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sábado, 29 de febrero de 2020

Lo que nos negamos a ver


Antes de pasar a comentar la nueva exposición del CaixaForum madrileno, de nombre Vampiros, la evolución del mito, me veo obligado a dar un capón a los organizadores. Si de lo que se trataba es de rastrear como ese icono contemporáneo ha sido plasmado en la literatura, la pintura y, en especial, el cine, es imperdonable olvidarse de un hito de la animación como fue Vampiros en la Habana (1987), de Juan Padrón. Vale que esta muestra provenga de una institución francesa, la Cinemathèque Française, lo que explica cierto sesgo temático y geográfico, pero eso no es disculpa para que no se haya pensado en adaptarla a las particularidades de otros públicos. En concreto, a las referencias que un espectador de habla hispana pudiera tener.

Volviendo ya a la propia exposición. Mientras la visitaba me di cuenta que de todos los mitos contemporáneos, el del vampiro es el único que sigue de actualidad o al menos se sigue cultivando con asiduidad. Otros muchos, centrales en nuestra cultura hasta ayer mismo, están ya bastante apolillados. El del Don Juan/Casanova, con Carmen como su opuesto en genero, es de poca entidad en una sociedad que ha visto ya de todo en materia sexual e incluso comienza a virar hacia un puritanismo producto del hastío. Asímismo, presencias ubícuas en otros tiempos, como la del vaquero/pistolero del Salvaje Oeste, se han desvanecido por completo del imaginario colectivo, sino es en forma de evocación nostálgica o irónica.


Es cierto, no obstante, que el mito del vampiro comienza a mostrar signos de cansancio. Lo que en la visión de Stoker -o de Murnau- era un superdepredador para el que los seres humanos no eran muy diferentes de las vacas ha ido sufriendo un proceso de humanización, de sentimentalización. Su esencia se ha ido así desvirtuando, desgastando, con el tiempo. Películas como Interview with the Vampire (Entrevista con el Vampiro, 1994, Neil Jordan), incluso series como Buffy the Vampire Slayer (Buffy Cazavampiros, 1997-2003, Joss Whedon), alternaban el concepto del monstruo definitivo con una visión existencialista, incluso fatalista, de esos monstruos, demasiado condicionados por su existencia terrenal anterior.  No obstante, quedaba aún en ellas una barrera que impedía una identificación completa con un ser amoral para el que sólo éramos ganado, a menos que admitiésemos lo mucho de repulsivo que se escondía en nuestra propia naturaleza. 

Ese límite último se cruzó en estas últimas décadas, con Bram Stoker's Dracula (Drácula de Bram Stoker, 1992,  Francis Ford Coppola), y no para bien. En ese filme, Drácula era redimido por un amor que traspasaba los siglos y que justificaba todo, incluso los mayores crímenes, al estilo de la santificación que se hacía del personaje de Hannibal Lecter en The Silence of the Lambs (El silencio de los corderos, 1192, Jonathan Demme) y derivados. Entiéndase, digo para mal porque esa transgresión no se atrevía en ningún caso a completar con la audacia suficiente, lo que prometía al espectador. En ningún caso proponían una defensa del mal sin ambages, como muy bien supo hacer Sade, sino que se veían obligados a edulcorar su rebeldía con empalagosas dosis de romanticismo y de amores eternos, ante lo que todo debe ceder. Pues bien, que sepan que Hitler también estuvo enamorado y eso no le exculpa en absoluto de haber ordenado el Holocausto

Con esos polvos, no es de extrañar que hayamos tenido que acabar sufriendo lodos como la saga Crepúsculo, donde del mito del vampiro queda más bien poco y todo se reduce a fantasía de adolescente. En concreto la de la niña que cree que puede cambiar a un malote, cosa que en la realidad sólo lleva a abusos,. maltratos y violencia de género.

Leonor Fini, Ilustracion para Carmilla
Pero estoy siendo injusta con la exposición. A pesar de sus defectos y de la posible decadencia del mito del Vampiro, el viaje que nos propone es fascinante. Primero, por la juventud del mito. El desencadenante fue la novela homónima de Bram Stoker, publicada en los últimos años del siglo XIX, hace apenas 120 alos. Es cierto que había habido otros intentos, como la Carmilla de Le Fanu o el famoso cuento de Polidori -e incluso algunos de Tolstoi-, pero la mayoría de los rasgos que asociamos con el vampiro proceden de la novela y, curiosamente, de la adaptación fílmica de Tod Browning con Bela Lugosi -y más tarde el de Christoper Lee para la Hammer-. De ese mito refundido/renacido quedaron fuera otros rasgos que habían formado parte del folkore europeo medieval, como la fase larvaria inicial del monstruo, producto de una metamorfosis en la sepultura. Una creencia de la que son testimonio mudo ciertos hallazgos arqueólógicos: lajas de piedras y cantos rodados embutidos en las bocas de los muertos, para impedirles alimentarse en esa fase primigénia.

Es curioso también como de esa vía principal quedaron desgajadas otras que no llegaron a fructificar, a pesar de su impacto en el público y de su importancia cinematográfica. Les hablo, por supuesto, del Nosferatu (1922) de Murnau, obra que aún, cien años después produce inquietud y desasosiego, en gran parte por su retrato único e irrepetible del vampiro. Es quizás el más cercano a las intenciones de Stoker, puesto que Nosferatu domina las fuerzas naturales y las mentes de los hombres, obligándolas a doblegarse ante su voluntad; pero también el más lejano a él, al llevar al extremo las tendencias implícitas en la novela original. El Nosferatu de Murnau es el superdepredador por excelencia del que les hablaba al principio, poseído por un hambre insaciable y -ojo-, sin que su actividad lleve a la reproducción de sus especie. La enfermedad que transmite sólo mata, pero no se contagia, de forma que puede tener siervos, pero nunca hijos, al contrario que cualquier otro vampiro del cine o la literatura.

La exposición no se queda ahí, en las referencias señeras. Lo importante de un mito -lo que lo convierte en él, al estilo griego- es su transmisión y aceptación por la sociedad entera. En ese sentido el ascenso y consolidación de la cultura popular, libre ya de cualquier estigma, se ha adueñado de la imagen del vampiro y lo ha conducido por derroteros insospechados, muy lejos de lo que han podido marcar las películas de prestigio que jalonan su evolución.

Incluyendo incluso el humor más alocado como era, es, el caso de Vampiros en la Habana

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