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sábado, 2 de noviembre de 2013

A Proust Odissey: La Prisonnière (II)

J'avais l'insouciance de ceux qui croient leur bonheur durable. C'est justement parce que cette douceur a été nécessaire pour enfanter la douleur - et reviendra du reste la calmer par intermittences - que les hommes peuvent être sincères avec autrui , et même avec eux-mêmes, quand ils se glorifient de la bonté d'une femme envers eux, quoique, à tour prendre, au sein de leur liaison circule constamment d'une façon secrète, inavouée aux autres, ou révélée involontairement par des questions, un inquiétude douloureuse. Mais celle-ci n'aurait pas pu naître sans la douceur préalable; même ensuite, la douceur intermittente est nécessaire pour rendre la souffrance supportable et éviter les ruptures; et la dissimulation de l'enfer secret qu'est la vie commune avec cette femme, jusqu'à la ostentation d'une intimité qu'on prétend douce, exprime un point de vue vrai, un lien général de l'effet à la cause, un des modes selon lesquels la production de la douleur est rendue possible. 

Marcel Proust, La prisonnière.

Tenía la tranquilidad de aquellos que creen su felicidad permanente. Es precisamente porque esa dulzura a sido necesaria para apagar el dolor - y que volvera en cualquier caso a calmarla de vez en cuando - que los seres humanos pueden mostrar sinceridad con otros hombres, e incluso con ellos mismos, cuando se gliran de la bondad que les muestra una mujer, cuando, a su debido tiempo, en el corazón de su relación circula constamente de forma secreta, inconfesado a los otros, or revelado involuntariamente por algunas preguntas, una inquietud dolorosa. Pero ésta última no habría podido nacer sin el la dulzuara anterior, aún más, esa dulzura intermitente es necesaria para tornar soportable el sufrimiento y evitar la ruptura, y la disimulación del infierno secreto que es la vida en común con esa mujer, hasta el extremo de presumir de una intimidad que se finge dulce, expresa un punto de vista verdadero, una relación universal entre efecto y causa, uno de eso modos por los que la creación del dolor resulta posible.

He comentado en otras cosas como lo que el narrador de À la recherche nos cuenta no es más que un elaborado juego de espejos creado por Proust. Tan oculto permanece su verdadero sentido y significado, que la mayoría de los lectores - como me ocurriera en mi primera lectura - no sabrán dar con las claves que permitan desvelar el enigma a menos que se las indiquen. De forma paradójica, para un escritor cuya tesis es demostrar el abismo que media entre obra y persona, entre el autor y su ficción, esas pistas no se encuentran en la propia obra sino que hay que ir a buscarlas en la vida de Proust, en el testimonio de aquellos que le conocieron y que decidieron hablar tras su muerte.


Parte de esos velos, de esas nieblas, que nos cierran el paso a una "auténtica" - no quiero decir correcta puesto que ésa corrección varía con cada lector - interpretación de À la recherche, se debe a la condición de homosexual no confeso de su autor. Esta dualidad entre lo que se es y lo que se finge ser, expresada en los múltiples duelos de Proust por defender su honor frente a los rumores de sodomía, impregna todo el ciclo de novelas y se hace clara desde que en Sodome y Gomorrhe, la existencia de la homosexualidad en nuestro mundo - con todo el estigma social y religioso que suponía en el tiempo del escritor - se hace insoslayable, imposible de enterrar en la ignorancia e inocencia anterior al descubrimiento, de manera que a partir de ese instante tenemos que bregar con un narrador que se declara heterosexual, pero que sabe de ese otro mundo más de lo que debiera.

El juego de engaños, de disfraces, llega a su culmen durante la larga narración de los amores del narrador con Albertine. La inspiración de este personaje fue una persona real, no una mujer, sino Alfred Agostinelli, quien trabajo como secretario para el escritor y con quien sostuvo una relación amorosa, que llegó a adoptar los tintes de posesión, autodestrucción y celos que se narran en la Prisonnière. Este pasión sólo terminaría con la huida y muerte por accidente de Agostinelli, justo antes del estallido de la Primera Guerra Mundial, dos factores - la suspensión de la publicación de À la recherche por el conflicto y el trauma psicológico que el final trágico de la relación produjo en Proust - llevaron al escritor a duplicar la extensión de la novela, reinventando y recreando en ese espacio nuevo esa historia de amor, unos pasajes que acabarían siendo centrales en la novela.

