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miércoles, 2 de enero de 2019

En busca de Bergman (VII): Kvinnors väntan (Tres mujeres, 1952)




















































Tras ver Somarlek (Juegos de verano, 1951), me puse a leer las notas que acompañan a la compilación de Criterion. En ellas se señalaba un detalle en el que nunca había reparado: la presencia constante de la mujer en su cine, como protagonista . Y lo subrayo,  como protagonistas a la altura de los hombres, puesto que los problemas que las aquejan son universales, sentidos con la misma intensidad y profundidad con que podría padecerlos cualquier personaje masculino. Lo que no quiere decir que ellas, en las películas de Bergman, no hablen con su propia voz. Una y otra vez se enfrentan a situaciones, amenazas y menosprecios que están fuera de la experiencia cotidiana de los hombres, en ese ángulo ciego de nuestra visión que nos hace hablar, tan a menudo, con tanta ligereza de lo que desconocemos.

Fue leer eso y darme cuenta de las muchas obras de Bergman que están narradas, en primera persona, por una mujer. Revelación que no se quedó ahí, puesto que me dí también cuenta que otros grandísimos directores coetáneos suyos, como Antonioni o Mizoguchi, habían preferido dar la voz a las mujeres, hablar de la existencia y del mundo en boca suya. No sé lo que pensarán uds., mis lectores, pero esa ausencia de barreras, con todas las reservas que se quieran poner, inculcaba en los espectadores la idea de que éramos una única humanidad, sin diferencias infranqueables. En especial, cuando alguien joven e impresionable las veía, comoera  yo al enfrentarme a mis primeros Bergmann.

Es viraje hacia el mundo femenino es especialmente notable en la siguiente película de Bergman que he visto:  Kvinnors väntan (Tres mujeres, 1952). Es una película con notables concomitancias a otra obra coetánea de un director de gran altura. Me refiero a Letter to three wives (Carta a tres esposas, 1949), de Joseph Leo Mankievicz, donde conocíamos a tres hombres a través de lo que nos contaban sus mujeres. Sin embargo, en la película de Bergman el tono es bastante distinto, lo que escuchamos son las historias personales de otras tantas esposas, pero la presencia de los hombres en sus relatos es casi inexistente, fuera de los recuerdos y del final de la película. De hecho, la trama de la película podría reducirse a cómo estas mujeres se equivocaron al elegirlos,  para ver su vida desembocar en un callejón sin salida por causa de quienes se enamoraron.

Tema, recordarán, muy Bergmaniano, puesto que para este director el matrimonio es una jaula dorada, un pudridero donde se malogran esperanzas e ilusiones a causa de la monotonía. Sin embargo, tal y como lo digo puede resultar más drámático de lo que es, cuando Kvinnors väntan no llega al nivel de exasperación de obras posteriores. Estamos en el terreno del drama, no en el de la tragedia, de forma que las protagonistas, a pesar de ser conscientes de como se han frustrado sus expectativas, han alcanzado una cierta paz y equilibro. Se han reconciliado con su fracaso, aunque a veces se permitan ventear su resentimiento.

De hecho, en la última historia narrada Bergman se adentra en un género que cualquiera le creería vedado: el de la comedia. Y no con malos resultados, por cierto, puesto que no me imaginaba yo reírme con una obra suya. Da que pensar, puesto que esa breve sección nos muestra a un Bergman más humano y próximo, alguien que, de vez en cuando, sabía reírse de su misma profundidad e importancia, lo cual la hace más valiosa y explica por qué en sus manos nunca suena a pesada o pretenciosa, como ocurre con otros muchos imitadores.

¿Obra menor, entonces? Puede, pero de esas obras menores que en otro director serían de los más granado de su filmografía, ya que Bergman demuestra en ella, como ya ocurría en Somarlek, que está en plena posesión de sus recursos estéticos. Como muestra tres escenas, la ilustrada arriba, donde con sobrios movimientos de cámara y una buena actriz es capaz de revelarnos un fracaso matrimonial en toda su amplitud, sin recurrir a flashbacks o grandilocuencias. Otra, muy breve, en que utilizando un espejo de mano nos indica en quién piensa de verda la protagonista y cómo ya no le interesa la relación que en ese momento mantiene.  Y para terminar una difícil secuencia experimental, ilustrando el delirio de otra de estas mujeres bajo los efectos de la anestesia, al ir a dar a luz, que nada tiene que envidiar a lo que otros directores, famosos en ese campo, hayan podido crear.

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