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martes, 30 de enero de 2018

Los recuerdos y la imaginación

Recuerdo un libro que preparé para un inspector extraordinario y plenipotenciario. Cada página estaba coloreada con un tono distinto. Lo recuerdo presentando la primera hoja, sin duda ante los funcionarios inferiores, una página con sólo dos sellos triangulares. Los guardas de las puertas abrían los pernos a regañadientes.  Y luego, con un leve giro, mostraba la segunda hoja, en verde, ahora frente a los rígidos funcionarios. Luego, en la mesa del cuartel de guardia arrojaba la tercera y cuarta página, de un blanco deslumbrante, con el gran sello redondo, rojo sangre. Lo miraban atentamente, temblando, y saludaban mientras el hombre avanzaba hasta la puerta principal, donde estaba el Guardián General de las Puertas, que un momento antes permanecía inaccesible, metido en un uniforme bellamente adornado con gotas de oro, en ese momento empapado en sudor por el celo oficial puesto en la tarea, y el sonido de la cerradura abriéndose y mezclándose con el tintineo de las medallas sobre su pecho. Y el anciano es una imagen militar, alzando su brillante espada, honrando no a la persona que cruza el umbral sino al documento que el emisario lleva en mano. ¡Que delicia el pensamiento de ese trasiego maravilloso de los salvoconductos, esas crecientes dosis de "poder perfectamente legal"! ¡Ni las escenas de batallas de Sienkiewicz, ni ningún rugido de cañones podrían igualar jamás el murmullo de los Cupones de Poder colocados sobre la mesa gris entre los muros grises del castillo! No puedo llegar a comprender la magia oculta en el Gran Sello, pues en su centro reposa el mismísimo Signo Secreto, esto es, un "código sin clave", lo que significa que quien lo lleva tiene que ser un emisario del Innombrable.

Stanislaw Lem, El castillo alto.

Ya sabrán de mi profunda admiración por Stanislaw Lem. Le considero como uno de los grandes de la literatura del siglo XX, opinión que no está más extendida, me temo, debido a su catalogación como autor de ciencia ficción. Un genero en el que pueden encuadrarse la mayoría de sus obras, pero en el que encaja mal, dada su tendencia a sobrepasarlo y transcenderlo. De hecho, siempre fue una presencia excéntrica en ese mundo, alejado de la tendencia al travestismo que lastra la mayor parte de la ciencia-ficción occidental, a la que que criticó sin piedad. Antes incluso de la decadencia reciente del género, que poco a poco ha ido derivando en fantasía con toques tecnológicos o space-opera que recicla el género de aventuras.

Por el contrario, Lem siempre perteneció a la sección más "dura" del genero, aquélla que pretendía desarrollar los problemas morales y sociales que se suponía acarrearían los avances tecnológicos, intentando plasmarlos con lógica férrea y una coherencia no menos sólida. Las obras de Lem, por tanto, siempre pueden reescribirse como ensayos filosóficos  puros - una de sus obras más importantes, Summa Technologia, es precisamente esto -, cuya peripecias narrativas son la ilustración de esos dilemas y de las consecuencias que de ellos derivarían. De ahí, precisamente, surge el mayor defecto de la obra de Lem, la debilidad de sus personajes, meros vehículos para el desarrollo de sus tesis, pero esto se ve compensado por dos virtudes esenciales. Primero, sus dotes para inventar mundos complejos, laberínticos y aún así coherentes, cuyos detalles es capaz de describir con intensidad casi obsesiva, hasta hacerlos plausibles. Hasta conseguir, en definitiva, que podamos verlos. El segundo, ser capaz de seguir el desarrollo lógico de sus postulados hasta el propio absurdo, sin permitirse trampas ni traiciones, sino resaltando y remachando las contradicciones en ellos ocultos. 

