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jueves, 28 de diciembre de 2017

Caminos nunca seguidos







































Tengo sentimientos encontrados respecto a las dos antologías de cortos, Genius Party (2007) y Genius Party Beyond (2008), producidas por el estudio 4ºC. No en lo que se refiere a su calidad, aunque de eso habrá que hablar también, sino sobre cuestiones secundarias, por así decirlo.

Mi primer problema se llama, precisamente, estudio 4ºC. Durante las dos décadas a caballo del cambio de siglo, esta productora, fundada por Tanaka Eiko y Morimoto Koji, fue uno de los líderes del anime. No por número de obras o grandes éxitos de público, sino por intentar abrir nuevos caminos a esta escuela de la animación, lejos de la adaptación del manga de moda o de la consabida repetición de la manida historia de robots/instituto. De hecho, en más de una ocasión sus producciones estaban lindantes con el cine experimental y de vanguardia, como vendrían a demostrar títulos de tanto renombre como Memories (1995), Mind Game (2005) o Tekkonkinkreet (2006). Incluso en series más comerciales como Tweeny Witches (2004), demostraban un dominio de la técnica ausente en otras series y productoras más famosas.

Sin embargo, en esta década el estudio 4ºC parece haberse eclipsado por completo. Su producto estrella han sido las tres películas basadas en el manga de Berserk, filmes que más parecen un compendio de las muchas imperfecciones y defectos de la 3D y los CGI que un logro estético válido. En realidad, de toda su producción reciente sólo se salva la extraña , de 2015, que parece provenir de otra década y de otra sensibilidad. Da la impresión de que el estudio 4ºC, a pesar de sus aspiraciones, ha seguido el destino de tantos otros estudios que quisieron ser distintos, pero que al final terminaron siendo repetición de los mismos vicios de los que abominaban. 

Las Genius Party, por fortuna, pertenecen al periodo de gloria del estudio 4ºC. De hecho, es mucho mejor la segunda parte que la primera, al menos para mí... y aquí surge el segundo problema, ya que los cortos que me resultan más atractivos y que han quedado en mi memoria, son los menos comerciales, aquéllos que un otaku medio considerará incomprensibles y excéntricos, lejos de lo que espera y exige. Curioso cambio de óptica el producido en estas décadas, ya que los aficionados crecidos en los ochenta, con una dieta básada en cómics plagados de símbolos y enigmas, lindantes en muchos casos con el surrealismo y la experimentación declarada, nos sentíamos atraídos por las producciones más crípticas e indescifrables, todo lo contrario de lo que ocurre ahora. Como prueba, bastaría comparar las dos versiónes animadas de Kino no Tabi (El viaje de Kino), la dirigida por Nakamura Riutaro en 2004 y la reciente de Taguchi Tomohisa en 2017. La primera, profundamente existencial y filosófica, la segunda, las aventuras de una joven en unos países pintorescos.

Volviendo a Genius Party. Como les adelantaba la primera de las películas es la menos lograda de todo. Esto no se debe a problema de calidad sino a una tensión interna irreconciliable entre comercialidad y experimentación. Dos de los cortos, Shanghai Dragon de Kawamori Shoji y Doorbell de Fukuyma Yoji no difieren mucho de los que estamos aconstumbrados a ver todos los días, con el agravante de de que Doorbell está incluso mal animada. Ese mismo problema aqueja a uno de los cortos notables de la colección, Baby Blue del famoso Watanabe Shinichiro, autor de Cowboy Bebop y similares, que se resiente precisamente de su similitud con el anime habitual, el de amores de instituto, a pesar de su carga de nostalgia y su mirada reflexiva, ambas de agradecer. De los otros cortos, Deathtic 4, de Kimura Shinji, tiene el defecto de ser demasiado original, mejor dicho, de pretender un aspecto de corto para festival que no consigue del todo cuajar en un producto coherente. Por otra parte, yendo ya a lo mejor de la colección,  Limit Cycle, de Fukuyama Yoji, es una meditación filosófica de gran brillantez visual, pero cuyo continuo razonar no llega a conclusión alguna, desembocando en ensueño y alucinación. Algo que no me disgusta en absoluto, por cierto.

El mejor corto, con diferencia, de esta primera parte, es el Happy Machine de Yuasa Masaaki, del que ya he hablado en extenso en otra ocasión. Una obra críptica y enigmática, pero tránsida de un extremo a otro de la cercanía de la muerte, que al final termina por vencernos y derribarnos a todos. Corto, por tanto, de sentida emoción, a pesar de su aparente abstracción.

La segunda antología, la subtitulada beyond, está desprovista de los defectos de la primera. De hecho, el único de los cortos que desentona un poco es Moondrive de Nakazawa Kazuto, pero sólo por su carácter humorístico y desenfadado, muy propio de cierto tipo de cómic al que no le importa presentar las mayores burradas si con eso se consigue arrancar una carcajada (Tampoco me molesta). El resto, por el contrario, son mucho más serios, pero cada uno con su personalidad propia, característica tan difícil de encontrar en la producción de anime reciente. Toujin Kit de Tanaka Tatsukuyi, recuerda mucho a esos cómics extraños de los años 80 y a mucho anime de esa misma época, cuya fascinación radicaba tanto en su belleza estética como en la imposibilidad de dilucidad qué es lo que habíamos visto. Gala de Maeda Mahiro es una embriagadora fantasía construida sobre una pieza musical de  Ifukube Ajira, no menos arrebatadora.

Y luego están las otras dos obras maestras de Mind Game, junto con el Happy Machine de Yuasa. El Wanwa the doggy de  Ohira Shinya y el Dimension Bomb de Morimoto Koji. La primera, un intento por plasmar los sentimientos de abandono y soledad de un niño ante el parto de su madre, ilustrado con dibujos a la cera que remedan los diseños de un pequeño de muy corta edad. El segundo... bueno, el segundo hay que verlo, porque no es posible describirlo con palabras. 

Lo que puede ser su mejor elogio.

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