Vaya por delante: No esperaba mucho de Une Chambre en Ville (Una habitación en la ciudad), película rodada por Jacques Demy en 1982. Está situada en una fecha muy tardía de su filmografía, muy alejada de su periodo de gloria, cerrado con Peau d'Âne (Piel de asno) en 1970. Si a eso añadimos que ya en esa cinta eran evidentes síntomas de cansancio, complacencia y manierismo, comprenderán que guardase pocas esperanzas... así como que se me hiciese muy raro que esa película hubiese acabado formando parte del cofre recopilatorio de Criterion.
Pues bien, desde las primeras imágenes -y los primeros compases de la música, esencial en toda película de Demy-, me di cuenta que me hallaba ante una película importante, única. Un encuentro agradable e inesperado que era asímismo reencuentro, puesto que esas escenas iniciales ya las había visto mucho tiempo atrás. No porque hubiese ido a ver la película en los cines, sino porque formaban parte de un reportaje recopilatorio sobre el cineasta, realizado con ocasión de su estreno. Se emitió en un programa semanal de la TV que para mí tiene carácter mítico: Fila 7. Un potpurrí de música, teatro y cine que inspiró mi cinefilia y modeló mis gustos, antes incluso de tenerlos, hasta el extremo de llevarme a reencuentros inesperados mucho tiempo más tarde, caso de Miklos Jancsó o Raoul Servais. Enamoramientos tempranos de los que había olvidado el nombre, pero no sus imágenes, las cuales, al toparme con ellas y reconocerlas, sirvieron para reavivarlos.
Lo mismo ha ocurrido con Une Chambre en Ville. Desde que vi sus primeras imágenes -esa carga de la policía que he ilustrado arriba-, me sentí como en casa. Por una razón doble, puesto que no sólo había reconocido aquéllas imágenes de mi adolescencia, sino que ésta película era un Demy por los cuatro costados. Merecía figurar, sin constituir ningún desdoro ni deslucirlos, entre los filmes que llenan su década prodigiosa. En muchos aspectos es incluso indistinguible de las de ese tiempo, lo que constituye otro de los muchos milagros de los que el cine de Demy es tan fecundo. Esa mirada retrospectiva, ése volver a rodar al modo y a la manera de antaño, no sabe a nostalgia, ni huele a rancio. Rebosa de vida, ímpetu, arrebato y osadía. Como si hubiera sido rodado en plena juventud, con las fuerzas aún intactas, inventando un estilo sobre la marcha, perfeccionándolo película tras película.
Cuando no debería ser así, puesto que toda la película mira al pasado, busca recuperarlo, por lo que debería haberse quedado en mero ejercicio de estilo, válido sólo para irreductibles. Se vuelve así, a una ambientación en los años 50 -anterior, por tanto, a los filmes canónicos de Demy-, por la que se pasean personajes que parecerían escapados, por ejemplo, de Les parapluies de Cherbourg (Los paraguas de Cherburgo, 1964). Un paisaje urbano - el de la ciudad de Nantes- donde la música es omnipresente, convirtiendo a la película en una auténtica ópera en imágenes, mientras que el color sigue siendo tan saturado, tan chillón y tan neón como lo fuera antaño, delatándose incluso en la indumentaria de los obreros, bajo sus atuendos de trabajo. No así en el de los policías, detalle que es bien revelador.
En Une chambre en Ville se ha produido un cambio radical en el tono de la narración, de la comedia a la tragedia. Se está ya bien lejos de la alegría desbordante de Les Demoiselles de Rochefort (Las señoritas de Rochefort, 1967) o de la ironía complice, plena en guiños, de Peau d'Âne. A cambio, se ha vuelto al realismo fatalista de Les parapluies de Cherbourg y, en especial, de LaBaie des Anges (la bahía de los ángeles, 1962). Desde un principio amargura y desolación, imposibilidad e impotencia se instalan, dominan y gobiernan la película. Suyas son las tonalidades con las que se tiñen los diferentes hilos del tapiz narrativo: la huelga a la desesperada de los obreros metalúrgicos de Nantes; la ruptura, aún desconocidada para ambos, entre dos jóvenes amantes; el odio inextinguible entre un matrimonio, sin arreglo ni reconciliación posible; la decadencia imparable de una antigua baronesa entre los recuerdos marchitos de su riqueza. Y sobre todos ellos, uniéndolos, incendiándoles, la pasión abrasadora entre la hija de la baronesa y un obrero metalurgico..
Cine político. Cine Romántico. Lo privado y lo público, la historia y lo cotidiano, incluso banal. Ámbitos narrativos inmiscibles, pero inseparables en la conjunción de Demy, en otro de sus milagros cinematográficos. Plasmado además, con la sabiduría de quien tiene muchos años de carrera a la espaldas, con el ojo certero de quien sabe ver como los demás no podemos. Ser capaz por ejemplo de utilizar un recurso tan desaprovechado de ordinario, como es el travelling circular, para plasmar el desarreglo y derrumbe mental de dos de sus protagonistas.
Y, aún más importante, dejándose arrebatar, él y la cámara, por la pasión que abruma a sus personajes. Creyéndose sus inverosimilitudes y sus imposibilidades. Consiguiendo que nosotros también las asumamos y las hagamos nuestras.
Hola, David:
ResponderEliminarEl pasado mes de agosto tuve ocasión de volver a ver esta película (apasionada y reivindicativa a partes iguales) que, como tú bien dices, merece contarse entre las mejores de su director. Te paso el enlace, por si te interesa: http://cinefiliasantmiquel.blogspot.com/2019/08/una-habitacion-en-la-ciudad-1982.html
Saludos,
Juan
Gracias por el enlace.
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