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jueves, 31 de octubre de 2013

Under the Shadow of Postmodernism (y VI)

Nevertheless, his cousin, Alfonso Enríquez of Portugal, had stolen a match on him (Alfonso VII of Castille).  in mid-March the Portuguese king had made a swift thrust south of Coimbra and in a night attack surprised the Muslim town of Santarem. With its fall, he now controlled the passage of the Tajo against any but waterborne forces, and had isolated Muslim Lisbon and its environs from its coreligionists to the south. The Feat was important in itself, but it became doubly so with the appearance of a crusading fleet upon the scene.

The first elements of this fleet had sailed from Cologne about the end of August bound for Levant. In the passage of the North Sea and the Channel it was joined by equally strong formations of Flemish and English. On Pentecost, June 8, 1147, the combined force arrived off Galicia, and some of its complement celebrated that feast at Santiago de Compostela. From Galicia, the crusaders sailed south to Oporto, where they were met by its bishop, Pedro. That prelate convinced them to at least stop to parley with his king who was holding Lisbon to siege. The crusaders did just that, and Alfonso Enríquez persuaded them to join in the attack. The price of their adhesion was a treaty guaranteeing them the spoils of success and subsequent perpetual trading privileges in the entire realm. Lisbon put up a stubborn defence, but finally succumbed  to the combined forces on October 24, 1147. Mopping afterward turned all of Portugal north of the Tajo and south of Coimbra into Christian territory. It should perhaps be noted that the first bishop of a restored Lisbon was to be the Englishman Gilbert of Hastings

Bernard F. Reilly. The Contest of Christian and Muslim Spain. 1031-1157

En buena lógica, esta serie de entradas habría debido seguir con el libro de la Historia de España dirigida por John Lynch que está dedicada al emirato/califato de Córdoba, pero ese tomo aún está por salir, así que me he visto obligado a dar un salto de 250 años y pasar al volumén que describe la historia de Iberia del 1031 al 1157.

Puede parecer excesivo dedicar un libro entero a escasos 130 años y además de la historia medieval, pero esa impresión se disipa en cuanto se comienza su lectura y se derrumban varias de nuestras convicciones más profundas. Ya he comentado como uno de los errores más frecuentes en el estudio de la historia es caer en una visión teleológica, en la que los hechos presente ocurrieron necesariamente. Esta advertencia es especialmente necesaria en el caso del siglo a caballo entre el XI y el XII que se narra en esta obra, puesto que la versión en la que los españoles hemos sido educados es que tras la caída del Califato en el 1035, la reconquista cristiana era inevitable y necesaria, de forma que ningún suceso histórico podría haber invertido el resultado final, dando lugar a una España musulmana y no cristiana.


Sin embargo, el sólo hecho de que la reconquista aún tardó cinco siglo en completarse debería haber sido suficiente llamada de atención para desmentir esa falsa imagen.  En realidad, los reinos cristianos no estaban en disposición de expulsar por sus propias fuerzas a los musulmanes, ya que tanto el balance económico como demográfico estaba en contra suya. Fue sólo la división de los musulmanes hispanos tras la caída del califato y el modo en que los reínos del norte se las arreglaron, mediante la mera extorsión,  para derivar la riqueza de las Taifas y así financiar sus ejércitos, lo que permitió que estos pudieran adoptar una política de conquista y asentamiento, más allá de la mera incursión y razzia propia de bandidos.

Aún así, el resultado final quedaba muy lejos de estar decidido. Cada vez que un imperio poderoso surgía en el Magreb y extendía sus tentáculos hacia Al-Andalus, los reínos cristianos se veían obligados a ponerse a la defensiva. Para la versión teleológica esos episodios no pasaban de ser episodios transitorios y reversibles, impresión que se veía reforzada por los pocos datos que las versiones resumidas de la escuela ofrecían y que confirmaban esa impresión de destino ineludible. Basta escarbar un poco, sin embargo,  para darse cuenta de lo difícil que fueron esos años para los reínos cristianos y lo inseguro que fue el resultado.

Por dar unas fechas, de la caída del Califato a la toma de Toledo por Alfonso  VI - el primer intento serio de extender el dominio cristiano a Al  -Andalus - pasó medio siglo, de 1031 a 1085. La llega de los Almoravides es sólo un poco posterior a esa fecha y de la batalla de Sagrajas en 1086 a la de Ucles en 1108, los ejércitos norteafricanos derrotaron una y otra vez a las tropas cristiana, llegando incluso a causar la muerte del heredero al trono Castellano-Leones y desencadenando una crisis sucesoria que provocaría una larga guerra civil en ese reíno entre partidarios de la reina Urraca y los de su conyuge, el soberano aragonés Alfonso I el Batallador.

Durante esos 20 años y hasta la caída del poderío Almoravide en la tercera década del siglo XII, Toledo estuvo en primera linea de los combates y si no cayó fue por un puro azar del destino, ya que los recursos de Castilla y Leon no bastaban para mantener esa base tan alejada de los centros de poder en el valle del Duero. De hecho, la permanencia de Toledo en manos cristiana, junto con la guerra de desgaste de Alfonso I primero en el valle del Ebro que culminó con la toma de Zaragoza en 1118 son los hechos decisivos del periodo, ya que el resultado final fue que a pesar de la debilidad y los reveses cristianos, la frontera se movió definitivamente hacia al sur.

Ese mismo tira y afloja habría de repetirse a finales del siglo XII con la llegada de los Almohades, dotados de la misma capacidad que los Almoravidades para reducir a la nada la supuesta superioridad cristiana. Dado el poderío de ambos imperios magrebíes y la impotencia de los cristianos para hacerles frente, el resultado debería haber sido una vuelta al siglo VIII, con Al-Andali extendiéndose a toda la península. Si ni pasó así, fue simplemente porque estos imperios guerreros se revelaron particularmente frágiles y transitorios, limitados a un par de generaciones, dando tiempo a la recuperación de los reínos cristianos y a su expansión por los espacios vacíos que habían dejado. Por otra parte, el feudalismo de la baja edad media dotaba a esos reinos de una especial solidez, ya que cualquier invasor debía reducir fortaleza tras fortaleza, impidiendo campañas relámpago como la que había derribado al reíno visigodo.

Un último apunte. Si este siglo es importante no es sólo por esa inversión de las hegemonías, dudosa al principio, clara al final, sino porque supone el final de una España aislada en sí misma, en la que Musulmanes y Cristianos eran más parecidos entre sí, que con respecto a su correligionarios del norte o del sur. A mitad del siglo XII, los reinos cristianos se han engarzado firmemente en el ámbito europeo, como muestra el abandono del rito mozárabe y la adopción del romano, mientras que Al-Andalus se convierte en un apéndice del Magreb, de quien depende su supervivencia.

Si esto es importante es porque muestra, como puede comprobarse en el texto que abre esta entrada, con la narración de como Lisboa fue tomada a los musulmanes, que España se torna internacional, en el sentido de que su historia no puede escribirse, ni entenderse, si se extrae del contexto europeo y africano, realidad que debería hacer meditar a más de un nacionalista, ya sea centralista o periférico.


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