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domingo, 19 de septiembre de 2010
100 AS (XXXa): La joie de vivre (1932) Anthony Gross/Hector Hoppin
En esta revisión de la lista de los mejores 100 cortos de animación, compilada hace unos años por el festival de Annecy, le ha llegado el turno a La Joie de Vivre, realizado por Anthony Gross y Hector Hoppin en 1932 con música de Tibor Harsani.
Si hubiera que definir a este corto sería con la etiqueta inclasificable. Onírico en toda su duración con una trama mínima que apenas sirve enalzar unas escenas completamente dispares y una evidente calidad pictórica fuertemente influida por la pintura vangüardista de la época, casi se podría decir que es prácticamente imposible encontrar un corto de características parecidas... y mucho menos una edición decente del mismo.
Esa singularidad se extiende también a sus creadores. Gross era un pintor inglés nacido a principios del siglo XX, cuya formación se realizó al mismo tiempo que la explosión de las vanguardias europeas, mientras que Hoppin era un millonario estadounidense con amplia experiencia fotográfica. Ninguno de los dos era experto en esa nueva forma, la animación que por aquella época comenzaba a cristalizaren lo que sería el estilo Disney, y ambos se habían formado en medios artísticos que hoy considerarían la animación como un arte menor. Como en tantos otros casos, su desconocimiento de lo habitual en ese medio y su lejanía de las artes en las que eran especialistas, les llevaría a crear un corto completamente fuera de lo común y aún hoy sorprendente.
Quizás más sorprendente hoy que entonces, puesto que aquel era el tiempo de las vangüardias, cuando no se podía concebir el arte sin experimentación, sin la obligación de dar un paso adelante, de explorar los caminos aún abiertos, cualquier forma nueva, fuera popular o culta, hasta exprimir todas sus posibilidades. Por eso no debería ser extraño que un pintor pensase en resolver de una vez por todas el problema del movimiento en la pintura (como estaba intentando en ese mismo tiempo Oskar Fischinger) y que buscase a un fotógrafo para alcanzar ese objetivo.
¿El resultado? Una desbordante fantasía, donde una y otra vez, de forma gozosa y celebratoria, se nos muestran las obsesiones y las conquistas del arte de ese principios de siglo, la liberación de cualquier necesidad temática o narrativa, la pasión por la máquina y la libertad, el amor por la línea, la forma y el color (aunque esté rodado en blanco y negro) sin otra justificación que no fuera su propia belleza formal y las consecuencias derivadas de ésta. Pero sobre todo, una inmensa ansía de libertad, de gozar la vida como indica el título, cuyo ímpetu es capaz de poner patas arriba todas las normas, todos los obstáculos puestos en su camino por este mundo en el que vivimos.
Sólo hay un pero que ponerle a este corto, el hecho de que al estar tan estrechamente ligado con la vanguardia artística de su tiempo y tener un acabado esencialmente pictórico, exige la utilización del color y no el blanco y negro. De hecho, algunas secciones parecen casi haber sido pintadas con los colores vivos de un Matisse, borrados por la fotografía en blanco y negro, un defecto que debieron percibir sus propios creadores, ya que sus siguientes obras se realizarían en color.
Como siempre, les dejo con él para que lo disfruten, aunque en esta ocasión la copia es de bastante mala calidad y mi comentario no le hace ninguna justicia (nunca lo hace, pero en esta ocasión menos)
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