Especialmente aquéllas que no somos capaces de ver. O no queremos.

martes, 23 de enero de 2018

Tiempos de cambio

Or, les chevaliers avaient reçu de Dieu lui même la vocation de combattre., Où allaient-ils  porter leurs coups? Contre les infidèles. Il devient peu à peu clair que, dans le mouvement de purification où la imminence de la fin des temps vient d'engager la chrétienté d'Occident, seule la guerre sainte est licite. Au peuple de Dieu qui s'avance vers la Terre Sainte, il importe d'avoir apaisé toutes ses discordes intestines; il doit cheminer dans la paix. Mais à sa tête, le corps de ses guerriers ouvre sa marche; il disperse par sa vaillance les sectateurs du Malin. Au lendemain du millénaire, la chevalerie d'Occident résiste aux bandes de pillards qui sortent des pays sarrasins, elle les pourchasse, elle les vainc et, dans de tels succès, sauve son âme.

Georges Duby, L'An mil

Porque los caballeros habían recibido del mismo Dios la misión de combatir. ¿Dónde iban a dar rienda suelta a sus golpes? Contra los infieles. Se torna claro poco a poco que, dentro del movimiento de purificación en el que la inminencia del fin de los tiempos acaba de poseer a la Cristiandad Occidental, sólo es lícita la guerra santa. Al pueblo de Dios que marcha hacia la Tierra Santa, le importa haber apaciguado todas sus discordias intestinas: debe marchar en paz. Pero a su cabeza, los guerreros abren el camino. Ellos dispersan con su valor a los seguidores del Maligno. Al día siguiente del milenario, la caballería de occidente resiste las bandas de saqueadores que salen de los países sarracenos, los persigue, los vence y, con ese éxito, salva su alma.

Les adelanto que la lectura de esta obra de Duby me ha defraudado bastante. Más incluso de lo que debiera, puesto que hay que reconocer que el enfoque utilizado por este historiador para analizarlo es bastante poco corriente. Duby intenta darnos una visión lo más próxima y sin distorsiones de las décadas a ambos lados del año mil, para lo que inserta largos extractos de los anales y crónicas contemporáneas, comentadas por apenas unas pocas y breves explicaciones. El objetivo es que escuchemos la voz de la gente de ese tiempo sin intermediarios, que lleguemos a comprender su mentalidad, incluso a compartir sus afanes. Sin embargo, por razones que ya veremos, me da la impresión de que el autor no llega a lograr sus propósitos, a lo que hay que añadir que el libro no ha respondido a mis expectativas. Desavenencia de la que Duby no tiene ninguna culpa, vaya por adelantado.

¿Y por que no ha conseguido cumplir con lo que yo esperaba? Digamos que me esperaba un relato más detallado de los múltiples cambios que ocurrieron en este periodo. Más orientado también a resolver y explicar el misterio de un persistente mito histórico, el mismo que inspira el nombre de libro. Según esa leyenda, la cristiandad occidental habría atravesado un periodo de terror colectivo en las décadas a ambos lados del año 1000. Se esperaba, se nos dice, una inminente segunda venida de Cristo con su correspondiente apocalipisis, que bien tendría que haber tendido lugar en el milenario de su nacimiento, ese año mil al que se refiere el libro, o bien en el de su muerte, en el 1033. El milenio que se cumplía en esas fechas sería además el mileno al que se refería el apocalipsis, al cual habría de suceder otro milenio más, de triunfo del cristo resucitado, hasta la batalla final que culminaría con la derrota definitiva de Satán y los demonios.

domingo, 21 de enero de 2018

La lista de Beltesassar (CXCI): Spin (Giro 2002) Han Hoogerbrugge

Como todos los domingos, continúo con mi revisión de la lista de cortos animados realizada por el misterioso profesor Beltesassar. Esta vez ha llegado el turno de Spin (Giro),  corto dirigido en 2002 por el artista de vanguardia Han Hoogerbrugge.

