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viernes, 19 de febrero de 2021

Dostoievski en la Segunda Guerra Mundial

Se lo adelanto: Voskhozhdenie (La ascensión), película realizada en 1977 por la directora rusa Larisa Shepitko, se encuentra en mi lista de las mejores películas de la historia. La impresión que me causó cuando la vi por primera vez fue demoledora, un auténtico shock que me dejó grabadas muchas escenas en la memoria. Es una pena que esta directora muriera al poco de terminar esta película, en un accidente de tráfico. Con el altísimo nivel de sus pocas obras completadas -y con Voskhozhdenie rozando la categoría de obra maestra-, es casi seguro que habría pasado a formar parte del selecto grupo de grandes maestros de la cinematografía.
 
Su marido, Elem Klimov, tampoco es un desconocido. Como ya les expliqué hace unas semanas, este director rodó una obra insuperable sobre la Segunda Guerra Mundial en el Frente del Este: Idí i Smotrí (Masacre: ven y mira, 1985). Voskhozhdenie aborda ese mismo periodo, en concreto la resistencia contra los nazis en Bielorrusia así como la represión sanguinaria, de tintes genocidas, que éstos ejercieron sobre la población eslava. Sin embargo, aquí finalizan las concomitancias. Si el film de Klimov es una descripción naturalista, repulsiva y brutal, de una de esas masacres, el de Shepitko deriva hacia el misticismo y la resolución de conflictos morales abstractos. Al estilo de los que Dostoievsky y Tolstoi se planteaban  un siglo antes.

En principio, no debería haber sido así. La película de Shepitko responde a un modelo muy común en el cine soviético: el del héroe comunista que toma conciencia de la importancia de la revolución y se sacrifica su vida por ella. Sin embargo, desde 1960 los directores jóvenes - no sólo Shepitlo y Klimov, sino también Tarkovski o German- encontraron medios para subvertir este estereotipo. En gran medida porque la huella de la guerra contra el nazismo, con su cortejo de destrucción y matanzas, había dejado una huella indeleble en varias generaciones de rusos. Al contrario del huero patriotismo holllywodense, en el que los héroes acaban por triunfar sobre incontables y enemigos, el fracaso, la impotencia la derrota y la muerte son constantes en el cine bélico soviético posterior a Stalin.
 
Esa atmósfera de desolación,de perdición, de destino fatal inexorable está presente desde las primeras escenas del film. La película transcurre en medio del crudo invierno ruso, de manera que lo primero que sentimos como espectadores es frío, un frío intenso contra el que no hay protección alguna, propio de quienes no tienen donde guarecerse -como los partisanos protagonistas-, que se irá acentuando a medida que transcurra el metraje, casi como si él fuera otro personaje. No es, sin embargo, la única sensación física que la película transmite a la perfección. Al frío se añadirá el sentimiento de persecución e indefensión -el film se abre con los alemanes cazando de manera despiadada a los partisanos-, y sobre todo, el hambre. Un hambre inextinguible, acechando de cerca a los personajes, para acabar siendo el desencadenante de la tragedia que se abatirá sobre dos de ellos.

Unas sensaciones que de las que Shepitko nos hace partícipes mediante unas imágenes únicas. Pocas veces, por no decir ninguna, las he visto tan bien reflejadas. Mejor dicho, retratadas, porque Shepitko se complace en recorrer los rostros de los personajes, en permitirnos observarlos como si fueran conocidos, amigos, familiares nuestros,  para que en ellos reconozcamos su miedo, su extenuación, su desánimo y su abandono. Y en medio de esa desolación, la encrucijada moral, quizás la salvación, la ascensión a la que se refiere el título. Uno de los protagonistas se encontrará con la muerte, implacable e insoslayable, que se limitará a pasar a su lado apenas rozándole, permitiéndole permanecer, un breve tiempo más entre los vivos.
 
Tras ello, se sabrá ya muerto en vida, liberado de todas las ataduras mortales, de todos los condicionamientos que nos fuerzan a aferrarnos a la existencia, aun cuando eso signifique abjurar de todos nuestros principios, traicionar los más querido. Sólo así, con esa libertada otorgada por la muerte, le será posible tomar una decisión moral pura, inusitada e incompresible en ese mundo de la ocupación nazi, en ese mundo donde el saqueo, el asesinato y la tortura campan a sus anchas. Tornadas en ley por los nuevos, la raza superior para la que el resto no éramos más que esclavos. Pero aún, alimañas a las que exterminar.
 

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