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jueves, 21 de marzo de 2019

Historia(s) de España (VI)

El tipo social de mayor importancia histórica fue, sin embargo, el denominado baquiano, que comenzó como cazador de esclavos. La gran demanda de mano de obra indígena, la licencia para capturar caribes antropófagos, el permiso para transportar indios desde las Lucayas a la Española, unido todo ello al pretexto de la guerra justa, contribuyó a la proliferación del cazador de esclavos otorgándole el carácter de un verdadero profesional. Marineros pobres, mineros fracasados, aventureros sin escrúpulos y toda clase de gente que aspiraba a ganar dinero fácil y con rapidez, organizaron compañas o compañías para conducir a los placeres de oro a esclavos indios, vendidos cada vez a mayor precio sin hacer preguntas sobre su origen. Esas cacerías, llamadas entradas, conquistas o - como en la frontera medieval - cabalgadas, fracasaron en las Pequeñas Antillas y en algunos tramos de la costa de Tierra Firme, donde los caribes las rechazaron con éxito, pero dieron buen resultado en otros lugares. Las compañas, financiadas por los empresarios de Santo Domingo, se formaron para explorar, rescatar esclavos o mercancías, o bien cualquier otra actividad legal, y eso hicieron no pocas veces con bien resultado. Sin embargo, en caso de que no ocurriese así y las deudas y los gastos se acumularan, siempre quedaba el recurso de acudir a zonas densamente pobladas por indios pacíficos, capturarlos, llevarlos a cualquier campamento minero y venderlos como esclavos bajo la pretensión de que se habían obtenido en guerra justa. Una cadena de intereses se forjó entre los cazadores de esclavos, los empresarios que los financiaban, los mineros que precisaban mano de obra barata, los funcionarios del rey en la colonia, que no eran inmunes al provecho ilícito y aun al soborno, y finalmente algunos encomenderos absentistas que desde Sevilla y la corte se beneficiaban del sistema y procuraban tender un tupido velo de silencio sobre estos asuntos.

Con el tiempo, hasta los indios más pacíficos se convirtieron en luchadores decididos. Las compañas hubieron de organizarse militarmente, sus tácticas siguieron de cerca el modelo de las cabalgadas medievales de musulmanes y cristianos. Cuando la experiencia de estos cazadores comenzó a neutralizar la ventaja inicial que los indios tuvieron para su defensa como conocedores del terreno, las cabalgadas hicieron uso devastador de su superioridad técnica sobre los nativos, el caballo les proporcionó velocidad y un gran radio de acción; el perro pastor bien entrenado les ayudó a evitar emboscadas, a seguir el rastro de los indios y a aterrorizarlos; la espada y otras armas de acero superaban a las flechas, dardos y macanas de piedra o de madera de los indígenas. Las armas de fuego, escasas, caras y pronto oxidadas en el trópico apenas se usaron. Por idéntica razón, las armas defensivas se aligeraron y adaptaron al clima y a las armas de los nativos: escudos de madera y cuero, corazas de cuero rellenas de algodón, etc..

Guillermo Céspedes del Castillo, América Hispana, Tomo VI de la Historia de España dirigida por Tuñón de Lara.

Ya les he señalado en múltiples ocasiones mi disgusto con la Historia de España que Tuñón de Lara dirigió a finales de los 70, principios de los 80. Los diferentes tomos no acaban de cuajar, sin pasar de mera una colección de extensos artículos recopilados para la ocasión. No ayuda que bastantes de estos tomos sean colaboración entre varios autores, sin que se haya cuidado el revisar los contenidos para que cuadren los unos con los otros, de forma que resulta imposible obtener una visión unitaria del periodo en estudio. Añádanse unas cuantas malas decisiones de partición cronológica y geográfica, que separan de manera estanca los diferentes elementos en liza y relación de la España antigua y medieval; o la tendencia a no explicar, ni siquiera con notas, las muchas citas y referencias obscuras que atiborran el texto, defecto tanto peor cuando se publicó en una época sin internet, en la que era casi imposible obtener esa información externa. Bueno, sí, pero tras arduas búsquedas bibliográficas.

El resultado es una obra desequilibrada, árida, en la que aquí y allá se pueden encontrar tesoros, pero tan aislados y tan difíciles de predecir que casi no merece la pena buscarlos. Salvo en dos ocasiones, curiosamente tomos que estuvieron a cargo de un único estudioso, lo que sirvió para dotarles de esa unidad y coherencia que en otros volúmenes brilla por su ausencia. El primero, dedicado a la España Musulmana, ya lo comenté hace unos cuantas semanas. El segundo, dedicado a la América Hispana, es un ejemplo de como hay que narrar la historia, próximo, en más de un aspecto, a esas historias globales y universales que se han puesto de moda en las últimas décadas. 

Aunque tiene el defecto de no adentrarse en detalle en los hechos concretos, como la historia de la conquista, las luchas entre los conquistadores, las rebeliones indígenas o el complejo de guerras de Independencia, Guillermo Céspedes, su autor, realiza una magnífica labor a la hora de narrar todo lo demás. Un "todo lo demás" que se compone de los fundamentos tecnociéntificos que facilitaron la conquista; las múltiples modalidades en que ésta pudo haberse plasmado y no lo fue, tanto por la acción de los propios conquistadores como la de la corona; la compleja estructuración socioeconómica de las tierras conquistadas, girando alrededor de unas pocas fuentes de recursos, ya fueran los metales preciosos o la riqueza agropecuaria; o las intromisiones de la corona en la vida económica de las colonias, que impidió una imbricación de las mismas en un area multicontinental que uniese las Filipinas, Perú y Méjico, para, por el contrarios, separarlas en entidades aisladas y estancas, dependientes artificialmente de la metrópoli. Prefigurando, en especial tras las reformas ilustradas del siglo XVIII, los estados independientes del XIX.



