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sábado, 4 de mayo de 2019

Fatalismos y necesidades históricas

There was no need for massive conversions at large evangelistic rallies. We have almost no record of  full-time evangelist after the days of Paul, or missionaries or organized missions of any kind. People converted because they knew other people who were Christian -- people connected to them in their daily lives, member of their families, friends, neighbours, coworkers. Many Christians were quite happy to talk about their new faith, about their great miracles that have been worked by and for those who believed, the divine power that was more readily available to those who worshipped the Christian god than anyone who worshipped any other divine being. The Christians proved convincing. Not massively, just occasionally. That is all it took.

Bart D. Ehrman, The Triumph of Christianity

No había necesidad de conversiones masivas o de grandes reuniones religiosas. No tenemos casi ningún registro referente a apóstoles tras el tiempo de Pablo, de misioneros o de misiones organizadas de ningún tipo. Las personas se convertían porque conocían a otras personas que eran cristianas - personas con las que tenían contacto en su vida diaria, miembros de sus familías, amigos,vecinos, compañeros de trabajo. Muchos cristianos se sentían contentos de hablar de su nueva fe, de los grandes milagros que se habían obrado por y para aquéllos que creían, del poder divino que estaba más a la disposición de aquéllos que adoraban al dios cristiano que los que lo preferían a otros dioses. Los cristianos se mostraron convincente. No de manera continua, sólo en ocasiones. Bastó con eso.

Como sabrán, el problema histórico por excelencia en la cultura occidental es el de la caída del Imperio Romano, que a demasiados les parece inexplicable. Sin embargo, lo que sí sería un enigma es que ese imperio no se hubiese desplomado y continuase existiendo. Hasta ahora, todos los imperios conocidos han acabado por derrumbarse, sin que exista esa obsesión similar por averiguar sus causas, sino aceptándolo como un hecho normal, casi una ley de vida. De hecho, se puede decir que es así, que llega un tiempo en que todo imperio se hace demasiado grande para sus recursos y su métodos de gobierno, lo que le lleva a detener su expansión y comenzar a perder provincias periféricas, al mismo tiempo que se anquilosa en las soluciones que tuvieron éxito en el pasado, tornándose incapaz de afrontar los nuevos problemas que trae el futuro. Ya sea en forma de catástrofe ecológica, disensiones internas o invasiones externas.

En realidad, en la historia del Imperio Romano existe otro problema fundamental: cómo acabó convertido en Imperio Cristiano, desplazando el paganismo politeista en el que había crecido y desarrolado, todo ello un poco antes del año 400, justo antes del desmoronamiento de su parte occidental. Gran parte de ese desinterés se debe, como es habítual, a que la historia la acabaron escribiendo los triunfadores cristianos, no los perderdores paganos. Para los cristianos, el Imperio Cristiano era una necesidad histórica, parte integrante del plan de Dios, quien había creado el Imperio Romano como receptáculo para que se manifestase y creciese en su interior la religión verdadera, que habría de extenderse luego a las cuatro esquinas del mundo.


Por supuesto, desde un punto de vista histórico, eso no tiene sentido alguno. Sin embargo, cuando se empezaron a proponer visiones alternativas, ya en el siglo XVIII con  la ilustración, se vieron contaminadas por ese mismo fantasma, sólo que de manera inversa, atribuyéndola a factores y consideraciones coyunturales. La ascensión y victoria del cristianismo no era inevitable en absoluto, ya que a principios del siglo III sólo contaba como mucho con un 10% de la población del Imperio, siendo más probable un 6-7%. No era una mayoría, ni mucho menos, sin contar que las persecuciones de principios de ese siglo, finales del anterior, la habían puesto en claro peligro de ser erradicada. Algo que no ocurrió por la falta de organismos imperiales para llevarla a cabo de manera eficaz, además de una intermitencia en su aplicación que impidió que tuvieran efectos duraderos. 

El factor decisivo en el triunfo del cristianismo habría sido así achacable a un sólo hecho y un sólo hombre: La conversión del emperador Constantino a principios del siglo III,  Desde ese momento, todos los emperadores fueron cristianos, con la salvedad de su descendiente Juliano, de manera que la nueva religión habría contado con un estable y sólido patronazgo imperial. Las conversión se habría disparado en el siglo III, por meras razones políticas, dada la preferencia que ser cristiano habría representado en los ámbitos oficiales, hasta desembocar en el edicto de Teodosio, a finales del siglo IV, que declaraba el cristianismo religión única del imperio.