Si me refiero a Hoogerbrugge como artista de vanguardia es porque su obra se sitúa en esas zonas limítrofes que separan las diferentes artes visuales. Se trata de espacios aún por cartografiar y que reciben nombres tan dispares e insatisfactorios como vídeo-arte o arte digital. En ellos, los artistas intentan encontrar lo que en sus artes de partida es inalcanzable o se encuentra oculto por espesas capas de convenciones y sobreentendidos. No se trata de una postura nueva, propia de la disolución de la modernidad y las muchos mestizajes propiciados por el posmodernismo, sino que pertenece a los propios orígenes de la vanguardia. Ése es el caso, por ejemplo, de Oskar Fischinger, quien en los años veinte utilizó la animación para plasmar los postulados de la abstracción que estaban vedados a la pintura. Tal es el caso también, aunque mucho más reciente, de William Kentridge, cuyo arte habita en la encrucijada entre teatro, pintura y animación, formas que utiliza de manera eminentemente política, como recuerdo y denuncia permanente de los muchos horrores del siglo pasado.

De esa manera, Spin es al mismo tiempo un corto de animación y no lo es. Lo es, en la medida que incluye secciones animadas en forma de bucle sin fin; no lo es, en tanto requiere la intervención del espectador para continuar y salir de esos callejones sin salida. El corto podría quedar así eternamente prisionero de si mismo, suspendido en un movimiento perpetuo inconcluso, o insertarse como segmento en una cadena aún mayor, puesto que la última interacción nos vuelve a colocar al mismo tiempo al principio. Bucles dentro de bucles dentro de bucles que no se limitan a mera broma o floritura tecnológica, sino que también incluyen su vertiente de critica social. Ocurre que cada uno de esos bucles sin término ilustran uno de nuestros pozos sociales cotidianos, sean estos el entretenimiento superficial basado en la repetición continua de los mismos estereotipos, la adoración de músicas que nos prometen rebelión, pero solo confirman el sistema, o la búsqueda del más sobre más sobre más en nuestro medios de transporte privados.

Repetición tras repetición que conforman nuestros días y que los tornan indistinguibles los unos de los otros, a pesar de nuestras protestas y anuncios de variedad y aventura, de tornar cada día en un nuevo desafío, del cual habrán de depararse, con toda seguridad, recompensas sin cuento. Así lo proclamamos, pero nunca es así, pues lo único que encontramos al final del camino es tedio y hastío, fracaso y amargura. Spin constituiría así una constatación de los muchos engaños y mentiras con los que nos protegemos, pero cabe una pregunta: ¿Sirve para algo esta denuncia? Cuestión que se extiende a todo el arte actual, tan preocupado por abandonar cualquier búsqueda tendiente a representar una belleza en la que no se cree, mientras prima un afán por el mensaje político, siempre con propósito de reforma, cuando no revolución.

Lo cierto que este arte del concepto no es visto por el gran público, mientras que el poco que tiene repercusión enseguida es olvidado. Incluso el que no se olvida y pasa a formar parte de una suerte de canon pudorosamente desprovisto de ese nombre, queda emasculado de cualquier posibilidad de repercusión por sus propio hermetismo simbólico, agravado por las muchas capas de exégesis erudita con que se le envuelve y, no menos importante ni menos decisivo, por devenir prisionero de un museo. Esos lugares donde, ya saben, la gente vaga sin rumbo, casi obligada, sin tener muy claro cuál es la finalidad de contemplar esos objetos ni por qué deberían gustarle.

Y como prueba basta que reparen que no he incluido capturas de este corto, ni el habitual enlace a una plataforma de "streaming". El formato, sfw, en el que está mi copia no permite que mis reproductores obtengan imágenes de ellos, mientras que mis búsquedas no han conseguido encontrar un enlace a ese corto.

Cine invisible, en verdad

jueves, 18 de enero de 2018

Cuando se deja de pertenecer... (y IV)

A medida que pasa el tiempo, más inútil me parece esta serie de entradas.

