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domingo, 15 de septiembre de 2019

Hacia lo desconocido (y II)

What he (Burckhardt) had discovered here, in fact, was the great crossroads of the Nile. The River at this point made its closest approach to the southern end of the Red Sea, and thus the way was opened up to Arabia, India and the Far East. To the west the caravan routes keeping as far as possible within the cover of  the rain belt and south of the Sahara, led on from oasis to oasis, to Lake Chad and Timbuktu. The Nile valley itself provided a highway to Egypt in the North and Ethiopia could be reached by the track that led up through Metemme to Gondar. In a curious but inevitable way al the themes of the river were gathered here. The pilgrims from Central Africa came through Shendy on their way to Mecca. The slaves captures on the Upper Nile were inevitably bound for Shendy market. Here, for the first time, the traveller ascending the Nile came into touch with Ethiopia, and here on his return journey downstream he was once more drawn into the influence of Egypt and the north. Shendy was also known as "The Gates", and it lay in the heart of the ancient "Island of Meroë" - the area bounded by the Athara and the Nile. From Meroë the Egyptian Pharaohs and their Queens had ruled the river almost as far norht  as the delta and it was in this part of the Nile that Cambyses had been finally driven back. On his way into Shendy, Burckhardt had passed through the ruins of the ancient capital of Meroë and although he failed to investigate the place ("I was in the company of a caravan, and had the marvel of Thebes been placed on the road, I should not have been able to examine them"), he had correctly divined that important discoveries would be made on the site.

Allan Moorehead, The Blue Nile (El Nilo azul)

Lo que (Burckhardt) había descubierto aquí, de hecho, era el gran cruce de caminos del Nilo. En ese punto era donde el río se acercaba más al extremo inferio del mar Rojo, de manera que existía una ruta hacia Arabia, India y el Extremo Oriente. Al oeste, las rutas caravaneras, que se mantenían tanto como les era posible en la zona de lluvias y al sur del Sahara, conducían de oasis en oasis hasta el lago Chad y el Tombuktu. El valle del Nilo, en sí, constituía una vía hacia Egipto, al norte, mientras, que se podía llegar a Etiopía por la pista que conducía a Gondar, a través de Meteme. De manera curiosa, pero inevitable, todas las regiones del río confluían aquí. Los peregrinos de África Central cruzaban Shendy en su camino hacia La Meca. Los esclavos capturados en el cauce alto del Nilo eran conducidos inevitablemente al mercado de Shendy. Aquí, por primera vez, el viajero que remontaba el Nilo entraba en contacto con Etiopia y aquí, en su descenso de vuelta, se veía envuelto por la influencia de Egipto y el norte. Shendy era conocido también como "Las Puertas" y se alzaba en la antigua "Isla de Meroe" -el área limitada por el Atara y el Nilo-. Desde Meroe, los faraones egipcios y sus reinas gobernaban el río hasta el delta, al norte, y era en estas regiones del Nilo donde Cambises había sido finalmente repelido. En su ruta hacia Shendy. Burckhardt había cruzado las ruinas de la antigua capital de Meroe y aunque le fue imposible investigarlas («Estaba en compañía de una caravana y aunque todas las maravillas de Tebas se hallasen en el camino, no habría podido examinarlas») intuyó correctamente que allí se harían grandes descubrimientos.

En la entrada anterior, les reseñaba The White Nile (El Nilo blanco), obra de Allan Moorehead que se centraba en el largo y complejo descubrimiento de las fuentes del Nilo en el centro de África, para seguir con el relato de la rebelión del Mahdi en el Sudán.  Sin embargo, el Nilo es un río doble, con dos ramales bien diferenciados que confluyen en la ciudad de Jartúm, la actual capital del Sudán. The White Nile se centraba en uno sólo de ellos, el Nilo Blanco, objeto de viajes de descubrimiento y luego de conquista en la segunda mitad del siglo XIX, pero dejaba de lado el otro, el Nilo Azul, proveniente de la meseta de Etiopia. Así, de una obra titulada The Blue Nile esperaba un tratamiento igual de detallado sobre el descubrimiento y exploración de sus orígenes, además de la intervención de las potencias coloniales en Etiopía. El único país africano, junto con Liberia, que sobrevivió al reparto del continente.

El problema con esta narración es que las fuentes del Nilo eran conocidas en Europa ya desde el siglo XVI, cuando los primeros misioneros portugueses llegaron a la corte de los reyes de Abisinia. No hubo, como tal, un descubrimiento al estilo del siglo XIX, con un esforzado explorador presentando su informe ante alguna sociedad geográfica, sino una serie de contactos esporádicos que se fueron intensificando a partir del siglo XVIII. Además, debido a una serie de circunstancias que sería largo de relatar, no fue objeto de una agresión colonial. La única seria, el intento Italiano de unir Abisinia a sus colonias de Eritrea y Somalia, acabó en la catástrofe de Adua de 1896, cuando un ejército expedicionario italiano fue aniquilado por entero por las tropas del emperador abisinio Menelik II. No hay por tanto un relato continuado, como en el Nilo Blanco, en el que las exploraciones iniciales se convierten en campañas de conquista.



El libro, por tanto, no tiene una línea narrativa clara, heredando y multiplicando la dispersión de su predecesor, The White Nile. Si en éste había dos líneas principales, la de los exploradores europeos en el Nilo entre 1850 y 1800, contrapiesta al relato de la rebelión del Mahdi en Sudán, en The Blue Nile hay por lo menos cinco. Muy resumidamente, la descripción del cauce del Nilo Azul, el relato de los viajeros europeos que se aventuraron en las regiones del Sudán y Etiopia durante el final del siglo XVIII y principios del XX, una larga digresión sobre las campañas Napoleónicas en Egipto, la expansión colonial del Egipto de Mehmet Alí en busca de esclavos en el área Sudanesa -cuyo rigor despiadado condujo a la revuelta Mahdista-, para terminar con la extraña guerra entre el Imperio Británico y el emperador abisinio Teodoro.