Cuando se sabe el truco es fácil descubrir las trazas del material original - por ejemplo, en el modo inusual en que el narrador ama físicamente a Albertine - pero la grandeza de Proust estriba en que a pesar de la prevalencia de la homosexualidad en estas novelas finales, la historia de Albertine no está dedicada únicamente a los iniciados - los cuales acusaron a Proust de haberse centrado en los aspectos más repelente de la homosexualidad, pero no en su gloria y su dulzura - sino que se torna universal. La relación destructiva entre el narrador y Albertine se erije así en ejemplo paradigmático, en caso de estudio, en análisis que revela las leyes ineluctables por las se gobiernan todas y cada una de nuestras pasiones.

Ya había comentado antes el aromanticismo de Proust, su falta de confianza en la transfiguración que nos dicen provoca en nosotros el amor, pero es necesario insisttir en ello, para entenderla en su justa medida. Para Proust amar es condenarse a uno mismo al infierno. No sólo porque sólo sabremos que hemos amado de forma retrospectiva, cuando hayamos perdido sin remedio, para siempre, ese objeto de nuestra pasión, mientras que cuando está ante nosotros siempre nos debatiremos entre las dudas, sin saber si es ese el momento, si es esa la persona. No, lo peor, lo ineludible, a lo que todos estamos condenado, es que todo amor no es más que un ejercicio perverso y retorcido de posesión, en el que nuestra máxima aspiración es convertir al otro en nuestro esclavo, peor aún en un juguete nuestro, que necesite de nosotros para echar a andar, para remedar el movimiento.

Por supuesto, eso es imposible, porque el otro pretenderá lo mismo, o si no es así reclamará violentamente su libertad, la vida y la independencia que insistimos en arrebatarle. El amor, por tanto, se tornará guerra, combate constante y sin reposo, en el que no ahorraremos, no evitaremos ninguna bajeza, ninguna traición ningun golpe que pueda derribar a nuestro enemigo y ponerlo a nuestra merced. Mentiremos y seremos mentidos, manipularemos y seremos manipulados y el poco amor, el poco placer que obtengamos se verá echado a perder, malogrado, por el alto coste con que lo habremos comprado.

Es un camino que lleva a la disolución, de ese enlace, a nuestra liberación y a la de nuestro amante. Pero tan fuerte es el habito, tan resistente e ineludible es la llamada del placer, que sólo es posible alcanzarlo cuando transformemos a nuestro amante en un "otro", en algo que nos sea indiferente y por lo cual ni nos dignemos a girar la cabeza. Cuando, en definitiva, asesinemos nuestros sentimientos y los arrojemos los más lejos de nosotros, hasta perderlo de vista.

Y al final, éso, obtener las fuerzas para quebrar con nuestras propias manos el vínculo que nos ata al otro, será lo único que deseemos en este mundo. Dejar de amar, para poder así seguir viviendo, para poder volver a respirar sin opresión en el pecho, para poder volver a gozar, a apreciar y a disfrutar, del mundo.

Como si nada hubiera existido y no hubiera dejado profundas cicatrices en nuestra alma.

 Et en voyant ce corps insignifiant couché là, je me demandais quelle table de logarithmes il constituait pour que toutes les actions auxquelles il avait pu melé, depuis un poussement de coude jusqu'à un frôlement de robe, pussent me causer, étendues à l'infini de tous les point qu'il avait occupé dans l'espace et dans le temps, et de temps à autre brusquement revivifiées dans mon souvenir, des angoisses si douloureuses, et que je savais pourtant déterminées par des mouvements, des désirs d'elle que m'eussent été, chez un autre, chez elle même, cinq ans avant, cinq ans après, si indifférent. C'était un mensonge, mais pour lequel je n'avais le courage de chercher d'autres solutions que ma mort. Ainsi je restais, dans la pelisse que je n'avais encore retiré depuis ma retour de chez les Verdurin, devant ce corps tordu, cette figure allégorique de quoi? de ma mort? de mon amour?

Y mirando ese cuerpo insignifcante que estaba allí tendido, yo me preguntaba a que tabla de logaritmos había dado forma para que todas las acciones en las que se mezclaba, de un empujon con el codo, a un rozar del vestido, pudieran causarme, extendidas a todos los puntos del tiempo y el espacio que había ocupada, resucitadas de vez en cuando por mi recuerdo, una angustias tan dolorosas, y que que yo sabía sin embargo determinadas por movimientos, por desos de ella que en otra, en ella misma hace cinco años o pasados otros cinco, me habrían sido completamente indiferentes. Todo era una mentira, pero para la que no tenía el valor de buscar otra solución que mi propia muerte. Así permanecía, aún con el abrigo que no me había quitado al volver de casa de lso Verdurin, delante de ese cuerpo torcido, de esa figura alegórica. De qué? De mi muerte? De mi amor?







   

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