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martes, 23 de julio de 2019

En busca de Bergman (XXXII): Ansikte mot ansikte (Cara a cara, 1976)




















































Les tengo que confesar que vengo experimentando un cierto placer morboso, a medida que avanzó en mi revisión del cine de Bergman. Aunque sé que no va a ocurrir, me descubro anhelando el momento en el que el director dé un traspiés. Esa escena de una película concreta que señale el comienzo de su decadencia, el punto en el que comenzará a repetirse sin poder ya alcanzar las alturas de su mejor época. Ese deseo malsano torna aún más arrebatador el descubrir que no va a ser en la película que estoy viendo en ese instante, que podrá tratarse de una obra menor, puente o de transición, pero en la que, sin excepción, Bergman encuentra el camino para seguir adelante. Entusiasmo el mío que puede llegar hasta extremos indescriptibles, cuando lo que acabo de ver es una obra maestra sin discusión. Como este Ansikte mot ansikte (Cara a cara, 1976) del que les hablo hoy, una de las pocas obras del director que no está en la recopilación de Criterion.

Se trata de una película donde Bergman vuelve a sus obsesiones habituales: la presencia cercana, casi consoladora de la muerte, como liberación única y segura de nuestras frustraciones y limitaciones; la quiebra ineluctable e irreparable que cotidiano el ejercicio de vivir produce en nuestras conviciones y seguridades hasta tornarlas huecas y hueras; sin olvidar el conflicto continuo entre pasado y presente, en especial, entre el daño que nuestros familiares y amigos nos infligieron, que no puede eximir de la obligación, casi necesidad, de compartir su presencia y amarles de manera inquebrantable. Conflictos que, como en tantas otras de sus obras, llevan a sus personajes al borde de la locura y de la destrucción, bien infligida sobre sí mismo, bien ejercida por otros, de las que sólo el azar, la casualidad, la suerte, puede salvarlos. Rescate que meramente significa recoger los fragmentos dispersos, repararse lo mejor que se pueda y seguir adelante. Hasta la siguiente catástrofe, que puede que esta vez sea definitiva.

En la representación de estos conflictos, ásperos, desaforados, limítroges con el melodrama lacrimógeno y el serial manipulador, Bergman sabe mantener un mirada austera, contenida, que ayuda a amplificar el impacto, aunque pueda parecer paradójico. Parte de esos recursos, aparentemente simples, sobrios en extremo, en apariencia banales y desaliñados, pero de de gran resonancia emocional, eran ya visibles en Scener ur ett äktenskap (Secretos de un matrimonio,1974), donde un apartamiento de cámara, un encuadre más ajustado, venían a subrayar el aislamiento y la soledad de un personaje... incluso cuando este creía hallarse acompañado. Siguiendo ese esfuerzo de depuración formar, de simplicidad extremada, en Ansikte mot ansikte la cámara no pierde de vista casi nunca a la actriz protagonista, cuya crisis existencial es narrada de forma detallada, de morosidad casi psicótica, reflejo del propio desequilibrio mental que la acecha, cerca y carcome.

Abundan así los planos agobiantes, con la cámara casi intimidando, por su proximidad, a la actriz, cuyo rostro desborda el encuadre, de manera que a la mínima quedará desenfocado o se saldrá de cuadro. Acentuando así su aislamiento insalvabable, la imposibilidad que tenemos, como publico, de franquear el espacio que nos separa de ella, para consolarla y ayudarla. Tensión y exasperación psíquicas que no se expresan mediante recursos fáciles como una cámara alocada, un montaje a hachazos, o la simulación de llevarla a hombros. Bergman, por el contrario, prefiere las tomas largas, de extensión casi insoportable, de manera que podamos concentrarnos en lo que sucede sin interrupciones, que nos confiemos en una falsa apariencia de sosiego, antes del estallido. Sin embargo, incluso cuando la protagonista pierda los nervios, se deje arrastrar por la ira, se arroje desesperada de un extremo a otro de la habitación, no se acelerará el pulso del rodaje. Quedará resuelto por un elegante movimiento de cámara, premeditado y pausado, que aumente más el contraste entre el torbellino presenciado y nuestro papel de espectadores anónimos. Ajenos e indiferentes a las tragedias de otros, en tanto que no nos afecten personalmente.

Una película que, me temo, no sería lo mismo, ni tan grande, sin la actriz que tiene que aguantar el peso de la cámara de Bergman sobre su persona. Liv Ullmann, pues de ella se trata, me parece cada vez más una de las actrices máximas de este siglo, la actriz bergamaniana por antonomasia, con perdón de todo el magnífico elenco de mujeres con el que trabajo este director sueco. Pocas hay que hubieran podido llevar a buen término un personaje tan complejo, tan escindido entre la frialdad y el apasionamiento, tan pleno en secretos, rencores y contradicciones como la Jenny de esta película. No sólo siendo capaz de hacerlo creíble, de que participemos de sus quiebra y postración, de su tropiezo y desplome, sino aderezándolo con sutiles cambios de expresión, con hallazgos interpretativos, de una sutilidad que puede pasar inadvertida, pero que son la marca de la genialidad.

Como el cansancio visible, el hastío lastrante, con que Ullmann despide con cajas destempladas a su amante en potencia, harta de que todos los embrollos románticos parezcan cortados con el mismo patrón. O la manera en que la vemos preparar su suicidio, con parsimonía premeditada, pero traicionándose por el leve temblor de sus manos, hasta aceptarlo o dejarse llevar. O la naturalidad con es capaz de pasar de la calma a la ira, del equilibrio a la desesperación, anticipar los estallidos con gestos que no son percibidos por el mismo personaje, para luego retornar a sí misma, a la imagen que esperan de ella, sin que las revelaciones, la confesiones realizadas en esos periodos de debilidad, cambien, modifiquen lo que antes era costumbre y tradición. 

2 comentarios:

  1. Veo que andas enfrascado en la filmografía de Bergman de manera similar a como me sucedió a mí mismo hace exactamente un año.

    De "Cara a cara al desnudo" (1976) recuerdo que Liv Ullmann era la que llevaba el peso de la película con un papel de enorme intensidad dramática.

    Saludos,
    Juan

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  2. Gracias a la casi integral de Criterion, aunque en mí el veneno Bergmaniano me lo inocularon en los 80.

    Lo de Ullmann en esta película es magistral. Como bien dices, la lleva ella sola y además con un papel de una intensidad tal que habría destruido a cualquier otra atriz.

    Pero la Ullmann es mucha Ullmann. Ya la admiraba de joven y ahora mucho más.

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