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martes, 31 de marzo de 2020

Sin Alma








































Esperaba con gran ilusión ver Promare (2019, Hiroyuki Imaishi), la última película del estudio Trigger. Pues bien, pese a sus muchas virtudes técnica me ha dejado bastante frío. No porque sus creadores no hayan echado el resto en ella, sino porque eso ha trabajado en su contra. Da la impresión que en su afán por ir más allá, al modo circense, de lo conseguido en otras producciones, se hubieran olvidado de lo más importante: el alma. La película está desprovista de toda emoción, de todo auténtico arrebato, a pesar de ser un torbellino de imágenes, de estar transida, de un extremo a otro, de una energía inextinguible e incontenible. Peor aún, viniendo de quien viene, no hay un sólo momento de humor.

Me explico. Los que lleven ya muchos años recodarán un estudio llamado Gainax. A pesar de que su obra más recordada es Neon Genesis Evangelion (1995, Hideaki Anno), drama existencial donde los haya, su producción se caracterizaba más bien por una vena anárquica y gamberra, poco común en el anime. De hecho, su mayor logro, FLCL (2000, Kazuya Tsurumaki), es lo más cercano al espíritu de la Warner que haya podido planearse  allí. Sin embargo, en 2011, una buena parte de sus mejores talentos abandonó el estudio para fundar otro: Trigger. Éste, en sus primeros momentos, pareció haber recogido la antorcha de su predecesor, con series tan redondas como Kill La Kill (2013).

Lo que unía a las producciones de ambos estudios, al menos a las de su vertiente más anárquica, era un claro gamberrismo juvenil, junto con un humor desbordante que no conocía limitaciones, en especial las sexuales. Virtudes muy encomiables que no quedaban reducidas a aciertos de guion, sino que conseguían ser plasmadas de forma visual. Al estilo, como les decía, de un Tex Avery. Esa necesidad irrefrenable de desbordar en imágenes lo que no podía ser expresado con palabras -o que sólo podía ser plasmado, precisamente, de forma visual-, dotaba a la animación de ambos estudios de un tono experimental muy poco habitual en la animación comercial. Si para representar la energía que les sobraba tenían que romper las reglas, bienvenido era. Con tal tino y precisión, además, que sólo con la locura continua, la fuerza incontenible de su animación, conseguían que se sostuviesen series que no tenían pies ni cabeza. Daba igual la historia, que apenas era más que una cuerda floja sobre la que enhebrar piruetas.

Lo asombroso es que no se partieran la crisma más a menudo o que se les tolerasen excesos que en otros habrían repelido. Quizás estaban bendecidos con una gracia especial, la justa para no pasarse ni quedarse cortos. Contaban con el grado justo de locura que les llevase al borde del abismo, pero sin llegar a despeñarse por él.  Y ahí, precisamente, radica la gran carencia de Promare, en parecer una locura por entero bajo control, sin riesgo alguno a pesar de sus acrobacias. Su animación es espectacular, un demostrar continuo de las posibilidades de la animación actual, capaz de convertir en habitual lo que hace veinte años habría sido un milagro. Sin embargo, a pesar de su fulgor, no tiene la garra que los productos de aquéllos tiempos, construidos con menos recursos y técnicas más primitivas.

En primer lugar, porque en ningún momento se llega al asombro. Lo que Promare consigue  con su animación es ahora habitual, como puede comprobarse sólo con ver Kaijuu no Kodomo (Los niños del mar, 2019,  Ayumu Watanabe). Sin que, además, dé nunca la impresión de desmelenarse, de realizar un salto mortal sin red. En segundo lugar, empeorándolo aún más, esa vistosidad oculta una falta completa de humor. El continuo ejercicio de hipérbole en el que se embarca la película nunca llega a ser consciente de sí mismo, para reírse de sus pretensiones. Salvo en ocasiones muy contadas, que casi parecen metidas con calzador.

El resultado es una película aburrida a pesar de su brillantez. Plana,  a pesar de su tumultuosidad. Rutinaria, aún cuando se diferencia de todas las demás. Olvidable, a pesar de venir de quien viene.

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