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sábado, 11 de mayo de 2019

Inocencias (III)
















































Los animes de los años 70, de cuando esta escuela de la animación se hizo visible al mundo occidental por vez primera, son atractivos por su ingenuidad e inocencia. Sus historias son melodramáticas y grandilocuentes, abundan en incoherencias, inverosimilitudes y contradicciones, pero son bastante atractivas. Incluso llegan a ser fascinantes, como ocurre con las dos obras mayores que les comenté en semanas anteriores: la Galaxy Express 999 de 1979 y su continuación Adieu de 1981, ambas con diseños e historia de Leiji Matsumoto y dirección de Rintaro.

En ese atractivo juega un gran papel la nostalgia, aunque quizás no tanto como pueda pensarse. Para mí, contemplar esas películas supone retornar a un mundo en el que viví, pero que ya no es el que habito. Se ha desplazado a esa misma región crepuscular en la que se mezclan, sin ordenación temporal, las diferentes épocas históricas. Así me es posible contemplarlo, de manera simultánea, con desapego y escepticismo, mezclado con admiración e involucración. Gran parte de los que veo me parece absurdo, cuando no ridículo, sin sentido dramático ni lógica, pero esta repulsa no evita que admire el cuidado y el cariño con el que están realizados. Acabo por dejar de prestar atención a la narración, para fijarme en exclusiva en la verdad interpretativa con que se han reproducido los movimientos de los personajes, así como los detalles intricados de paisajes y ciudades inacabables. Lugares que quisiéramos explorar en profundidad, pero que sólo se nos muestran de refilón, de pasada.

Se podría calificar el anime de esa época como un arte más simple, el apropiado para épocas mucho más sencillas y candorosos, sino fuera porque esa apreciación es un espejismo nostálgico. Los tiempos de la guerra fría, en concreto esos años setenta desengaños, encarpetados entre hippies y yuppies, no se hacían muchas ilusiones sobre el futuro de la sociedad, casi no albergaban ninguna esperanza. Además otras producciones animadas de ese mismo, como la muy famosa Il étáit un fois... l'homme (Érase una vez el hombre, 1978, Albert Barille), eran política en imágenes.de un extremo a otro. Incluso en el anime, desde Mobile Suit Gundam (1979, Yoshiyuki Tomino), se inició una larga serie de obras distópicas y pesimistas que alcanzaría su cumbre con Akira (1988, Katsuhiro Otomo).

La immensa obra de Matsumoto, a la que pertenece Galaxy Express, El capitán Harlock y los diferentes Space Battleship Yamato, se encuentran en una posición anterior a las vías que exploraría Gundam y el anime de los 80. Es cierto que aparecen multitud de elementos políticos y filosóficos, entre los que destacan las guerras coloniales de ocupación, el genocidio por razones raciales y políticas o serias dudas ante la tecnificación de la sociedad, que podría relegar el ser humano a un puesto de antigualla. Sin embargo, estos temas aún candentes están filtrados con el prisma de la fantasía, de manera que se permiten todo tipo de inverosimilitudes, inexactitudes e imposibilidades.

Características bien visibles en Waga Seishun no Arukadia (La arcadia de mi juventud, 1982) de Tomoharu Katsumata, en la que se mezclan  elementos claramente políticos con otros de melodrama desmadrado. Ocurre así que el planeta Tierra se halla bajo una ocupación militar, ante la que los terrestres se dividen entre colaboradores y resistentes, siendo ésta alentada por las emisiones secretas de una tal Maya. Espíritu de rebeldía  que acaba encarnado en la tripulación de piratas a las órdenes del capitán Harlock. Base temática que se ve rebajada, en sus pretensiones, tanto por un heroísmo y una caballerosidad transnochada o una fascinación por las potencias del Eje, como por continúas inconsistencias de guion, En concreto, por giros inexplicables que sólo se justifican por la necesidad de mantener la historia en marcha, puesto que su resolución lógica llevaría a la muerte de los protagonistas.

Y sin embargo, para mi sorpresa, se sostiene. Incluso cuando se repara en que el universo de Matsumoto consiste de varios paralelos, puesto que la tierra en la que comienza Galaxy Express 999 no puede ser la misma tierra en la que se desarrolla Harlock. Y si se tiene en pie, entera, es por un pequeño milagro, producto de esa ingenuidad del anime de los años setenta a la que me refería el principio. A pesar de la inconsistencia de los argumentos, la fragilidad de las motivaciones, la conveniencia de los giros argumentales, el acabado estético y técnico es irreprochable. Se acaba viendo la película, y además con gran interés, sólo por ver cómo se solucionan de forma visual los retos narativos que la propia historia se pone a así misma.

Retos que, no se olvide, en aquella época debían afrontarse sin ayuda del ordenador. Confiando en la habilidad, la pericia y el instinto de los animadores. 

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