Con todo lo anterior, ya sería un libro notable, más aun si se tiene en cuenta que muchas de sus conclusiones coinciden con las de otros historiadores insignes, como es el caso de John Lynch, en los tomos que escribió para la historia de España dirigida por él mismo. Sin embargo, en estos tiempos, lo que cuenta Céspedes puede que haya cobrado una importancia aún mayor. Simplemente porque ahora se ha puesto de moda recuperar la exaltación del Imperio Ultramarino. Matizada y disfrazada de nacionalismo moderno liberal, pero no muy diferente del rancio autobombo franquista, - o  a los postulados del imperialismo racista decimonónico - según la cual los españoles habríamos llevado los beneficios de la civilización - lengua, imprentas, universidades y religión verdadera - a unos indígenas inocentes que vivían sumidos en la ignorancia y la barbarie. Acción civilizadora por la que todos los países deberían admirarlos y alabarlos, más aun por haberse realizado con humanidad y respecto, sin exterminar ni sojuzgar a esos pueblos descubiertos, sino protegiéndolos y educándolos, como se hace con los niños.

El cúmulo de medias verdades, malentendidos y distorsiones interesadas que se esconde tras esas medias verdades es inmenso y llevaría tomos enteros despejarlos. Citemos sólo unos pocos. Es frecuente hablar de las Leyes de Indias, promulgadas por la corona española, como ejemplo de la humanidad y la filantropía de la corona. Se suele olvidar que la fecha en que se publican estas leyes es 1542, cuando la conquista ya se ha efectuado en su mayor parte, y que el interés de la corona en ellas no es tanto la protección legal de los indios - reconocidos, es cierto, como súbditos de pleno derecho de la corona - sino el recorte de los privilegios de los conquistadores, con vistas a evitar la constitución de una nueva nobleza feudal en América. Se elimina así el régimen de encomienda, que reducía a los indios al nivel de siervos feudales, para asimilarlos a lo que podían ser jornaleros o trabajadores libres.

No obstante, esto no quiere decir que no se siguiese recabando el trabajo forzoso de las poblaciones indígenas, sólo que se hacía de otras maneras más indirectas, de inhumanidad legalizada. En Perú, por ejemplo, el sistema de la Mita, heredado del Imperio Inca, servía para surtir de trabajadores a las minas del Potosí, donde la dureza de las condiciones les hacía morir como moscas. Como resultado, la Mita se fue extendiendo a regiones cada vez más lejanas, creando una zona creciente de despoblación frente a la que los caciques indígenas, encargados de reclutar a los trabajadores, respondían de manera muy diversa para preservar a sus comunidades, ya fuera mediante sobornos que permitieran a sus poblados librarse de esa condena a muerte o pasando la responsabilidad a otros asentamientos más débiles. Entre los reclutados, o prestos a ser reclutados, por otra parte, la huida se convirtió en habitual, lo que llevó al crecimiento desenfrenado de los núcleos urbanos del Perú.

No hay que olvidar, por otra parte, el hecho que apuntaba ya antes. 1542 es una fecha muy tardía para una legislación destinada a la protección de los indios. Para entonces, las enfermedades traídas por los conquistadores habían provocado el desmoronamiento de las sociedades indígenas, sus riquezas saqueadas y los indios obligados a trabajar sin descanso para los nuevos amos castellanos. Como resultado, incluyendo las guerras, la población descendió en picado, dándose cifras de entre un 50 y un 80 por ciento de merma. Se atribuya la culpa a quien se atribuya, la conquista fue una catástrofe humana sin paliativos, de la que América tardaría mucho en recuperarse. En términos demográficos, claro, porque en términos culturales las sociedades precolombinas fueron barridas por completo. Expulsadas a los lugares de difícil acceso, donde a duras penas consiguieron mantenerse, o reducidas a la clandestinidad, como en el Yucatán o en Bolivia, reductos donde ciertas tradiciones perduraron, disfrazadas con elementos cristianos.

Por descontado, los españoles no los exterminamos a todos. En parte porque no teníamos la capacidad técnica para hacerlo y, por otra parte, porque los conquistadores lo que querían era hacerse con siervos, para que les cultivasen las tierras y así vivir a lo grande, como los nobles de España. Ésa supervivencia, a duras penas, de las poblaciones indígenas hasta el presente se toma como ejemplo de la bondad y la blandura del Imperio Español. Se suele olvidar, sin embargo, que en el Caribe la población indígena se extinguió por completo, obligando a su substitución por esclavos negros. Una desaparición que se obró en menos de treinta años, los que median entre la llegada de Colón en 1492 y la partida de Cortés hacia México en 1518.

Un tiempo que suele quedar relegado a la penumbra, encajonado entre las glorias del descubrimiento y la conquista de Nueva España, pero en el que los colonos, como muestra el texto de Céspedes, se dedicaron a la caza y captura del indio, para esclavizarlos. Acciones crueles sobre las que se construyó la leyenda Negra, en gran parte siguiendo el testimonio de Las Casas, y en las que las muertes de los indígenas, además de las enfermedades, se debían a la guerra sin cuartel que se libraba contra el indio "caribe" y "hostil", unido a unas condiciones de trabajo forzoso a los que esas culturas no es que no estuvieran acostumbradas, es que ni siquiera eran capaz de concebir.

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