Como pueden ver, el libro no tiene una hilazón definida, engarzando hechos históricos de variado interés, que a veces poco tienen que ver con su supuesto tema: El Nilo Azul. El caso más claro es el de las campañas Napoleónicas en Egipto, que escaso efecto tuvieron en la región del Nilo Azul. Como mucho, renovar el interés de Europa por la civilización Egipica y servir de acicate a los primeros exploradores de esas regiones, muy distintos de los de la era victoriana. Un ejemplo de estos precursores sería Jean Louis Burkhardt, cuyos vagabundeos por el Sudán se describen en detalle en el libro. En este aventurero suizo, la curiosidad y fascinación por otros pueblos pesaban tanto o más que el interés científico,  sin contar que para entrar en esas tierras desconocidas, cerradas a los europeos, tuvo que metamorfosearse en miembros de esa otra cultura, creándose una nueva identidad que fuera creíble en ese otro ámbito social y religioso. Ese modus operandi se halla en clara oposición al de los exploradores posteriores, convencidos de su superioridad civilizadora, imbuidos de su papel de embajadores de sus países y por tanto mostrándose en todo momento como distintos. Dispuestos, adermás, a utilizar las armas y las represalias si así lo requerían las circunstancias.

No obstante, las conquistas Napoleónicas tuvieron otro resultado mucho más importante para la región, que no estaba en los planes del general corso. Al derruir las estructuras de poder Otomanas en Egipto, abatiendo el poder de los Mamelucos, se creó un vacío de poder que fue aprovechado por un militar de origen albanés, Mehmet Alí, para proclamarse gobernador de Egipto. Aunque nominalmente sometido a la autoridad de los sultanes otomanos, durante su reinado Egipto se independizó de su tutela, embarcándose en un procesos de modernización a la europea, además de convertirse en potencia dominante del Oriente Próximo. Las campañas de su hijo, Ibrahim Alí, condujeron a la ocupación de Palestina y Siria en la década de 1830, estando a punto de causar la disolución del Imperio Otomano y la reorganización pólítica de todo el área, abortada en último extremo por la intervención militar de franceses e ingleses. De más interés para la región del Nilo fue el comienzo de esa expansión egicipcia esclavista hacia el sur, cuyas consecuencias y resolución narra Alan Moorehead en The White Nile.

Conviene detenerse en ese episodio, truncado y oculto no sólo por el episodio Mahdista, sino por la ocupación colonial europea de finales del siglo XIX. Como ya les había indicado en la entrada anterior la expansión egipcia es un ejemplo de como, antes de la intervención de las potencias europeas, el continente africano estaba envuelto en una dinámica política propia, con diferentes potencias no europeas en conflicto, tanto nativas como externas. De resolución de esas fricciones podría haberse derivado un Áftrica muy distinta de la que conocemos, más segura de sí misma, donde la influencia de la modernidad se habría traducido en forma de diferentes aclimataciones, en vez de la implantación monolítica propiciada por el imperialismo. Conviene señalar también que esos imperios nativos no eran menos crueles, o explotadores, hacia las poblaciones sometidas que los europeos  lo serían en décadas posteriores. El motor de la expansión Egipcia hacia el sur es el mismo que el del sultanato de Zánzibar hacia el este: la trata de esclavos. Comercio ejercido con la mayor crueldad, violencia y desprecio de la vida humana, pero en un área de predominio cultural musulmán, donde la presencia europea era anecdótica.

De esa posible otra África, modernizada por iniciativa propia, es también ejemplo el episodio del emperador Teodosio II de Abisinia. En las décadas centrales del siglo XIX, desde su reducto en las inmediaciones del lago Tana, va a conseguir unificar el país, para luego embarcarse en una política internacional de altos vuelos. Su objetivo era bloquear la expasión egipcia en el Sudán, que amenazaba la meseta de Etiopia, para lo que intentó granjearse la amistad y alianza del Imperio Británico. Las diferencias culturales entre ambos países, unida a la indiferencia británica hacia esos "salvajes negros", llevó a una serie de desaires y conflictos diplomáticos -con Teodoro manteniendo en cautividad a varias embajadas británicas-, que desembocaron en una guerra entre Inglaterra y Abisinia. Conflicto asaz extraño, puesto que sólo buscaba restaurar el prestigio de ambas partes, de forma que una vez obrada la derrota y muerte de Teodoro, las tropas británicas -en su mayoría procedentes de la India- se retiraron sin exigir compensaciones territoriales.

Un episodio poco conocido, pero de gran interés, por la cantidad de extrañezas y excepcionalidades que contiene. Por ejemplo, que el embajador británico retenido por Teodoro, era un cristiano iraquí, Hormuzd Rassam, que años antes había colaborado con Henry Layard en las excavaciones de la ciudad asiria de Nínive, para luego continuar en solitario su propia carrera como arqueólogo. Otro ejemplo de como tras los grandes nombres de la investigación y la exploración europeas se ocultan figuras locales, tan importantes como ellos, sin las cuales su labor no habría llegado a buen término, pero sobre las que se ha extendido un tupido manto de silencio. Asímismo, es de lamentar que Moorehead no haya continuado con las vicisitudes del Imperio Abisinio, al menos hasta la batalla de Adua, otro de los grandes desastre de los ejércitos europeos en África, como la muerte de Gordon en Jartúm, la derrota de los británicos en Isandlawana frente a los zulues, o nuestro desastre de Anual.

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