Recordarán que la comencé a modo de reflexión sobre mi vida, tras casi perderla hace un año. Era un intento de reconciliar lo que soy con lo que quise ser y hacer, de anotar mi decadencia y mi extravío, la manera en que iba perdiendo sentido incluso lo que más amo y estimo. Mi esperanza era encontrar luz, un camino, un medio que me permitiese salir del callejón sin salida en el que yo mismo me he introducido, pero ese afán era claramente vano, incluso presuntuoso. Se necesitaba algo más, un cambio profundo y definitivo, junto con las fuerzas para perseguirlo y perseverar. Algo que no me iba a ser conferido por un casual y pasajero roce con la muerte.

Así que esta será la última meditación en esa línea y volveremos a lo que es habitual en este blog, las divagaciones superficiales con poco fundamento sobre temas artísticos, cinematográficos, literarios e históricos. Una inclinación que, no se lo oculto, aparte del mero hecho de llevar un diario público de impresiones y encuentros,  tenía un punto de soberbia: la de convertirse en un blog de referencia o al menos un lugar admirado y frecuentado. No ha sido así por razones obvias, la más importante la falta de substancia. Mejor dicho de datos que realmente amplíen lo ya archisabido, carencia que no se puede suplir con entusiasmo ni una expresión retorcida y alambicada. 

Sin embargo, antes de cerrar esta serie, sí quería acercarme a un punto que tiene particular importancia en la historia de este blog y la de mis gustos personales: la desaparición casi completa de las entradas dedicadas al anime, antaño casi semanales, siempre colmadas de elogios y admiración.

sábado, 13 de enero de 2018

Hasta la última gota de sangre (y III)

Ein Verwundeter
tastet sich kriechend vorwärts

Fluch, Kaiser, dir! Ich spüre deine Hand,
an ihr ist Gift und Nacht und Vaterland!
Sie riecht nach Pest und allem Untergang.
Dein Blick ist Galgen und dein Bart der Strang!
Dein Lachen Lüge und dein Hochmut Haß,
dein Zorn ist deiner Kleinheit Übermaß,
der alle Grenze, alles Maß verrückt,
um groß zu sein, wenn er die Welt zerstückt.
Vom Rhein erschüttert ward sie bis zum Ganges
durch einen Heldenspieler zweiten Ranges!
Der alten Weit warst du doch kein Erhalter,
gabst du ihr Plunder aus dem Mittelalter.
Verödet wurde ihre Phantasie
von einem ritterlichen Weltkommis!
Nahmst ihr das Blut aus ihren besten Adern
mit deinen Meer- und Luft- und Wortgeschwadern.
Nie würde sie aus Dreck und Feuer geboren!
Mit deinem Gott hast du die Schlacht verloren
Die offenbarte Welt, so aufgemacht,
von deinem Wahn um ihren Sinn gebracht,
so zugemacht, ist sie nur Fertigware,
mit der der Teufel zu der Hölle fahre!
Von Gottes Zorn und nicht von seinen Gnaden,
regierst du sie zu Rauch und Schwefelschwaden.
Rüstzeug des Herrn! Wir werden ihn erst preisen,
wirft er dich endlich zu dem alten Eisen!
Komm her und sieh, wie sich ein Stern gebiert,
wenn man die Zeit mit Munition regiert!
Laß deinen Kanzler, deine Diplomaten
durch dieses Meer von Blut und Tränen waten!
Fluch, Kaiser, dir und Fluch auch deiner Brut,
hinreichend Blut, ertränk sie in der Flut!
Ich sterbe, einer deutschen Mutter Sohn.
Doch Zeug' ich gegen dich vor Gottes Thron
 Er stirbt
Un Herido (avanza arrastrándose a tientas):

