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domingo, 4 de octubre de 2020

Sin retorno
























































Made in Abyss (Masayuki Kojima) es de lo mejor del anime estrenado en 2017. Aunque su diseño de personajes bebía del odioso complejo moe-kawai, esto sólo era un truco para inducir en el espectador una falsa seguridad. En realidad, en ese anime anidaba un turbador sentimiento de horror primordial, que iba acentuándose a medida que avanzaban sus capítulos. Para los que no lo hayan visto, la premisa argumental consistía en la existencia de un inmenso pozo sin fondo, alrededor de cuya boca había crecido una ciudad de buscadores-mineros que se adentraban en él con regularidad. Su objetivo era recuperar unos objetos misteriosos, de tecnología muy superior a la que estos aventureros manejaban, y cuyo precio en el mercado, como pueden imaginar, bastaba para hacer la fortuna, además de granjearle fama universal, a quien tuviese la suerte de encontrarlo.

Sin embargo, adentrarse en esas profundidades no era tarea fácil. Ese abismo estaba habitado por una fauna y flora- fuera de lo ordinario, que iba haciéndose más peligrosa, dañina y mortifera a medida que se descendía. El ser humano quedaba reducido a la condición de presa, cuando no de mera carroña o mantillo para parásitos, dentro de una naturaleza que procuraba eliminarlo de manera activa. Añádase a esas dificultades que el descenso acarrabea graves secuelas físicas y psíquicas. Como cuando se bucea a gran profundidad, el solo descender a niveles inferiores podía suponer la muerte, si no se hacía con cuidado, al tiempo que apresurarse en retornar a la superficie ocasionaba graves accidentes de descompresión: cualquier ascensión sólo podía acometerse tras largos periodos de aclimatación. 

Tales eran los daños que podía acarrear el retorno que algunos de los personajes con los que se encontraban los protagonistas en su ruta habían decidido no intentarlo, tras largos periodos de permanencia en las profundidades. Se habían excavado su propia guarida en las profundidades y observaban a sus semejantes con indiferencia y desapego. Sin dañarlos, pero sin dignarse a ayudarlos. Otros, incluso, habían dejado ya de ser humano, convirtiéndose en otro elemento más de esa naturaleza agresiva y cruel. Dispuestos a terminar con cualquiera que se adentrase en sus dominios, si eso servía a sus designios. O por mero afán de diversión, como el gato que juega con su presa.

De ahí, de ese lento desvelarse de un destino inexorable, surgía ese fatalismo, ese horror primordial al que me refería al principio, acentuado por el rechinar de su horrenda realidad insoslayable con los diseños amables y optimistas con que se representaba. De hecho, la brutalidad de ciertas escenas -que no voy a revelarles- competía con casi cualquier cosa que se pudiese haber visto en los tiempos gloriosos del anime truculento y macabro de los años ochenta. No obstante, la serie tenía un problema: dejaba la historia en suspenso, sin concluirla o encarrilarla. Los 13 episodios que la componían daban la impresión de ser una mera introducción a algo mayor.

El aficionado ha tenido que esperar tres años para tener un poco más de Made in Abyss, esta vez en forma de largometraje. Fukaki Tamashii no Reimei (Amanecer del alma profunda, 2020) adolece a su vez, como la serie, de parecer un mero elemento de transición hacia ese destino final que no sabemos si vendrá en forma de serie o nuevo largometraje. Sin embargo, no desmerece en nada a la serie original, manteniéndose al altísimo nivel que la caracterizaba. Con el añadido, gracias el presupuesto mucho más holgado de cualquier de película, de una animación más detallada, expresiva, y completa. Abundante en esos imposibles que el ordenador ha hecho habituales. pero incluso con alguna que otra incursión en atrevimientos formales poco comunes. De esos que nos hacen babear a los aficionados a la animación, pero que pasan inadvertidos al espectador común, cuando no provocan su rechazo.

Se trata, por tanto, de un anime notable, muy de agradecer en un año que me estaba dejando mal sabor, entre obras menores de grandes nombres y espectáculos grandiosos muy rutinarios. Un logro que no se limita, sin embargo, a la mera virguería técnica o a la prolongación, con talento, de lo contado en la serie. Como les comentaba, los 13 episodios de la serie habían sido un crescendo continuo, transitando de un relato de aventuras al uso a esa descripción de un horror primordial contra el que no tenemos defensa. Pues bien, la película se las arregla para dar un paso más, ahondando en esa sensación de vértigo, asco y repulsión que me habían producido los últimos episodios de la serie.

En escenas como la mostrada arriba, que narra la disolución de un personaje en la nada absoluta, así como otras que no me atrevo a reproducir aquí. Tanto por su carácter de destripe argumental, como por el mal cuerpo que me han dejado.

Y eso en una serie cuyo diseño de personajes es mono, cuqui y entrañable.

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