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viernes, 28 de noviembre de 2008
A taste of Decay
Normalmente, la mejor estación para el anime es la primavera. En abril, las diferentes productoras botan sus buques insignias, para competir unas con otras, y en los siguientes cambios de estación, julio, octubre y enero, puede aparecer alguna serie notable, pero nada comparado con la avalancha del comienzo de año.
Esta vez, sin embargo, ha ocurrido lo contrario, la primavera apenas trajo alguna serie intersante como Soul Eater y Kaiba, mientras que este octubre se ha visto invadido por un acierto tras otro, al menos en mi opinión. Series interesantes tanto por su calidad, como por el hecho de constatar un cambio en el tono de las producciones, que si en los últimos años parecían infectadas del fenómeno moe y de diseños infántiles, de repente se han vueltos maduras en su aspecto y en su trama, rivalizando en ser obscuras y complejas.
Así, tenemos la estética retro, cargada de pesimismo y desesperación de Casshern Sins, de la que ya hablara anteriormente, la complejidad narrativa unida a la violencia naturalista de Kurozuka, el sorprendente perfeccionismo animado, unido a una narración completamente pop y desenfada, aunque de temas duros y despiadados, de Michiko to Hatchin o el experimentalismo sin complejos de Ef- A tale of Melodies, yendo un paso más allá de su predecesora, Ef - A tale of Melodies. Tal ha sido el cambio en el sabor de las producciones recientes, que incluso una serie moe por definición, como es Kannagi, ha servido de prueba de la decadencia inexorable de Kyoto Animation, incapaz de abandonar el viejo paradigma en Clannad-After Story, puesto que todas las virtudes que suponíamos en ese estudio, el detalle y el dinamismo, han reaparecido en esa producción de un estudio rival, realizada por un fugado de la casa madre.
Un surge inesperado, que muestra la fortaleza y la inventiva del anime, que muchos creían pasada, y que ha pillado de sorpresa a los mismos aficionados, que siguen series más-de-lo-mismo como Gundam 00 o la citada Clannad-After Story, mientras dejan de lado la avalancha de joyas de este otoño, como las ya citadas o la que voy a comentar en esta entrada, Mouryou no Hako, cuyas capturas encabazan es ta entrada.
¿Y que tiene esta serie que no tengan otras? Ambientada en el Japón de 1950, esa época en que el Jappón se recuperaba de una guerra cruel que intentaba olvidar por todos los medios, esta serie se caracteriza por tener un ambiente especial, un ambiente de decadencia y putrefacción que se extiende desde la iluminación de la serie, con sus colores apagados y casi desvaidos, a la propia historia, un conjunto de hilos narrativos aparentemente inconexos, cuya orden en la narración no se corresponde con el orden cronológico, pero que que suponen estrechamente conectados y obedeciendo a una lógica que se nos escapa.
Una irracionalidad y una ignorancia que la serie subraya borrando en muchos momentos la frontera entre lo real y lo real, o mejor dicho sumergiéndonos en los ensueños y daydreamings, de los personajes, como es el caso de la secuencia ilustrada al principio, sin avisarnos de donde perdemos pie o cruzamos la frontera, sino más bien al contrario, describiéndolos con tal precisión y lujo de detalles, que no podemos por menos de estar seguros de su realidad, al igual que los que los presencian.
Ambigüedad determinante y decisiva en una historia que oscila entre la más prosaica crónica criminal, una familia que lucha por una herencia, entrelazada con la persecución de un asesino en serie que descuartiza a sus víctimas y abandona, preciosamente embaladas, sus miembros aquí y allá, frente a la irrupción de lo maravilloso y sobrenatural en los ámbientes más realistas, en forma de cabezas vivientes conservadas en altares móviles, ángeles caídos a la tierra, en el camino hacia su putefracción y repentinamente ascendidos de nuevo a los cielos, o videntes capaces de ver cualquier cosa.
Pero aún así, esta serie no pasaría de ser una más, o mejor dicho no dejaría de ser un guión ilustrado con hermosos grabados, sino fuera por que en su traducción a dibujos animados, los animadores han sabido transcribir los más pequeños detalles, describirlos con primor exquisito, logrando así que lo oculto y lo escondido, lo que los personajes niegan y evitan, quede patente ante nuestros ojos.
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