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sábado, 4 de enero de 2020

Del cómic a la pantalla (y 1)













































No sé si lo recordarán, pero hace ya unos cuantos años, cuando a un impresentable -bah, digámoslo con todas las letras, a Zack Snyder- se le ocurrió la temeridad de adaptar Watchmen (1986, Alan Moore/Dave Gibbons), a la gran pantalla, su forma de darse pisto fue proclamar que su película reproduciría el cómic viñeta a viñeta. Como pueden imaginar, con ya admitía de forma explícita su ignorancia de las auténticas intenciones y significado del cómic de Moore/Gibbons, lo que explica que fracasara de manera estrepitosa en su fotocopia, agotada en remedar poses y situaciones. Un cómic es algo más que un conjunto de viñetas puestas de cualquier manera. Su secuencia y disposición en la página, el contenido embutido en cada una, su relación con las demás que le rodean, son cruciales y ejercen una función similar al del encuadre y el montaje en el cine. Una traducción mínimamente correcta, habría necesitado de un director con talento, requisitos que Snyder no cumplía ni de lejos.

Por desgracia, parece ser que para le público actual la regla, a la hora de valorar las adaptaciones de cómic, es una fidelidad a ultranza al material original. Si no se ve en pantalla exactamente lo mismo que estaba dibujado en las páginas, en el mismo orden y con la misma cadencia, se considera malo y fallido. Peor aún, asimilable a una traición. Se niega así cualquier posibilidad de libertad creativa a los adaptadores, que les permita desarrollar lo que pudiera haber quedado incompleto o bien explorar aspectos implícitos en la trama. No obstante, en descargo a esta obsesión contemporánea por la fotocopia, hay que señalar que no es moderna ni mucho menos: el espectador siempre ha querido ver en pantalla lo mismo que el se había imaginado en su cabeza. No es de extrañar, por tanto, que las mejores adaptaciones cinematográficas siempre hayan sido de novelas baratas, cuando no pestilentes, en las que importaba poco respetar una fidelidad a unos contenidos que no la merecían.

¿Y a cuento de qué esta introducción? Pues que me he puesto a revisar las adaptaciones animadas de los cómic de Asterix, empezando por Astérix, le Gaulois (Asterix el Galo, 1967,  Ray Gossens). Se trata de una adaptación muy fiel del primer album de la serie de Asterix, del que no se aparta un milímetro del argumento, aunque sí "normaliza" sus diseños de personajes, puesto que en esa primera entrega Uderzo los fue afinando a medida que avanzaban las páginas. Por desgracia, es una mala adaptación, a la que le falta el ritmo y el filo de los guiones de Goscinny, así como el ojo compositivo de Uderzo. A pesar, como ya les indicaba de ser casi una fotocopia del albúm.

Este fracaso no es debido de manera completa a la adaptación. Influye también la fragilidad y provisionalidad de la estructura de producción. En Europa, al contrario que los EEUU, nunca se creó un sistema de productoras de larga vida -la época dorada de la animación USA abarca de 1930 a 1960-, lo que impidió que se crease un estilo característico, probado, ensayado e industrializado, done los nuevos animadores fueran enseñados a conseguirlo. La animación Europea, fuera de algún estudio aislado, debía siempre empezar desde cero, viéndose obligada a inventar la rueda en cada intento. Forzada, una y otra vez, a copiar los logros de las productoras estadounidenses, en especial la Disney, pero sin contar con su presupuesto. El resultado fue que la animación europea siempre parecía anticuada -en los años cuarenta, por ejemplo, seguía anclada en el estilo de los treinta-, al tiempo que desmañada y tosca. Desprovista de la facilidad y ligereza que confiere el usar una panoplia de trucos acumulados durante decenios, transmitidos de generación en generación de animadores.

No obstante, esas carencias de producción no quitan que la adaptación adolezca del mismo error de principio que la de Snyder. Los recursos del cómic, en especial la composición de página, no son traducibles directamente a la cine, por lo que o bien se dejan de lado o se intentan remedar. Con resultados muy mediocres, si no se cuenta con experiencia, ingenio y medios, puesto que el desmontaje de la viñetas conduce a caídas de ritmo y torpezas de montaje, aún más notables si el material original era de una agudeza y una precisión, en su desarrollo y en su plasmación, como el que podían conseguir Uderzo y Goscinny.

Por ejemplo, en una de las peripecias del cómic, los romanos han ingerido, engañados, una poción que les hace crecer el pelo a velocidad vertiginosa, ocasión que Panorámix y Astérix aprovechan para encadenar juego de palabra tras juego de palabra relacionado con el cabello, ante la desesperación del comandante romano. Ese gag lo resuelven Uderzo y Goscinny en escasas tres viñetas, donde las expresiones se van exagerando cada vez más, en un crescendo hilarante que parece no tener fin, contraponiendo  la hilaridad desbocada de los galos a la ira inagotable del comandante. En la película, esa misma escena es troceada en planos y contraplanos, obligados por la imposibilidad de mostrar el cabello creciendo al ritmo ilustrado en el cómic así como la dificultad de animar varios personajes al mismo tiempo con la igual expresividad. El resultado es que la escena se alarga de modo innecesario, las reacciones quedan desconectadas, aisladas, por lo que se pierde el "timing" tan precioso en todo gag cómica. Queda una mera sucesión de chistes que no tienen demasiada gracia.

En resumen, una película que desaprovecha su material original, por falta de recursos y por esa obsesión fotocopiadora tan actual. Sin que la ayude mucho que en la edición que en visto, la razón de aspecto original 1,33:1 haya sido recortada a 1,76;1, destrozando los encuadres por completo, como podrán apreciar en las capturas que abren esta entrada.

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