¡Maldito emperador! Ahora siento tu mano
que me trae el veneno, con la noche y la patria,
que difunde su hedor a peste y a ocaso.
¡Tus ojos son la horca y es la soga tu barba!
Es mentira tu risa y es odio tu arrogancia,
tu rabia es el exceso de tu insignificancia,
que todas las fronteras y medidas desplaza
y que para crecer al mundo despedaza,
¡un mundo sacudido de Occidente a Oriente
por un mal jugador que se las da de héroe!
Del viejo mundo nunca fuiste el conservador,
de trastos medievales fuiste sólo el dador.
¡Toda imaginación del mundo desgastaste,
caballero que actúa con mente de viajante!
Tu chupaste su sangre, la mejor que tenía
con tus huestes del aire, mar y palabrería
¡No hace nunca el mundo del fuego y lo podrido!
¡Y junto con tu Dios la batalla has perdido!
El mundo revelado, así puesto a la venta
que tu locura ha hecho que pierdas la chaveta,
no es más que mercancía, así empaquetado.
¡Y ojalá que al infierno se lo lleve el diablo!
Con la ira de Dios y no con su clemencia,
tu gobierno convierte al mundo en una hoguera.
¡Coraza del Señor! A él sólo alabaremos
cuando por fin te arroje entre los trastos viejos
¡Ahora ven y mira como luce una estrella
cuando el tiempo es regido por balas y escopetas!
¡Y haz que tus diplomáticos, ministros, cancilleres
en este mar de sangre y llanto chapoteen!
¡Maldito emperador, tú y toda tu camada!
¡Con la sangre que sobra bastará para extirparla!
Me muero, de una madre alemana soy hijo,
¡Pero voy a acusarte ante el trono divino!

Muere
 Karl Kraus, Los últimos días de la humanidad, traducción de Adan Kovacsics

Le comentaba, en entradas anteriores, de la profunda, indignada y asqueada repulsa de Karl Kraus ante la Guerra Mundial. En su denuncia, no figuran únicamente los horrores de la guerra, las matanzas, el hambre, las miserias y la pobreza, sino las muchas mentiras que han llevado a ennoblecer y justificar lo que no es más que oficio despiadado de matadero. La responsabilidad del horror no recae, o al menos no recae exclusivamente, en que quienes toman las decisiones políticas o dan las órdenes militares, sino en la caterva de intelectuales, científicos, sábios, escritores y periodistas transformados en propagandistas exaltados del sacrificio y la resistencia a ultranza, cuyas consecuencias en muchos casos, no van siquiera a rozarles, sino que les van a acarrear pingues beneficios.  En algunos casos, ni siquiera con esa justificación, porque los habrá que no actuaran así por llenarse los bolsillos, ni cubrirse de honores, sino a los que moverá el mero idealismo que predican. Bobos entre los bobos, cuyos servicios desinteresados no recibirán otra recompensa que la risa, el desprecio o la indiferencia. O una palmadita en la espalda, que viene a ser lo mismo


miércoles, 3 de enero de 2018

Belleza, sensibilidad, arrebato

The only reason I learnt to love Bout's picture is that a student of mine name Rasa once copied it. She set out her easel right in front of the painting, and despite the distracting crowds she kept coming back, week after week, slowly perfecting her copy. She helped me to see the picture in minute detail. 
We studied the uneven textures of the Madonna's middle-aged skin, the faint shine of her unpolished nails, and even we looked at the dirt lodged beneath them. We discussed the mistakes Bouts made in the length of three fingers (at first they were not long enough, so he stretched them a little, making a row of double fingertips). Rasa visited the museum once or twice a week for fiteen weeks, and at the end of that time we both had a sense that we knew the figure in the painting. Toward the beginning, Rasa's copy was a blurred version of the original, with a brilliant gold leaf underground. As the weeks went, she gave the skin color and depth, and clothed the naked head in its heavy, bluish cape and starched white veils. Toward the end she painted the little wrinkles on the back of the Madonna's hand and around her eyes, and put the tiny folds to her clothing. She glazed the gold leaf with soot-colored pigment to simulate the effects of five centuries of tarnish. And finally, as the last touch - the essential moment, when the picture came to life - she painted in the tears. They are round, full tears, carefully measured out, each one lit by a little reflection from a small window.

