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sábado, 5 de diciembre de 2020

Más allá de nuestro terruño (II)

We may assume that it was the growing popularity of the Noqtavis, and their anti-jurist and even anti-state ideas, which turned the Shah against them. The Noqtavis were persecuted under Tamasp, but it was Abbas's millennial anxieties that persuaded him to eradicate the agnostic heretics. Following his astrologer's advice, and under the pretext of avoiding the ominous celestial conjunction in March 1592, corresponding to the year 1000 of the Hijra calendar, he temporarily abdicated, placing a Noqtavi dervish in his stead. This no doubt was a symbolic move, perhaps mimicking a Nowruz ritual of carnival king (mir-e nowruzi), which in effect aimed to bring about the Noqtavi promise of a new era. In a few days, however, once the supposed ominous millennial conjunction was over, the Shah promptly ordered the execution of the deceived dervish king. In a concerted move, he subsequently went about destroying the community leaders, on charges of heresy and treason. They had been accused of preparing a revolutionary overthrow of the Safavid State, and even of collaborating with foreign powers. Their correspondence with Abol-Fazl' Allami (d.1602), the cellebrated minister to Emperor Akbar (r. 1556-1605), the Mughal ruler of India, reportedly proved the existence of a network of a plot.

Abbas Amanaty, Iran, a modern history

Se puede suponer que lo que puso al Shah en contra de los Noqtavis fue su creciente popularidad, así como sus ideas contrariaras al orden jurídico, incluso contra el estado. Los Noqtavis fueron perseguidos bajo Tamasp, pero fueron los temores de Abbas frente al fin de los tiempos los que le persuadieron a eliminar a esos heréticos agnósticos. Siguiendo el consejo de su astrólogo y bajo el disfraz de intentar evitar la ominosa conjunción planetaria de marzo de 1592, coincidente con el año 1000 tras la Hejira, Abbas abdico de manera temporal en un derviche Noqtavi. Sin duda, ésto fue un acto simbólico, quizás replicando el ritual Norwiz del rey de las fiestas (mir-e nowruzi), que de hecho apuntaba a propiciar la profecía Noqtavi de una neuva era. Tras unos días, cuando la supuesta conjunción del milenio había pasado, el Shah ordenó la ejecución sumaria del rey derviche. En un movimiento coordinado, procedió a eliminar los líderes comunitarios, bajo los cargos de herejía y traición. Se les acusaba de preparar una revolución para derribar el estado safavida e incluso de colusión con potencias extranjeras. Su correspondencia con Abol-Fazl' Allami (muerto en 1602), el famoso ministro del emperador Akbar (reinó de 1556 a 1605), gobernante mogol de la India, se alegó como prueba de la existencia de una conjura.

Les hablaba, en una entrada anterior, del acenso y consolidación del poder Safavida en Irán durante el siglo XVI, bajo su fundador Ismail y su sucesor Abbas. De nuevo, no me cansaré de apuntar el error que cometemos los españoles en contemplar la historia universal a través de las anteojeras de nuestra gloria imperial: en los siglos XVI y XVII se constituyeron otros cuatro imperios universales euroasiáticos, tan poderosos o más que el nuestro. De hecho, la presencia hispano-portuguesa en el Océano Indico y el Pacífico se limitó a zonas marginales -las Filipinas -o plazas comerciales aisladas. Estados como el Japón Tokugawa o la China Ming fueron capaces de imponer férreos sistemas aduaneros y censores que nos vetaron el acceso a esos países. 

Ni España, ni Portugal, ni ninguna otra potencia europea posterior fueron consiguieron obrar a su antojo en la zona - al menos hasta la segunda mitad del XVIII-, sino que tuvieron que bailar al son que les imponían los poderes asiáticos, Éstos nos contemplaban con condescendencia, considerándonos, en el mejor de los casos, como curiosidad exótica, y en el peor, como bárbaros y salvajes. En realidad, el factor decisivo a la hora de fundar y consolidar la presencia comercial Europea en Oriente en el XVI y XVIII no fue nuestra supuesta superioridad militar y tecnológica, sino el hecho de que estos imperios asiáticos eran terrestres, sin mucho interés en mantener una supremacía marítima. Si se lo hubieran propuesto, nos habrían eliminado de un papirotazo, como ocurrió con la plaza portuguesa de Ormuz, tomada por los Savafidas sin mucho esfuerzo a principios del siglo XVII.

