trasunto de la visión arrobada del niño protagonista, se transformaba, a mitad de metraje, en una sátira política: denuncia el capitalismo explotador de nuestro presente, la uniformización cultural propiciada por la globalización, así como la pervivencia de las dominación colonial que el mundo desarrollado ejerce sobre el llamado tercer mundo.

Desde el primer momento, me fascinó la belleza formal de este filme. No en el sentido de reproducir de forma fotográfica la realidad -mi mayor y único pero hacia la 3D- sino por utilizar la flexibilidad metamórfica de lo dibujado, la 2D, para crear una imagen simbólica del mundo, construida sobre las cimientos de las vanguardias del siglo XX, ya sea en su versión alta cultura, rupturista y formalista, o arte popular, como el cine y el cómic. Formalismo que corre el peligro de caer en el esteticismo -es lo que disgustaba de la película al principio-, pero que se ve compensado por dos factores esenciales: el silencio y el compromiso.
 
Por silencio, me refiero a su confianza absoluta en las imágenes, a las que supone con la suficiente entidad para que narren la historia por si sola. No se trata de una exageración, la animación es uno de los pocos géneros -o formas- de la cinematografía donde el cine mudo ha continuado su evolución estética y formal. O Menino e o Mundo es una película muda, con música incidental y ruido ambiental, pero donde la palabra no juega ningún papel esencial. El espectador debe descifrarla por sin otra guía que las propias imágenes, que deben ser explícitas, tornarse símbolos, leit-motivs, yuxtaponerse, fundirse y oponerse mediante las armas del montaje, casi al estilo postulado por los cineastas soviéticos de los años 20.

Por compromiso, me refiero a su clara intencionalidad política, que no se refugia en cómodas equidistancias, sino que elige bando. No de forma burda, sino gradual, en una transición que tiene mucho de inexorable y natural. A medida que avanza el metraje se va construyendo una oposición irresoluble. Por un lado, un mundo preindustrial, en donde reina la naturaleza y que ofrece un amplio espacio a la creatividad, la libertad, el color y la felicidad. Por el otro, un mundo moderno, tecnificado, orientado a la producción, estandarizado en todas sus manifestaciones. Un nuevo sistema global que se impone de modo paulatino, a medida que va alcanzando los confines del mundo, sobre todos los seres humanos. 
 
Dominación que exige conformidad, que sólo puede hacerse realidad por medios represivos. Nuevo orden donde el ser humano es insignificante, mero engranaje en una maquinaria, prescindible en cuanto ésta alcance un nuevo nivel de perfección. Sistema en lo que lo único irrenunciable es que se mantenga en funcionamiento un ciclo sin fin: el que extrae las materias primas de los países subsdesarrollados hacia los países ricos, para que éstos hagan negocio con los productos manufacturados.

Un denso contenido político, que podría parecer un  tanto forzado, incompatible con una obra de animación, pero que es más habitual de lo que se pudiera pensar. De hecho, O Menino e o Mundo tiene claras concomitancias con la obra de Raoul Servais, con Chromophobia (Cromofobia, 1966), Sirene (Sirena, 1968) o To Speak or Not to Speak (Hablar o no hablar, 1970) de los que toma ideas, elementos y soluciones.

Film por tanto que aúna lo mejor de una corriente estética tan antigua como la propia animación: la que aúna el máximo compromiso político con un rigor estético extremo.

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