Los primeros conquistadores (y el propio Cristóbal Colón) buscaban sacar provecho del descubrimiento; para explorar las minas y el suelo, necesitaban mano de obra. Isabel la Católica prohíbe la esclavitud de los indios, exige que sean considerados como súbditos libres de la Corona, jurídicamente iguales a los españoles. Los colonos sortea ese problema: se llega al trabajo forzado, a los «repartimientos» justificados por la necesidad de explotar el suelo y el subsuelo y por el rechazo de los indios a convertirse en asalariados. Esto provoca numerosos abusos, contra los que toman posición, sobre todo, los dominicos de Santo Domingo. De ahí las leyes de Burgos (1512-1513): se reglamenta la encomienda para limitar los abusos, pero, de resultas de ello, se da fuerza legal a las prácticas cotidianas.
En teoría, la encomienda se esfuerza en conciliar tres objetivos:
1º El estatuto jurídico del indio, un súbdito libre de los reyes de Espala. El indio encomendado no es jurídicamente un esclavo, el encomendero no es un señor jurisdiccional, tal como existe en España. La encomienda tampoco implica la propiedad del suelo, no es lo mismo que la hacienda.
2º El propósito de la colonización: la evangelización, de la que están encargados los encomenderos.
3º Los imperativos económicos: las prestaciones que los indios encomendados deben a los encomenderos. La encomienda es un poder delegado por la Corona a los colonos, autorizados a percibir tributos y a utilizar la fuerza de trabajo de los indios.
En realidad, las leyes de Burgos no solucionaron nada. Consagraron de derecho una institución de hecho; legalizaron el trabajo forzado, pero los abusos siguen siendo los mismos. Es en este contexto donde hay que situar la acción de Las Casa.
Joseph Pérez. Mitos y tópicos de la historia de España y América.
En una entrada anterior, les comentaba la visión distorsionada de la historia que está intentando imponer la derecha española renacida. El problema no es tanto su intencionalidad política, sino su confianza absoluta en mitos que no tienen fundamento histórico. Se trata de espejismos que, por su sencillez, tienen un gran poder de convicción, pero que nos hurtan la complejidad esencial de todo proceso histórico. Esas luces y sombras consustanciales a todo hecho pasado, que impiden un fácil juicio moral, pero que, a cambio, nos sirven para estudiar con más atención ese tiempo y sus repercusiones. A contemplar, ademas, con las mismas precauciones y distanciamiento nuestro presente, donde no hay explicaciones simples y sencillas, sino infinidad de facetas. La razón puede que no esté de nuestra parte, que estemos equivocados y confundidos, como le acontecía a la gente del pasado.
Como reacción, han aparecido obras de historiadores -de auténticos historiadores- que intentan despejar esos mitos, mostrando como no obedecen a los hechos a los que remiten, sino a reelaboraciones interesadas posteriores. Por ejemplo, la esencialidad de una nación española existente desde la prehistoria, un mito que tiene mucho de las historias de padres fundadores mitológicos del medievo y la edad moderna, caso del Túbal de la Biblia, de quien se decía que había sido el primer poblador de la península; pero que luego fueron reutilizadas durante la fiebre nacionalista del siglo XIX, cuando se buscaba crear células estatales estancas que pudiesen ser diferenciadas basándose en lengua, religión e historia comunes.
Sin embargo, la tensión actual ha llegado a tal extremo, que libros en apariencia inocentes y neutrales han sido desplazados hasta hacerlos coincidir con uno de los bandos del debate. Tal es el caso de este Mitos y tópicos de la historia de España y América, del hispanista Joseph Pérez, recientemente fallecido. En origen, sólo se proponía aclarar una serie de ideas preconcebidas que todos tenemos sobre el Imperio Español y la expansión por tierras de América, sin pretender ser una obra polémica, mucho menos una de combate. Cosas que, por desgracia, ha acabado siendo, puesto que sus conclusiones se oponen frontalmente a las de esa nueva derecha.