Otro prejuicio es nuestra idea de esos principados orientales como inmensamente ricos y poderosos - que lo eran, y en una media que nuestro Imperio Español nunca pudo soñar en emular-, pero al mismo tiempo como corruptos, crueles y despiadados, en una extraña amalgama de salvajismo y refinamiento. De ese tiempo proviene la idea del llamado despotismo oriental, ese sistema de gobierno de las potencias asiáticas donde el capricho de un potentado podía llevar a ejecuciones masivas. Un mito que aún proyecta una larga sombra que llega hasta nuestro presente y de hecho, si se fijan, inconscientemente estoy eligiendo texto que confirman ese prejucios. Hechos que, aunque reales, parecen contradecir nuestro sentido de la lógica, la mesura y la justicia, propios de esos tiranos orientales sin contrapeso su poder omnímodo

Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Esos imperios mundiales del Próximo y el Lejano Oriente,  construyeron espacios políticos estables, fuera de las intrigas en el interior de la elite, que durante los siglos XVI y XVII llevaron la paz una gran mayoría de la humanidad. Una placidez que trajo consigo un alto desarrollo cultural y artístico, con poco que envidiar al de la Europa coetánea, más bien al contrario. Nuestro continente, no se olvide, se hallaba sumida en guerras continuas y con dos extremismos religiosos en conflicto, el protestante y el católico, que pusieron en marcha mecanismos de control de la población, como la guerra propagandística o la vigilancia estatal de las costumbres, que podrían considerarse antecesores de lo llevado a cabo por los totalitarismos del XX

Por ponerles un ejemplo de ese grado de progreso y de cultura, en la segunda mitad del siglo XVI el emperador mogol Akbar -citado en el párrafo que abre esta entrada- encargó la redacción de una enciclopedia. Esa obra debería compilar todo el saber conocido entonces, una empresa que no se intentaría en Europa hasta el siglo XVII. De manera similar,  pero en el ámbito otomano, el arquitecto Sinán, con el patronazgo de los sultanes y los recursos de un Imperio que se extendía por tres continentes, pudo construir mezquitas, palacios y otros edificios por todo el imperio, a una escala y número inimaginable en Europa. En nuestras latitudes, las obras duraban décadas, cuando no siglos, pasando de arquitecto en arquitecto, a medida que la falta crónica de fondos obligaba a pararlas sin fecha definida de reanudación.

En el ámbito iraní, los Safavidas convirtieron Isfahán en su capital, embarcándose en un plan de embellecimiento que dio lugar a un espacio urbano único. No sólo por la acumulación de mezquitas, palacios y otros edificios religiosos y civiles, de un estilo característico llevado hasta su perfección, sino por su ordenación racional en torno a ejes y plazas. El modelo de Isfahán se aparta así de forma radical de la ciudad-arrecife coralina del Mediterráneo y Oriente, donde las casas crecen de forma caótica a partir de un núcleo original - la mezquita o la ciudadela-, convirtiendo su red viaria en un laberinto. Se parece más bien a las ciudades ideales occidentales que surgirían en el siglo XVII - de nuevo, con varios siglos de retraso -a ambos lados del Atlántico.

El Irán Safavida contó también con una escuela de miniaturistas de altísimo nivel, capaces de representar con exquisito refinamiento cualquier tipo de tema: desde las campañas militares hasta los relatos sagrados, pasando por el ocio, el amor e incluso el erotismo  Sólo su presencia basta para mostrar qué parcial es la concepción del Islam como una religión iconoclasta, infundio esparcido tanto por sus enemigos exteriores como por sus regeneradores puritanos interiores. Sirve también para poner sobre la mesa un rasgo característico de la historia y la cultura iraní: la presencia, en conflicto continuo, de corrientes progresistas frente a otras reaccionarias, contradicción esencial que nos hace tan difícil comprender la evolución política de la actual República Islámica.

Así, en tiempos del Shah Abbas, aun cuando los cimientos del poder Safavida eran de un extremo rigorismo Shií, aparecieron otras corrientes que ponían en duda esos fundamentos teológicos, acercándose al escepticismo e incluso al ateísmo. Escuelas, como la del sufismo Noqtavi, que bebían de otras fuentes ideológicas mucho más antiguas, del paganismo preislámico, defendiendo una libertad de pensamiento y de costumbres que a nosotros nos parecen muy cercanas. Por su puesto, cualquier pensamiento excéntrico puede sobrevivir -e incluso extenderse entre las élites- en tanto no haga vacilar a los poderes establecidos -o el control del autócrata-.

Así les ocurrió a los Noqtavi, quienes eran útiles para Abbas a la hora de controlar al clero rigorista, pero que se tornaron en enemigo a quien exterminar en cuanto su acción corrosiva pudo poner en peligro al Shah.

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