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sábado, 29 de diciembre de 2018

En busca de Bergman (V): Till glädje Hacia la felicidad, 1950)




























En la entrada anterior, les señalaba como con Törst (La Sed,1949) habíamos entrado en auténtico territorio Bergmaniano, al menos en su variante de parejas en crisis que ya no se aguantan pero que no encuentran las fuerzas para separarse. Till glädje (Hacía la felicidad, 1950) sirve para confirmar esa primera impresión y para mostrar como Bergman iba adentrándose en ese camino, creando su propio universo y profundizando en él. En esta obra, a la crónica de la relación tempestuosa de una pareja, que poco se diferencia de cualquier otra, se unen meditaciones sobre el arte y, quizás como autorreflexión del propio director, el estrecho e infranqueable margen que separa al creador mediocre del realmente original. Así, el nombre de esta obra es una clara alusión a la novena sinfonía de Beethoven, un faro para la cultura europea, al menos en aquel tiempo, y cita continua en la película, donde ambos protagonistas son instrumentistas en una orquesta sinfónica, aunque ninguno de los dos llegará a dar el salto a la fama.

Es en esa relación con la música, y su plasmación visual, donde la película brilla con luz propia. Gran parte de su metraje son ensayos e interpretaciones públicas de obras del repertorio clásico, en donde Bergman demuestra que sabe cómo mirar a una orquesta. Si son aficionados a la música clásica, sabrán que nada hay más aburrido que contemplar la retransmisión de un concierto, puesto que los planos elegidos no suelen tener mucha relación con lo que se está oyendo. Por el contrario, Bergman sabe dirigir la cámara hacia los instrumentos que en ese instante tienen importancia en la partitura, permitiendo que veamos como entran uno tras otro, para así mostrar visualmente como se va construyendo la arquitectura de esa pieza. Capacidad de observación y de comprensión musical que es bastante rara entre los artistas visuales. De hecho sólo se recuerdo ahora una mirada similar, la de Satjavit Ray, al otro extremo del mundo, quien además componía las bandas sonoras de sus películas.

Por añadidura, la pericia y seguridad de Bermann, son ya innegables. Si observan las capturas que abren esta entrada, podrán darse cuenta de con qué elegancia se nos muestra el abismo que se ha abierto entre los dos esposos: basta un simple desenfoque. De esa manera, aunque los dos personajes permanezcan en pantalla y podamos constatar sus reacciones, queda claro que ninguno de los dos puede alcanzar al otro con sus manos, mucho menos sus palabras. Sin embargo, y a pesar de estas virtudes, tengo la impresión de que Till Glädje es peor película que Tröst. En gran parte, por ser mucho más ambiciosa, al intentar describir la vida entera, además de como el arte la influye y es influido a su vez, elementos que Bergman no acaba de conseguir que casen.

Un problema principal se debe, curiosamente, a la propia honestidad de Bergman al presentar a sus personajes. Como les decía, ambos son personas normales, incluso mediocres, con  sus defectos y taras, que el director no trata nunca de ocultar o disculpar. En concreto, el marido se presenta como alguién con grandes ambiciones, inalcanzables para su talento, lo que le lleva a estar casi siempre frustrado por sus repetidos fracasos, además de mostrar una paciencia casi nula, tanto consigo mismo como con las personas que le rodean. Sin embargo, este retrato acerado de un personaje que es odioso se ve contrapuesto al dibujo impreciso de su mujer, que adquiere rasgos de santa, por su paciencia y comprensión infinita, pero de la que nunca llegamos a saber por qué se enamoró de una persona tan antipática o cómo y por qué le aguanta los habituales desaires que le propina.

Esto podría ser incluso intencionado, puesto que el egoísmo del marido lo haría incapaz de entender las motivaciones de otras personas, pero tengo la impresión de que Bergmann se dio también cuenta de que algo no funcionaba bien con esta historia.  La prueba es que, aquí y allá, se utilizan recursos baratos que el director parecía haber abandonado ya por completo, pero que se incluyen  ahora para conseguir un impacto emocional que la historia, y un tratamiento más sobrio, serían incapaces de invocar. Ocurre así que para mostrar el falso idilio matrimonial de esta pareja se recurre a la voz en off de otro personaje - interpratado por Victor Sjostrom, ni más ni menos- , cuando ni antes ni después se nos había permitido escuchar sus pensamientos, e incluso parecía relegado al papel de mero comparsa. De hecho, sin la voz en off y reduciendo los ejemplos de felicidad a uno sólo concreto, narrado en silencio y sólo con imágenes, el efecto hubiera sido el mismo y la solución más elegante. Sin contar el penoso final en el que, durante un concierto, el protagonista ve imágenes aisladas de su pasado feliz, ya perdido, lo que es de una cursilería intragable, entonces y ahora.

Es una pena, porque con la inclusión de la música clásica, Bergmann me tenía ya ganado, pero resulta evidente que una construcción tan compleja como la de esta historia excedía a las posibilidades de este director. Veremos que ocurre en las siguientes.

En concreto en Sommarlek, (Juegos de verano), que es la primera cuyo nombre me suena, sin haberla visto.

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