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martes, 28 de diciembre de 2021

Albert Speer: His Battle with Truth (Su batalla con la verdad) Gitta Sereny (y II)

Cuando se analiza la noche del siete, tras el discurso de Hitler a los Gauleiter, es clara la diferencia de ambiente. Ni Below ni las esposas de los jerarcas estaban presentes. Los invitados, tanto para la cena de las nueve como pare el té de las 11:30, eran los ministros Speer y Rosenberg /(Territorios Ocupados del Este) Bormann y el oficial de enlace de Himmler, Karl Wolf, el Gauleiter Hanke (Silesia Superior), Sauckel (Trabajadores forzados), Hoffer (Inssbruck) y Rainer (Carintia). Todos los presentes esa noche lo habían estado también durante el discurso de Himmler. En ese círculo reducido, la charla estaba obligada a versar sobre las revelaciones de Himmler en Posen.

La realidad es que cuanto más intentaba Speer escabullirse de estos hechos embarazosos, era tanto más evidente que buscaba eludir con desperación el enfrentarse a la verdad. No hay modo alguno por el que Speer pudiera haberse quedado sin conocer el contenido del discurso de Himmler, con independencia de que estuviera presente en la reunión o no. Creo que ese fue el momento decisivo en su relación con Hitler, aunque llevó mucho tiempo llegar a una ruptura -si en realidad la hubo.

Albert Speer: His Battle with Truth (Su batalla con la verdad) Gitta Sereny

En la primera parte de mi comentario sobre este libro de Gitta Sereny, recopilación de las múltiples entrevistas que mantuvo con Albert Speer, el todopoderoso ministro de armamentos nazi, en los años setenta, les señalaba como esta investigadora se había dado cuenta de que su entrevistado se protegía tras una espesa coraza protectora. Es visible ya en el proceso de Nüremberg, se consolida durante su cautiverio en la prisión de Spandau, y llega a su plenitud una vez liberado a finales de los sesenta, cuando se presenta al público con la atractiva imagen de nazi arrepentido. Devino así una estrella mediática, a la que una y otra vez se le invitaba a la televisión para que narrase en qué había consistido ese régimen y a qué abismos criminales había descendido, aunque Speer negaba todo conocimiento del Holocausto hasta después de haber sido apresado por los aliados. Según su versión, a pesar de su papel central en los últimos años del conflicto,  no habría pasado de ser un mero tecnócrata a cargo de multiplicar las cifras de producción. Esa tarea tan absorbente le habría vuelto ciego a todo lo que no fueran tiempos de producción. disponibilidad de materias primas y necesidades de material militar.

En su testimonio, sin embargo, existían varios puntos débiles. El primero es que, durante largo tiempo, había sido miembro del círculo íntimo de Hitler. Y no un cualquiera, sino alguien que se había ganado la confianza del dictador y a quien éste consideraba su amigo -con muchas reservas y muchas comillas, puesto que Hitler siempre había sido eso que los ingleses llaman un "loner", un solitario incapaz de relaciones personales plenas-. Un aspecto de su personalidad, curiosamente, en el que era muy parecido a Speer, quien nunca llegó a tener relaciones de sincero afecto con nadie, ni siquiera con su esposa, sus padres o sus hijos. Los razones para ese lugar especial, como ya les apunté, radican en que Speer era un arquitecto, es decir, un artista. Consideración social que la vida le había negado a Hitler, por lo que éste veía a Speer como un alter ego, capaz de plasmar en realidades sus sueños estéticos.

No es que Speer hubiera sido un arquitecto brillante antes de conocer a Hitler. De hecho, hasta que éste empezó a encargarle edificios -como la nueva cancillería de Berlín, el estadio de Nuremberg, o el proyecto de reordenación urbana de Berlín en la nueva ciudad de Germania-, Speer no había pasado del nivel de decorador de interiores. No tenía obra  construida -ni siquiera proyectos en papel- de los que ufanarse, pero a pesar de eso conectó con Hitler y entre ambos se estableció una relación de mutua admiración. Tan estrecha que hicieron lo que nunca habían hecho por otras personas: a pesar de la tirantez que el transcurso de la guerra -y la derrota inevitable- fue instaurando entre ellos, a pesar de su  mutua decepción al descubrir la distancia que les separaba -Speer quería terminar la guerra como fuera, mientras que Hitler quería culminarla con la inmolación del pueblo alemán- no llegaron a la ruptura completa ni a vengarse por los agravios cometidos. Speer creyó hasta el último momento que su héroe, Hitler, vería la luz, mientras que éste perdonó, una y otra vez, las múltiples infracciones que aquél cometía contra sus órdenes.

