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viernes, 29 de diciembre de 2017

Cine Polaco (XXVIII): Ida (2014) Pawel Pawlikowski


































Hace un par de días, en un ejercicio de exhibicionismo espiritual, les narraba mi derrumbamiento al visitar la exposición sobre Auschwitz abierta en las salas del Canal de Isabel II. Al día siguiente, la casualidad me llevaba a ver Ida de Pawel Pawlikowski, que venía a tratar ese mismo tema, el del holocausto. Y digo casualidad con toda razón y les tengo que pedir que me crean, porque la realidad es que últimamente vengo a ver películas recientes sin saber muy bien de qué tratan. Me baso en la repercusión que tienen entre las personas que sigo en las redes sociales, conjugada con la atracción que despiertan en mí las imágenes que suben de ellas.

Ida trata del Holocausto en Polonia, sí, pero de una forma sutil y paralela. No del propio hecho del genocidio, que en el tiempo interno de la película tuvo lugar veinte años atrás, sino del silencio y del vacío que le siguió. En pueblos y ciudades polacas había desaparecido una parte substancial de la población, mientras que los pocos supervivientes de las matanzas y los campos de exterminio decidieron, en su mayoría, no volver a sus lugares de origen. Lo único que quedó como prueba y recuerdo de los desaparecidos fueron casas y propiedades, aunque no abandonadas en espera de su ruina, sino ocupadas por los vecinos, incluso por conocidos. Sabedores, en definitiva, que sus legítimos propietarios nunca volverían.

Por supuesto, la historia no es tan sencilla como se la acabo de contar. Si bien hubo amplios sectores polacos que se apoyaron en el antisemitismo nazi para propulsar y justificar su propio antisemitismo, sin miedo a represalias, ese giro no fue completo ni generalizado. Son conocidos los vínculos y relaciones que ligaron a la resistencia polaca, el AK o Armija Krajowia, con sus homólogos en Ghettos y campos de exterminio. Estos contactos no se limitaron al mero tráfico de información, sino que buscaron colaboración y apoyo, incluso llegando a eliminar a aquéllos polacos que denunciaban a los judíos, como medida necesaria en la lucha contra un Nazismo que oprimía a ambos pueblos. Asímismo, si hubo personas que buscaron librarse de sus vecinos judíos, bien por saldar antiguos odios, bien para aprovechar la ocasión para quedarse con sus posesiones, también los hubo que se sacrificaron por salvarles y protegerles, aún a costa de sus propias vidas.

La situación es aún más compleja y terrible, ya que al totalitarismo nazi vino a substituir el totalitarismo estalinista. Los antiguos combatientes antifascistas se convirtieron en enemigos del pueblo, de manera que no sólo se les persiguió, encarceló y ejecutó, sino que también se utilizó la propaganda para borrar sus gestas, transformándolos en lacayos de los nazis. Así, sobre el exterminio judío se depositó una pesada losa de doble silencio. Por una parte, el de aquellos que sí habían colaborado con el nazismo, o que como poco habían aprovechado la situación, y que por tanto querían ahora disfrutar los frutos de sus acciones. Por otra parte, el de quienes se opusieron a ambos regímenes y fueron perseguidos  por ambos, pero que ahora buscaban pasar desapercibidos, borrar su pasado por completo, aunque este hubiera sido el de un héroe.

Esos silencios y los muchos secretos que se ocultan bajo ellos, son los dos motores temáticos de la película, expresados en la peripecia personal de dos mujeres, tía y sobrina, en busca de sus orígenes. No les revelaré los giros de la peripecia, pero sí les diré que su plasmación no puede estar más alejada de la sensiblería y el efectismo de marca hollywoodiense. El ritmo aquí es lento, casi se podría decir que moroso, pero que conviene muy bien a ese ambiente opresor que anega la película de un extremo a otro: la consciencia dolorosa y permanente de lo que no se puede decir por las consecuencias que acarreará,  tanto para unos como para otros, tanto para víctimas como para opresores.

Opresión, asfixia, angustia de lo que se percibe inútil, destinado al fracaso desde el principio, pero que que hay que completar cueste lo que cueste, por mera coherencia e integridad, por simple dignidad humana, aunque el resultado final sea devastador. Impresiones, percepciones representadas de manera magistral por la película, no sólo por ese ritmo pausado, casi a punto  de detenerse, tampoco por su sobrio y frío, casi gélido, blanco y negro, sino especialmente por sus encuadres. En ellos, los personajes están casi fuera del plano, aplastados contra los márgenes, mientras la mayor parte lo ocupan espacios vacíos, anodinos y hostiles, como el sistema en el que viven, como los hechos que se fuerzan a rememorar.

La idea que se transmite es la de soledad y aislamiento, incluso en compañía. Porque incluso cuando los personajes están en escena, cuando se hablan entre sí, cuando la cámara baja al primer plano, esos encuadres extremos los mantienen separados, habitantes de universos, políticos y vitales, completa y absolutamente incomunicables.

Imagen de un país en el que todos vivían encerrados en sí mismo, por miedo y por precaución, como en todas las dictaduras.

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