James Elkin, Pictures & tears

El único motivo que me llevó a aprender a amar esa pintura de Bouts fue que un estudiante mío, de nombre Rasa, la copió una vez. Ella dispuso su caballete justo frente a la pintura y, a pesar de la distracción producida por las multitudes, continuó volviendo allí, semana tras semana, perfeccionando lentamente su copia. Ella me ayudó a ver esa pintura hasta en sus detalles más diminutos.
Estudiamos las texturas desiguales de la piel madura de la Madonna, el brillo difuso de sus uñas sin pintar e incluso miramos a la suciedad atrapada bajo ellas. Comentamos los errores que Bouts cometió en la longitud de tres dedos (al principio no eran lo bastante largos, así que los estiró un poco, creando una doble hilera de yemas). Rasa visitaba el museo una o dos veces por semana, en un periodo de quince, y al final tuvimos la impresión de conocer la figura en la pintura. Al comienzo, la copia de Rasa era una versión borrosa del original, sobre  un fondo brillante de pan de oro. Según avanzaban las semanas, le aplicó el color y la profundidad de la piel, y vistió la cabeza desnuda con la gruesa toca azulada y los velos blancos almidonados. Al final, pinto las pequeñas arrugas en las manos de la Madona y en sus ojos, junto con los diminutos pliegues de sus ropaje. Y finalmente, como último toque - el momento de la verdad, cuando la pintura cobraba vida - pintó las lágrimas. Son redondas, completas, cuidadosamente medidas, cada uno iluminada por el pequeño reflejo de un ventanuco.

En las últimas semanas del 2017 he estado leyendo un libro que me ha impresionado profundamente, el Cuadros y lágrimas (Pictures & Tears) del historiador de arte James Elkins. El problema que plantea es muy sencillo: ¿Por qué la pintura ya no nos emociona? ¿Por qué, al contrario que la música, la literatura o el cine, no consideramos que llorar ante un cuadro sea una una respuesta válida, aunque quizás extremada? ¿Por qué el goce del arte, tal y como nos inculcan los historiadores y se nos imparte en los museos, se reduce a aprender datos áridos sobre el contexto en el que esa obra se ha creado? Frente a este distanciamiento forzoso de la obra de arte, el libro de Elkins busca resaltar el fenómeno contrario, el testimonio de aquellas personas de nuestro tiempo que se han sentido arrebatadas por una pintura, hasta el extremo de romper a llorar. Como si esa obra fuera una persona real y pudiese afectarnos en nuestras vidas... o conmovernos con su destino.

Como pueden imaginarse, esa reacción es considerada habitualmente como casi un signo seguro de desequilibrio mental. Tanto es así, que el propio Elkins tuvo problemas para reunir esos testimonios e incluso algunos de sus confidentes pidieron no ser identificados. Otros, sin embargo, lo tomaron como un deber, como un modo de oposición, de rebelión, frente a un sentir común que les parecía equivocado. En mi caso, no me atrevo a llegar a ese extremo, sería bastante pretencioso, pero sí les puedo decir que me he emocionado hasta llegar a las lágrimas en varias ocasiones. De hecho, gran parte del atractivo de este libro reside en que me ha hecho recordar algunos momentos que tenía ya muy olvidados, además de desear volver a mi "inocencia" y "entrega" juvenil, o al menos desprenderme de la coraza de ironía e indiferencia que me ha ido creciendo con los años. Impidiéndome alcanzar lo que yo soñaba debía ser la percepción del arte: un relámpago, una sacudida, el sentirse inerme, desnudo, ante la belleza. Absoluta e inexplicable.

martes, 2 de enero de 2018

La estupidez al poder (y II)

So much for a highly representative set of  'great captains'. The list is not exhaustive. Indeed, of all the commanders who exemplify the principle that 'Competence is the free exercise of dexterity and intelligence in the completion of tasks unimpaired by infantile inferiority', none do so better than Field-Marshall Earl Alexander of Tunis. The product of a happy childhood, free from the curb of oppressive parents, he was a compassionate, versatile, sweet-natured, courageous and temperate commander. He was the perfect social leader and a highly competent supreme commander.

