Páginas
jueves, 25 de noviembre de 2021
lunes, 22 de noviembre de 2021
Japón, Una historia de amor y guerra. Exposición en el Centro Centro
Vista del monte Fuji, Hokusai |
Se lo adelanto: el Centro Centro madrileño no suele figurar entre mis espacios expositivos habituales. No porque no traiga grandes exposiciones -las ha habido excelentes- sino porque no lo he insertado en mis rondas de periódicas de comprobación. Así que no es de extrañar que se me escapen sus muestras, como ha estado a punto de ocurrir con Japón, Una historia de amor y guerra. Amplia exposición que recorre la evolución de la cultura japonesa desde el periodo de los reínos guerreros -en el siglo XVI- a las primeras décadas del siglo XX.
El Japón -más que la India y mucho más que China- se ha convertido en la niña bonita de la cultura occidental, que desde el siglo XIX ha ido enamorándose a intervalos regulares de ese país, ya sea con el Ukiyo-e en tiempo de los impresionistas, con la tecnología en los cincuenta y sesenta, o con el anime en estas últimas décadas. Como es de imaginar, tampoco han escaseado las exposiciones dedicadas a su arte y cultura. Así, en la década de los 90 del pasado siglo se pudo disfrutar de tres: la inmensa dedicada al periodo Momoyama, de finales del siglo XVI, con su arte híbrido influido por los modos de los europeos, recién llegados a esas latitudes; la muy completa dedicada al periodo Edo, del siglo XVII al XIX, un tiempo que para los europeos se confunde con el Japón "ideal", al igual que para ellos nosotros seguimos siendo la revolución industrial del XIX; y la muy condensada dedicada a los fondos japoneses de la biblioteca nacional, en donde brillaban un par de grabados del pintor Hiroshige, casi páginas de manga. Sin olvidar la muy reciente que rescataba del olvido una excepción histórica, la embajada que Date Masamune envío a Felipe III, a comienzos del XVII, para solicitar la ayuda del rey hispano contra el recién instaurado shogunato Tokugawa. Y tantas y tantas otras que su sola enumaración terminaría por ser astragante
jueves, 18 de noviembre de 2021
Francisco Veiga, El desequilibrio como orden
Desde Occidente se contemplaba la situación en Rusia con creciente preocupación. La economía se deterioraba por momentos, el descontento social era unánime. Los sueldos no se cobraban durante meses y cuando eran abonados ya no servían para hacer frente a la subida de los precios. La delincuencia aumentó, se expandió por todos los ámbitos de la sociedad. Las costumbres ya conocidas durante los últimos tiempos de la Unión Soviética (el trueque a base de los productos substraídos en la propia empresa, los sobornos) se convirtieron en práctica común y corriente. Pero se asoció con el uso de la violencia y la aparición de mafias cada vez más organizadas. Rusia amenazó con transformarse en un gigantesco bazar donde todo se podía comprar y vender. Desde Occidente se consideraba cada vez más seriamente la posibilidad de que eso incluyera no sólo armas convencionales -algo muy extendido por entonces-, sino tráfico de armas atómicas y componentes asociados a las mismas o a su fabricación, incluidos los científicos y técnicos que las habían creado y mantenido. O crisis derivadas de fallos fatales en las instalaciones nucleares.
Francisco Veiga, El desequilibrio como orden, una historia de las postguerra fría.
En entradas anteriores ya les había comentado otro libro de Francisco Veiga, del titulado La fábrica de la fronteras, centrado en las guerras de secesión yugoeslavas de las década de 1990. Aunque no coincido del todo con algunas de sus conclusiones -la autoría de ciertos hechos luctuosos-, es un análisis brillante de esa década convulsa, tanto por su detalle como por ayudar a disolver los errores que la propaganda de entonces inculcó en quienes vivimos en esa época. Pueden imaginarse el interés que me despertó saber que había escrito un estudio de igual calidad sobre los años posteriores a la guerra fría, de 1990 a 2012
Y aquí se hace necesario un inciso. Hace muchos, muchos años, en los noventa del pasado siglo, ya había leído otro libro de este autor: La paz simulada, escrito en colaboración con Enrique da Cal y Ángel Ugarte. Obra centrada en la Guerra fría que devoré con fruición, ya que, como sabrán, mi adolescencia había transcurrido en los años ochenta, durante los últimos coletazos de ese conflicto, cuando parecía que, a la mínima, habrían de empezar a llover pepinos nucleares. No ocurrió así, por suerte, así que, durante los noventa, me obsesione con comprar libros dedicados a ese periodo: obras que me ayudasen a comprender el porqué de esa locura. Sin embargo, con el tiempo, ese periodo que me marcó de manera indeleble ha devenido historia antigua, de la que aburre a los escolares. Ahora, pasados 30 años, es necesario descubrir qué ocurrió en la posguerra de ese conflicto, en este tiempo de neoliberalismo triunfante.
