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sábado, 18 de septiembre de 2010

Cheap and fast


Tengo que confesar que una de mis mayores decepciones, en este mi camino de (re)descubrimiento de la historia de la animación, ha sido la revisión de los cortos de la productora de Walter Lantz, uno de los estudios de la época clásica de la animación USA.

Decepción simplemente porque en mi infancia, el Pájaro Loco (Woody Woodpecker) era uno de mis ídolos y llegué a tener incluso cómics de ese personaje y sus compañeros de estudio. De hecho, de esos cortos tengo el recuerdo de haberlos visto y disfrutado, como digo, de niño, mientras que mi auténtica fijación por la Warner sólo se remonta a mis tiempos universitarios, lo que debería servir de indicio sobre el público al que iban destinados los cortos de las diferentes productoras contemporáneas y las intenciones de sus creadores.

Sin embargo, mi problema con Lantz no estriba en que sus productos sean más infantiles o no. El auténtico pero, como ocurre también con los Terrytoons, es que Lantz no tenía ninguna pretensión artística, su objetivo era sacar corto tras corto, barato y rápido, con los que hacer dinero, continuado luego con las reposiciones continuas en la naciente televisión y todo lo que le pudiera apartar de ese camino era un estorbo que debía ser eliminado. Así lo demuestra el hecho de que para él, trabajaron autñenticos maestros de la animación, como Shamus Culhane, uno de los grandes de la Disney, Tex Avery, del que poco más se puede decir o  Michael Maltese, el guionista favorito de Chuck Avery, pero los cortos en los colaboraron apenas llegan a distinguirse de la habitual producción genérica de la productora y de hecho, sólo notamos la huella de esos creadores, cuando nos señalan que trabajaron en ellos.

Como puede esperarse, esas personalidades apenas duraron en el estudio. Los métodos de trabajo de Lantz tenían que espantarles necesariamente. Poco a poco, a su lado sólo quedaron las personalidades grises, dispuestas a plegarse a los caprichos y decisiones del jefe, que sólo se preocupaba, por así decirlo, de que el trabajo se realizara rápido y barato, sin importarle copiar las genialidades de otros estudios, repetir una y otra vez la misma fórmula, reducir la comicidad al garrotazo y tententieso, sin ritmo ni tensión alguna,, o crear personajes que sólo eran etiquetas, desprovistos de cualquier personalidad, hasta llegar renunciar a  todo intento por mantener un mínimo de calidad, como puede observarse en las dos capturas del principio, donde se ha reutilizado el acetato de los dos sobrinos de Woody, provocando que su tamaño sea incongruente... agravado por el hecho de que ambas escenas se suceden la una a la otra.

Queda el misterio de porqué estos cortos se convirtieron en favoritos del público, hasta el extremo de dar lugar a su propia serie de televisión y ser recordados por cariño por varias generaciones, dentro y fuera de los EEUU. No tan extraño, sin embargo, si pensamos en el dominio casi absoluto de Hanna Barbera de 1960 a 1980, a pesar de repetir una y otra vez el mismo producto, o de la basura, eso sí en 3D, con que se llenan ahora nuestras televisiones.

Pero no quiero dejarles con mal sabor de boca, primero les pego aquí uno de los pocos cortos de Woody Woodpecker que valen la pena, Niagara Fools, con guión de Dick Kinney, el que creó los poco habituales cortos de Goofy para la Disney, y cuyo toque irónico es perfectamente visible



Y por otra parte, aquí está The Gallopin' Gaucho, uno de los enormes cortos que Walt Disney y Ub Iwerks crearon a finales de los años 20, con un Mickey que nunca habrán visto (no viene a cuento, pero lo acabo de ver, tras finalizar la penitencia de Lantz, y me ha alegrado y arreglado el día)

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