Sin embargo, lo importante aquí no es tanto esta enrevesada relación personal entre Speer y Hitler, sino que Speer, a pesar de no tener aún un cargo político de relevancia, estaba al lado mismo del poder. Puede que no participase en los debates y reuniones políticas, pero sí que estaba en los momentos de relajación y distensión. Tiempo libre que no estaba desprovisto de política, puesto que Hitler se complacía en largas divagaciones sobre lo divino y humano, recogidas y conservadas en registro taquigráfico por su secretario Martin Bormann. De hecho, aunque en esas charlas de sobremesa no ha quedado constancia directa del holocausto, si sabemos que algunos de los jerarcas sí se atrevieron a mentar el tabú. Es notorio el caso de la esposa de Baldur von Schirach, jefe de la Hitlerjugend, quien se encaró con Hitler y le preguntó directamente qué era lo que estaba sucediendo con los judíos. Resulta difícil que Speer no se hubiera enterado de algo tan sonado, que no hubiera escuchado algo más consistente en las típicas charlas de pasillo o que no hubiera indagado por su cuenta.

Por supuesto, si Speer se hubiera quedado en su papel de arquitecto de Hitler, se podría creer, con reservas, en su ignorancia. Sin embargo, tras la muerte en febrero de 1942 de Fritz Todt, el ministro de armamentos, Speer fue llamado a substituirlo. Ese puesto requería resolver problemas casi insolubles, entre ellos la cuestión de la escasez de mano de obra. Con los hombres alemanes en el frente -Barbarrosa acababa de fracasar y la guerra tenía visos de ser larga- mientras que las mujeres aún estaban eximidas del trabajo en las fábricas -al contrario que en los aliados occidentales- sólo quedaba un recurso: la deportación de trabajadores de los territorios ocupados y el uso de los prisioneros en el amplio sistema de campos de concentración nazis. Y cuándo se habla de campos de concentración, se incluyen también los campos de exterminio. Al lado de Auschwitz-Birkenau, el lugar de exterminio de los judíos, se construyó Auschwitz-Monowitz, donde los seleccionados como aptos para trabajar de entre los transportes que llegaban al campo-y no destinados a ser gaseados de inmediato-, eran obligados a trabajar en condiciones de esclavitud para la IG Farben.

Resulta increíble que Speer no supiera de dónde estaban saliendo los trabajadores que necesitaba con urgencia o que una buena fracción de los mismos provenía de los campos de exterminio, que estaban funcionando a pleno rendimiento en ese periodo. Se puede pensar que hiciera oídos sordos o que pasase por alto esa información -lo que no le exculpa en absoluto- pero hay aún una prueba mayor contra él. El 4 de octubre de 1943, se organizó un congreso de todos los gauleiter -los gobernadores regionales nazis- en Posen. Parte de su objetivo era, precisamente, informar a estos gauleiter del holocausto y su extensión, para convertirlo en cómplices. Sujetos, por tanto, a las represalias futuras de los aliados tras la derrota alemana, por lo que se esperaba que ese destino les llevaría a combatir con mayor fanatismo y a ser más implacables en la aplicación de las órdenes de Guerra Total.

La tarea de informar se dejo en manos de Himmler, el todopoderoso jefe de las SS y máximo responsable del exterminio, quien dejó bien claro  a todos que se había asesinado a millones de judíos, En su discurso, además, nombró explícitamente a Speer, quien estaba presente en el congreso. ¿O no? Aunque figura en la lista de asistentes, Speer alegaba que tuvo que marcharse antes del discurso con dirección a Rastenburg, el cuartel general de Hitler, a entrevistarse con el dictador,  y que por tanto no llegó a escucharlo, ni supo más tarde de su contenido. Incluso, mientras Sereny entrevistaba a Speer, apareció una declaración jurada de un funcionario de segundo rango, colaborador de Speer en el ministerio, que corroboraba la versión del antiguo ministro. Sin embargo, pronto se demostró que ese documento era problemático y que, en realidad, era una falsicación: un intento de defender a Speer por parte de este funcionario. Sin conocimiento de éste, a lo que parece.

En realidad, esa "ausencia" de Speer parece más bien una figuración sincera por su parte para no enfrentarse a un hecho que no podía aceptar: su conocimiento del holocausto. Otros testigos han indicado también -como apunta que Himmler se refiriese a él en el discurso, como si estuviese presente entre el público- que es muy difícil que Speer pudiese volar a Rastenburg a una hora tan tardía y ser admitido a presencia del dictador. De hecho, la agenda de visitas llevada por el asistente de Hitler no recoge la presencia de Speer esa noche, pero sí la siguiente, lo que indica que Speer, como poco, está confundiendo las fechas. 

En cualquier caso, importa poco que Speer estuviera o no. La bomba que Himmler había arrojado era de tal calibre que su contenido debió ser la comidilla de todas las reuniones en días sucesivos, como señala el extracto que abre esta entrada. Lo que es crucial es que, Speer, intentando defender su conciencia de la verdad horrible de su complicidad con el Holocausto, no tenía otra salida que negar todo conocimiento, aunque fuera por medios absurdos.

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