And there were Guderian, General Sir Richard O'Connor and Field Marschal Auchinleck, and on the other side of the world their psychological counterparts - the Japanese admiral Yamamoto, victor of Pearl Harbour, another unconventional, non-authoritarian, deep-thinking and humane warrior whose reputation as a trouble-maker in high circles rivalled that of Montgomery, and Douglas Mac Arthur, who, with all his faults and, to some people, obnoxious megalomaniac flamboyance, remains a great, albeit grandiose, impossibly autocratic, yet non-authoritarian military commander.

Norman Dixon, On the Psychology of Military Incompetence

Con esto sobra para formar un conjunto representativo de 'grandes capitanes'. La lista no es exhaustiva. De hecho, de todos los comandantes que sirven de ejemplo del principio que reza, "la competencia es el uso libre de la destreza y la inteligencia para completar tareas que no se vean obstaculizadas por una inferioridad infantil", ninguno es mejor que el Mariscal Alexander, duque de Tunez. Producto de una niñez feliz, libre de las trabas de unos padres opresivos, era un comandante compasivo, flexible, de naturaleza dulce, valiente y moderada. Era el líder social perfecto y un comandante supremo de gran competencia. 

Y luego estaban Guderian, el general Sir Richard O'Connor y el Mariscal Auchinleck, y en el otro extremo del mundo sus contrapartidas psicológicas - el almirante japonés Yamamoto, vencedor en Pearl Harbpur, otro guerrero poco convencional, falto de autoritarismos, perspicaz y humano, cuya reputación como alborotador entre los altos mandos rivalizaba con la de Montgomery, y Douglas Mac Arthur, quien, a pesar de todos sus defectos y, para ciertas personas, molesto despliegue de megalomanía, continua siendo un gran comandante antiautoritario, a pesar de su grandilocuencia autocrática.

En una entrada anterior , les comentaba un par de libros que detallaban multitud de patinazos militares, desde los simplemente ridículo hasta los catastrófico. Este último aspecto es el que hace más llamativos los errores militares, puesto que de ellos se derivan miles de muertos, incluso cientos de miles, cuando no crisis políticas y revoluciones internas en los países beligerantes. Consecuencias espectaculares que es muy difícil se produzcan el caso de errores en otras profesiones, excepto, claro está, si se dedica uno a la construcción y mantenimiento de centrales nucleares.

Sin embargo, aún en éste último punto, la metedura de pata catastrófica es y continúa siendo la excepción, mientras que en el caso de la profesión militar parece ser la norma. Da la impresión que en la carrera militar y en su ejercicio hay algo que favorece la ineptitud y la acumulación de incompetentes, sin que el grado de desarrollo de una sociedad venga a corregirlo, sino más bien a agravarlo. Ocurre que en los estados modernos, el ejercicio de las armas es una carrera más, peor pagada y sin especial reconocimiento social, de manera que las mentes más brillantes, o más ambiciosas, prefieren elegir otras profesiones. En la política, el comercio, las ciencias o las artes.

Sin embargo, dejando aparte este descrédito del ejército en el mundo moderno, queda abierta la cuestión. ¿Por qué  parece que haya más ineptos en la carrera militar? Peor aún ¿Por qué no parecen existir mecanismos para identificarlos y arrinconarlos o  al menos para disminuir las consecuencias de sus acciones? Esto es lo que Dixon intenta dilucidar en su libro, que ha gozado de una reciente fama, a pesar de haber sido publicado en los años setenta. Síntoma, por otra parte, de que mucho no hemos mejorado.