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domingo, 27 de diciembre de 2020

Monumentos

A estas alturas, no creo que haga falta defender una película como Akira (1988) de Katsuhiro Otomo. Desde su estreno oficial -e incluso desde antes, porque fragmentos de la cinta se emitieron por las televisiones-, se convirtió en un icono generacional. Intergeneracional incluso, porque a cada reestreno y reedición ha conseguido conectar con el público joven. Ha devenido, además, un hito de la animación en general, cuyos logros pueden ser igualados pero no superados, incluso en un tiempo en que el ordenador es la herramienta única. No tanto por la calidad técnica -excelsa para su época, pero en la que se pueden descubrir errores e inconsistencias-, sino por la energía y fuerza que rebosa cada plano. Pocas veces se ha conseguido una animación que refleje el movimiento con tanta precisión y verdad, aun cuando, como ocurre con las obras señeras de este arte, esa verosimilitud es producto de la manipulación.

Lo que sí quiero poner de manifiesto, más allá de su inmensa influencia y su pervivencia en innúmeros homenajes y copias -como  en la reciente y muy mala Human Lost (2019, Fuminori Kizaki)-, son dos aspectos formales que contribuyen a su grandeza: la música y la narración. Como sabrán, la música de Akira ha devenido una de esas partituras reconocibles al instante, que a los primeros compases trae a la memoria escenas enteras de la película. Sin embargo, les puede sorprender saber que la música de Akira es muy breve y concisa. Si revisan el CD que contiene la llamada Symphonic Suite, de unos 70 minutos de duración, más o menos a la mitad el disco empieza a digredir. Aparecen temas que no figuran en el metraje, mientras que los que sí lo hacen han sido ampliados. ¿Qué ha ocurrido?

Lo que sucede es que en Akira el uso de la música está dosificado con inteligencia. La mayor parte del tiempo el sonido es ruido ambiente, incluso silencio, que se interrumpe con brusquedad por la irrupción de la música. La mayoría de las veces, además, no con temas completos, sino con cuñas e interjecciones. Esa parsimonia sirve para subrayar momentos importantes en la trama, que quedan a su vez unidos indisolublemente a esa música. No sólo eso, sino que el uso de esos fragmentos aislados sirve de llamada de atención, de aviso de cambio inminente, que se verá completado cuando el tema se escuche entero. De esa manera, trama y música se apoyan la una a la otra, se complementan dramáticamente, permitiendo escapar de dos errores comines en las bandas sonoras de ahora: ser genérica, quedando disociadas de lo que se cuenta, al tiempo que confieren épica a momentos que no tienen ninguna.

Respecto a la narración, basta con ver los primeros veinte minutos para darse cuenta de lo bien que está contada la película. En esa sección inicial, al contrario que muchas películas recientes -y de nuevo tengo que sacar a colación Human Lost-. Akira lo dice todo sin contarte nada. Apenas hay diálogo y el poco que hay es utilitario -órdenes, comentarios banales, algunos nombres aquí y allá- pero eso no impide que conozcamos quién es quién o cuál es su posición y futura importancia en la trama. Para que se hagan una idea, les resumo a continuación la información que se vuelca en esos minutos iniciales, todo ello sin que nadie pare la acción para contarnos cual es el trasfondo de la historia. 
 
Sabemos que hay guerras entre bandas juveniles y que en una de ellas el lider es Takeda, mientras que a Tetsuo se lo tolera. Comprobamos que estas bandas campan por sus respetos, causando víctimas inocentes por doquier, pero sin que la policía parezca intervenir. Esa inacción se debe a la presencia movimientos subversivos, simbolizados en manifestaciones multitudinarias, que exigen la presencia de todos sus efectivos para su represión. Es en ese contexto de desgarro social donde aparecen unos personajes que buscan no llamar la atención, aunque la cámara no les pierde de vista. Dan la impresión de formar parte de una organización clandestina, seguramente terrorista, lo que da la entrada a sus antagonistas: el ejército, la auténtica autoridad en la sombra, cuya principal función parece ser proteger un projecto secreto.

Esta presentación culmina en un instante en que esas tres tramas argumentales -pandilleros, terroristas y militares- se cruzan, momento en que la película comienza de verdad. Sólo ese inicio valdría por toda la película -y cuando yo lo vi, emitido por la tele, me convenció por completo-, pero no es un logro aislado:  esa coherencia narrativa se va a mantener a lo largo de toda la película. No es que no haya momentos de cansancio -un poco antes del desenlace se ve aquejada de un poco de inflación friqui-, pero mantiene dos virtudes esenciales: la narración es transparente, en el sentido de saberse dónde están los personajes y cómo llegan hasta allí, al tiempo que las secuencias de acción no están hinchadas. 
 
Para mi sorpresa, las recordaba más largas, más prolijas, mientras que en la realidad se limitan a introducir un cambio en la trama, mostrar la dirección en la que se va a dirigir después e introducir una elipsis. Se consigue así evitar el cansancio argumental al que me refería antes, al tiempo que se aumenta el efecto dramático, puesto que tanto nosotros como los personajes desconocemos lo que ha sucedido, aunque lo intuyamos vagamente.

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