¿Fue así? Es cierto que el incremento exponencial en el número de fieles cristianos es un fenómeno del siglo III. Hasta entonces, Roma había permanecido ciega ante el fenómeno cristiano, sin prestarle mucha atención hasta la segunda mitad del siglo III, y en especial en las últimas décadas del mismo, que es cuando se producen esas primeras persecuciones masivas. En realidad, las primeras menciones a los cristianos, en las fuentes romanas, aparecen hacia el año 100, cuando Tácito, Plinio y Suetonio los mencionan de pasada, como una curiosidad o un problema de orden menor. El primer panfleto anticristiano, el de Celso, es de mediados del siglo II, mientras que las primeras polémicas entre paganos y cristianos son ya del siglo III, como ocurre con Plotino. Las intervenciones oficiales, como ya les he indicado, son una cuestión de finales de ese  mismo siglo, sin lanzarse con el rigor que hubiera permitido acabar con los cristianos.

El cristianismo, dentro del mundo romano, y hasta la fecha del 250, es básicamente una religión más, de las muchas que había en el Imperio, sin merecer la atención de las autoridades, salvo en ocasiones muy particulares en las que se producía un choque con las leyes. Conflictos, por otra parte, que se resolvían de manera local, sin extenderse a otras zonas, y que solían quedar restringidos a unos pocos individuos, a quienes se condenaba de forma aislada. Este desentendimiento por los problemas religiosos era habitual en el orbe romano, que no se preocupaba por la religión a menos que está llevase a la rebelión política o atentase contra los fundamentos del poder, pero apunta también en otra dirección, que es la que constituye la tesis de Ehrman.

Si el Imperio no se preocupaba por los cristianos es porque estos eran muy pocos. Según la estimación de este autor, el cristianismo no llegó a superar la cifra de 100.000 fieles hasta el año 200, mientras que para contar con unos pocos millones tuvo que esperar al año 300. Esto se debía a que el cristianismo no se propagaba por medios públicos o masivos, que hubieran llamado la atención de las autoridades, sino de forma informal, siguiendo las redes de contactos y amistades cercanos que se establecen entre los miembros de una sociedad. Bastaba con que un cristiano convenciese a un par de amigos, un cónyuge al otro, un hermano a su hermana o viceversa, para que el cristianismo creciese de forma continuada.  Con unas tasas anuales que pueden parecer astronómicas, del 30% por década, pero que en realidad se reducen a dos conversiones con éxito en toda la vida de un cristiano.

Hay, además, otros factores que ayudaban a consolidar ese crecimiento. Por una parte, esas conversiones, aunque personales, no se producían en solitario. Si se trataba de un pater familias era inevitable que se trajese consigo a toda su familía, más sus esclavos, si era pudiente. Por otra, parte, no había un movimiento de reflujo del cristianismo al paganismo que redujese el número de cristianos. En primer lugar, porque el paganismo no era una religión, como tal, sino una etiqueta que indicaba que se adoraba a un dios o unos dioses de una multiplicidad ilimitada de deidades, que para el creyente eran igual de sagradas y venerables. No había una exclusividad que restringiese qué o cómo se rendía culto, o que impidiese venerar un dios cuando se había escogido otro. Característica que, por el contrario, era un factor identitario para los cristianos, de forma que una vez dado ese paso, el de convertirse, no se concibiese ni se permitiese una vuelta atrás.

El número de cristianos crecía siempre, por tanto, mientras que el de paganos decrecía inexorable. Variaciones infinitesimales al principio, cuando a pesar de la elevada tasa de crecimiento, la exigua población cristiana sólo permitía crecimientos absolutos mínimos, pero exponenciales una vez que se alcanzaba la raya del millón, en el entorno del año 300. En ese sentido, a menos que el Imperio Romano se hubiera propuesta desarraigar por completo el cristianismo, tarea para la que no tenía los medios ni la voluntad, dada su larga tradición de tolerancia, y que en todo caso  emprendió demasiado tarde, el cristianismo se habría tornado mayoritario hacia el año 400. En ese contexto, la conversión de Constantino no fue un catalizador, aunque si un espaldarazo. 

Desde ese momento los cristianos ya no tendrían miedo a ser perseguidos. Sabrían además, que el estado estaba con ellos, lo que les daba una ventaja que era decisiva. La libertada, además, para empezar a perseguir a los paganos a finales del siglo IV. Pero de esto ya les he hablado en otra ocasión.

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