jueves, 11 de noviembre de 2021
miércoles, 10 de noviembre de 2021
Exposiciones en el Reina Sofía: Michael Schmidt/Pedro G. Romero
Fotografía de Michael Schmidt |
Acaban de abrirse dos exposiciones muy interesantes en el Reina Sofía Madrileño, aunque una de ellas, me temo, naufraga por su exhaustividad. Se centran, respectivamente, en la obra del fotógrafo alemán Michael Schmidt, activo en el último tercio del siglo XX y en las décadas iniciales de éste, obsesionado por documentar el estado de su ciudad natal, Berlín; mientras que la otra gira sobre la figura de Pedro G. Romero, artista español polifacético cuya trayectoria comenzó en los 80 y que abarca instalaciones, performances, arte conceptual, agitación política... un sin número de vertientes, opciones y propuestas.
martes, 9 de noviembre de 2021
viernes, 5 de noviembre de 2021
La fábrica de las fronteras, Francisco Veiga (II)
Por ello, las masacres debido a impactos directos fueron muy raras y, cuando se producían, solían provocar muchas polémica mediática. Tras la denominada <<matanza de la cola del pan>>, el 27 de mayo de 1992, atribuida a un morterazo serbio, levantó una enorme polvareda la publicación de diversos informes de las Naciones Unidas, según las cuales éste y otros ataques similares habían sido provocaciones organizadas por las mismas fuerzas bosniacas, a fin de forzar la tan ansiada intervención internacional. El bombardeo del 5 de febrero de 1994 sobre el mercado generó muchas dudas en su momento; a día de hoy existen ya pocas dudas de que el ataque se debió a las mismas fuerzas bosnio-musulmanes. De hecho, según fuentes de inteligencia estadounidenses, el gobierno de Sarajevo incluso lo admitió ante sus aliados americanos, aunque en secreto.
Francisco Veiga, La fábrica de las fronteras.
Ya les había hablado, en otra entrada, de este magnífico libro de Francisco Veiga, un completo -y algo polémico- análisis de las guerras de Yugoeslavia. Ese complejo de guerras civiles, que ocupan la década de 1990 por entero, supuso un shock para una Europa que aún celebraba el fin de la Guerra Fría y que, además, llevaba viviendo cuarenta y cinco años de paz. Tensa, pero necesaria tras los treinta años de guerra sin cuartel, culminados en el genocidio contra los judíos, que habían ocupado la primera mitad del siglo XX. En muchos aspectos, las guerras yugoeslavas parecieron, para los europeos, como un retorno a esos años terribles, ya que la limpieza étnica, con toda su crueldad, se convirtió en su rasgo característico. Sin olvidar tampoco que, al contrario que las hostilidades de primeros de siglo, esta guerra fue televisada: durante largos años los europeos pudieron ver, día tras día, imágenes de las atrocidades casi según se estaban produciendo. Nombres como Sarajevo o Srebenica se clavaron en la memoria de los contemporáneos, pasando a formar parte de la larga historia de la infamia.
Sin embargo, a pesar de esa exposición mediática y de la cercanía temporal de los hechos, subsisten aún graves dudas y discordancias sobre lo que ocurrió en realidad. En la entrada anterior, ya les había señalado como la versión construida en esos años -y que aún persiste en gran medida- ponía la responsabilidad del conflicto en el estado serbio y sus dirigentes -Milosevic y Karadzic, quienes habrían intentado crear una Gran Serbia arrebatando amplias regiones a las repúblicas yugoeslavas vecinas. Esa culpabilidad se extendería también a las limpiezas étnicas, que habrían sido perpetradas, casi en exclusiva, por los serbios, teniendo como epítome el asedio de Sarajevo y las matanzas de Srebenica. Sin embargo, lo que ocurrió en realidad es que nadie quiso mantener la unidad de la federación, cuyos organismos fueron minados, desde dentro, por los propios gobernantes de los futuros estados sucesores. Serbia no habría podido hacer nada sin la colaboración, tácita y tempestuosa, de Croacia, cuyo presidente, Tudman, acordó en varias ocasiones el reparto de Bosnia con Milosevic.
miércoles, 3 de noviembre de 2021
Exposición Ad Reinhard, El arte es el arte y todo lo demás es todo lo demás, en la fundación Juan March