La semana pasada les había contado mi gran decepción con Shisha no Teikoku (El imperio de los cadáveres, 2015, Makihara Ryoutaro) y como venía a confirmar el creciente desengaño que siento por el anime. Tan mal sabor me dejó que estuve a punto de no ver la segunda película del llamado Proyecto Itoh, que adapta novelas de ese escritor japonés recientemente fallecido. Habría cometido un error, puesto que 
Parte del impacto que me ha producido se debe a que lo que se cuenta en ,  venía a coincidir con el clima intelectual de mis últimas lecturas: el agudo análisis de la vida ciudadana que Daran Anderson realiza en Imaginary Cities, así como mi relectura de la obra literaria de Albert Camus. Una conjunción literaria/filosófica que se expresa en dos líneas principales. Por un lado, la concepción de la utopía como distopia, la manera en que las mejores intenciones devienen realidades opresoras, y el mejor de los paraísos, infierno, en cuanto se hace realidad. Por otro lado, ese sentir que todos hemos atravesado en nuestra juventud, la sensación de estar aprisionados, encarcelados, independientemente de la libertad y las comodidades de las que gozásemos. Impulso que llevaba inevitablemente a desear realizar un gesto, cualquier gesto, por estúpido y estéril que éste fuera, que demostrase al mundo nuestra existencia, que denunciase el absurdo del sistema. Que quizás, con un poco de suerte, llevase a su quiebra.
Sentimientos expresados a maravilla en esta 
Esto es lo que cuenta 
Hasta tornar imposible mantenerla de una pieza y abocar ese mundo a la catástrofe.
Es ese fatalismo, ese desarrollo implacablem el que distingue a 
Pero la mejor de las historias sería un estorbo si no se supiese contar y plasmar en imágenes, algo que Arias y Nakamura saben hacer a la perfección. En ese futuro que constituye el presente de Tuan se han subrayado los aspectos asépticos y profiláticos del nuevo orden hasta tornarlo repelente, especialmente en ése estar siempre online necesario para que una aplicación te diga lo que tienes que conocer y como debes actuar. Un horror que constituye lo cotidiano para los habitantes de ese mundo y que casi ya es nuestro presente diario. Por el contrario, el pasado de Tuan está casi vacío de otras personas y de todo tipo de interacciones. En él sólo habitan ella, Miach y una tercera amiga, Cian. Entre las tres, bajo la guía de Miach, han sabido crearse su propio mundo, uno de esos refugios ocultos y completamente inaccesibles para el resto, tan típicos de la juventud. Sólo allí, a solas con ellas mismas, se sienten libres, se saben seguras, completas, aunque la conservación de su libertad les llevé a tomar una medida radical para protegerlo.
La película contrasta así el aislamiento estéril, sin iguales ni confidentes, de la Tuan presente, con la soledad fructífera a tres, a veces a dos, de su primera juventud. Flashback tras flashback van interrumpiendo la narración de la quiebra de la utopía, para descubrir, tanto a Tuan como a los espectadores, los recuerdos insoslayables del auténtico paraíso. Ése que conoció Tuan y que se encarnó en Miach, por un breve tiempo, sí, pero el único en que se sintiera viva, completa y libre. Poco a poco, al mismo tiempo y con el mismo ritmo lento, un conflicto, el interior, va substituyendo al otro, el exterior, hasta que al final sólo queda por decidir si entre las dos destruyen la última posibilidad de volver a aquel Paradise Lost o lo abrazan por completo.
Y sólo hay una decisión posible. Porque frente a sumirse en ese edén ya pasado e inalcanzable, sólo quedan dos opciones. Volver al horror del mundo antes de la utopía o exacerbarla hasta que el ser humano deje de ser humano.












































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