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sábado, 13 de enero de 2018

Hasta la última gota de sangre (y III)

Ein Verwundeter
tastet sich kriechend vorwärts

Fluch, Kaiser, dir! Ich spüre deine Hand,
an ihr ist Gift und Nacht und Vaterland!
Sie riecht nach Pest und allem Untergang.
Dein Blick ist Galgen und dein Bart der Strang!
Dein Lachen Lüge und dein Hochmut Haß,
dein Zorn ist deiner Kleinheit Übermaß,
der alle Grenze, alles Maß verrückt,
um groß zu sein, wenn er die Welt zerstückt.
Vom Rhein erschüttert ward sie bis zum Ganges
durch einen Heldenspieler zweiten Ranges!
Der alten Weit warst du doch kein Erhalter,
gabst du ihr Plunder aus dem Mittelalter.
Verödet wurde ihre Phantasie
von einem ritterlichen Weltkommis!
Nahmst ihr das Blut aus ihren besten Adern
mit deinen Meer- und Luft- und Wortgeschwadern.
Nie würde sie aus Dreck und Feuer geboren!
Mit deinem Gott hast du die Schlacht verloren
Die offenbarte Welt, so aufgemacht,
von deinem Wahn um ihren Sinn gebracht,
so zugemacht, ist sie nur Fertigware,
mit der der Teufel zu der Hölle fahre!
Von Gottes Zorn und nicht von seinen Gnaden,
regierst du sie zu Rauch und Schwefelschwaden.
Rüstzeug des Herrn! Wir werden ihn erst preisen,
wirft er dich endlich zu dem alten Eisen!
Komm her und sieh, wie sich ein Stern gebiert,
wenn man die Zeit mit Munition regiert!
Laß deinen Kanzler, deine Diplomaten
durch dieses Meer von Blut und Tränen waten!
Fluch, Kaiser, dir und Fluch auch deiner Brut,
hinreichend Blut, ertränk sie in der Flut!
Ich sterbe, einer deutschen Mutter Sohn.
Doch Zeug' ich gegen dich vor Gottes Thron
 Er stirbt
Un Herido (avanza arrastrándose a tientas):

¡Maldito emperador! Ahora siento tu mano
que me trae el veneno, con la noche y la patria,
que difunde su hedor a peste y a ocaso.
¡Tus ojos son la horca y es la soga tu barba!
Es mentira tu risa y es odio tu arrogancia,
tu rabia es el exceso de tu insignificancia,
que todas las fronteras y medidas desplaza
y que para crecer al mundo despedaza,
¡un mundo sacudido de Occidente a Oriente
por un mal jugador que se las da de héroe!
Del viejo mundo nunca fuiste el conservador,
de trastos medievales fuiste sólo el dador.
¡Toda imaginación del mundo desgastaste,
caballero que actúa con mente de viajante!
Tu chupaste su sangre, la mejor que tenía
con tus huestes del aire, mar y palabrería
¡No hace nunca el mundo del fuego y lo podrido!
¡Y junto con tu Dios la batalla has perdido!
El mundo revelado, así puesto a la venta
que tu locura ha hecho que pierdas la chaveta,
no es más que mercancía, así empaquetado.
¡Y ojalá que al infierno se lo lleve el diablo!
Con la ira de Dios y no con su clemencia,
tu gobierno convierte al mundo en una hoguera.
¡Coraza del Señor! A él sólo alabaremos
cuando por fin te arroje entre los trastos viejos
¡Ahora ven y mira como luce una estrella
cuando el tiempo es regido por balas y escopetas!
¡Y haz que tus diplomáticos, ministros, cancilleres
en este mar de sangre y llanto chapoteen!
¡Maldito emperador, tú y toda tu camada!
¡Con la sangre que sobra bastará para extirparla!
Me muero, de una madre alemana soy hijo,
¡Pero voy a acusarte ante el trono divino!

Muere
 Karl Kraus, Los últimos días de la humanidad, traducción de Adan Kovacsics

Le comentaba, en entradas anteriores, de la profunda, indignada y asqueada repulsa de Karl Kraus ante la Guerra Mundial. En su denuncia, no figuran únicamente los horrores de la guerra, las matanzas, el hambre, las miserias y la pobreza, sino las muchas mentiras que han llevado a ennoblecer y justificar lo que no es más que oficio despiadado de matadero. La responsabilidad del horror no recae, o al menos no recae exclusivamente, en que quienes toman las decisiones políticas o dan las órdenes militares, sino en la caterva de intelectuales, científicos, sábios, escritores y periodistas transformados en propagandistas exaltados del sacrificio y la resistencia a ultranza, cuyas consecuencias en muchos casos, no van siquiera a rozarles, sino que les van a acarrear pingues beneficios.  En algunos casos, ni siquiera con esa justificación, porque los habrá que no actuaran así por llenarse los bolsillos, ni cubrirse de honores, sino a los que moverá el mero idealismo que predican. Bobos entre los bobos, cuyos servicios desinteresados no recibirán otra recompensa que la risa, el desprecio o la indiferencia. O una palmadita en la espalda, que viene a ser lo mismo



