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domingo, 17 de marzo de 2019

Colaboraciones no del todo logradas



























A poco que estén familiarizados con el mundo de la animación, el nombre de Bill Plympton les será conocido. Desde los años ochenta ha venido creando cortos y filmes animados que destacan por un estilo propio e inconfundible, en el que se aúna un gusto por las capacidades metamórficas de la animación, que Plympton sabe exprimir hasta sus últimas consecuencias, con una cómplice cercanía al cómic underground, tan empeñado en impactar al lector, y al espectador, acumulando sexo y violencia sin tasa. O al menos quebrando las reglas del buen gusto y mejor crianza. Añádase que Plymptom pertenece a esa raza de creadores capaces de animar todo un corto en solitario, o una película, si se tercia, y se tendrá el retrato completo de una de las personalidades más interesantes del panorama actual. De ésos de los que se espera cada nueva obra con anticipación. 

Revengeance (Revenganza, 2016), su última película, es una excepción en su carrera. No porque haya cedido un ápice en sus fundamentos estéticos, sino porque se trata de una obra realizada en colaboración, donde Plympton ha preferido quedar en un segundo plano. Guion, diseño de personajes y música son obra de otro animador independiente, Jim Lujan, que ha plasmado en ella sus obsesiones y afinidades, un tanto distintas de las de Plympton. Este animador, por su parte, ha colaborado en la dirección y animado, según se dice, la película en solitario, dejando luego que otros colaboradores le den el acabado final.

Esta colaboración entre dos personalidades artísticas diferentes explica porque no me acaban de cuadrar ciertas disonancias de la película. Es cierto que el estilo de animación es el habitual de Plympton, sin echarse a faltar nada de su exuberancia y su desarreglo habitual. Sin embargo, esto está aplicado a unos personajes y a una narración que poco tiene ya que ver con los derroteros por los que transita Plympton desde hacía ya unos cuanto años. Tanto Idiots and Angels (Idiotas y ángeles, 2008) o Cheatin' (Infiel, 2014) mostraban a un autor que comenzaba a permitirse la expresión de cierta sentimentalidad, incluso reflexiones metafísicas, y que además iba eliminando el diálogo de sus narraciones, en gran parte auténticas narraciones mudas.

En Revengeance, por el contrario, parece que se ha vuelto a la anarquía y gamberrismo narrativo de sus primeros largos, aunque haya sido por intermediación de su colaborador Jim Lujan. Así, tenemos a una fugitiva perseguida por cuatro cazarrecompesas, a cada cual más estrambótico, lo que sirve de base a una ensalada narrativa en la que se mezclan narcos latinos, moteros salidos de las películas de los sesenta, sectas apocalípticas fuertemente armadas en busca de sacrificios humanos, senadores corrompidos hasta la médula, lucha libre americana, además de antros y tugurios de la peor calaña. Y música, mucha música rock, además de sexo y ultraviolencia.

Los rasgos que asociaríamos al Plymptom temprano o al menos aquéllos a los que, nos imaginamos, no les haría ascos. Como viene a demostrar el evidente placer con que se dedica a animarlos, especialmente en las escenas más alocadas y ultrajantes, como las batallas que el protagonista tiene con la secta de fanáticos, la primera en solitario y la segunda con la intervención de los moteros que el senador tiene a sueldo. Momentos, no obstante, que quedan en cierta manera aislados y no llegan a culminar. O no lo hacen con la intensidad de antaño, como ocurría en I Married a Strange Person! (Me case con un extraño, 1997) o Mutant Aliens (Extraterrestres Mutantes, 2001)

En ellas, Plympton no narraba en realidad una historia, sino que cada sección se  estructuraba como un tour-de-force, en el que se acumulaba despropósito sobre despropósito hasta que todo estallaba por los aires. Esas películas, en su desmesura, eran espectáculos visuales puros, ejemplos de lo mejor de la animación, ese desafuero que la hace tan distinta y tan superior, en su campo, al cine de imagen real. Sin embargo, en Revengeance es clara la necesidad impuesta de narrar una historia clara y definida, que no se puede despegar de sus personajes y diálogos. La creatividad y exuberancia de Plympton se llevan así con riendas cortas, sin permitirle que se desboque.

Lo que todos habríamos querido ver.

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