El mundo, para Kraus, quedaría dividido en tres categorías. Por un lado, los débiles, cuyo destino se reduce al sufrimiento. Bien consumidos en la hoguera bélica, bien triturados por la maquinaria militar, bien condenados por la disciplina férrea del ejército y el estado que lo sostiene. Para los soldados en el frente no queda así otra suerte que la muerte, ya sea frente a las balas y granadas del enemigo, ya sea mediante la horca o el fusilamiento a manos de los suyos. Ámbitos de combate igual de importantes y necesarios, incluso más el segundo que el primero, puesto que la guerra eterna, hasta la victoria final que tendrá lugar al final de los tiempos, exige una resistencia sin fisuras, vacilaciones y titubeos. Quien no sepa marchar con paso decidido hacia su muerte, deberá recibirla como castigo, por derrotista, cobarde y traidor. Para que nunca, nadie, pueda pensar que existe otro camino, otra vía, y actuar en consecuencia. Intentando conseguir la paz o siguiera soñándola.

Luego, por supuesto, estarían los verdugos. Primero, los militares, quienes no tienen empacho alguno, ni menos remordimiento, en enviar a miles o decenas de miles de personas a la muerte. Sea por obedecer un desfasado y asesino sentimiento del honor y del deber, sea para ocultar así sus propias carencias y fracasos, su absoluta incura intelectual rayana en la estulticia, sea por simple y mero sadismo, la de quienes disfrutan con la muerte, siempre que sea la de los demás. Tras ellos, los políticos, que les dejan hacer mientras fingen tomar decisiones, apoyados y jaleados por toda la cohorte de aduladores y panegirístistas de las que les hablaba al principio, dispuestos a transformar el horror en bien, el mal en paraíso, la matanza en gloria, el crimen en necesidad, siempre que se les pague o se les adule el ego. Y por último, todos nosotros, los que consentimos y cedemos, los que les dejamos hacer a sus anchas e incluso les reímos sus gracias. Los que nos creemos sus mentiras y las aplaudimos, hasta el extremo de aceptar morir por ellas. Gustosos, alegres y contentos. Con la satisfacción del deber cumplido.

Queda aún un tercer tipo. El de los buitres y las hienas. El de los supervivientes natos que además saben medrar y enriquecerse en cualquier circunstancia, casi con tanto mayor éxito cuanto peor sea para los demás. Porque esta guerra, según Kraus, y en general cualquier guerra industrial contemporánea, no es otra cosa que un negocio. Detrás de las protestas y las excusas, de los grandes ideales y las sonoras palabras, de la defensa de la libertad, la civilización y la cultura, está el dinero, el hacerse de oro, cuanto antes y cuanto más mejor. Negocios lucrativos y sin riesgos que pueden ir tanto de vender municiones y armamento al bando de los tuyos, en ocasiones a ambos, a comercializar el Kitsch más espantoso y vomitivo, como marcos decorativos para guardar la foto de los familiares caídos, juegos de mesa para que los niños aprendan a quien odiar, o representaciones y espectáculos donde se canten las alabanzas de nuestros matarifes. Todo por el bien de la patria, todo para engordar los bolsillos.

¿El resultado? Claro y meridiano. La guerra será eterna, acabará devorando todo hasta que la sociedad entera esté a su servicio, hasta que la tierra entera sea un inmenso campo de batalla donde todos seamos combatientes. Hasta que, como ocurre en la obra, el universo, asqueado por nuestra locura, temeroso de que le infecte, decida aniquilarnos para desinfectar la tierra de la plaga que la aqueja. 

Sin que de nosotros quede nadie para contarlo, pues no habrá indultado alguno. Todos somos igual de culpables, igual de cómplices. Por nuestro silencio, por nuestro consentimiento, por nuestra colaboración, por nuestra participación. Porque ya no conoceremos otro modo de vida que la guerra, el exterminio y la matanza. 

La paz ya no tendrá sentido para nosotros. Jamás podremos volver a acostumbrarnos a ella.

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