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jueves, 22 de noviembre de 2018

La misma ciudad, universos opuestos




































































En el comentario de 10x17 (1974), les señalaba como James Benning es, a la vez, un cineasta geógrafo e historiador. Alguien preocupado por cartografíar los espacios humanos y naturales, así como de trazar su historia. Elementos que, en mayor o menor medida, en diferentes proporciones, llenan e imbuyen su obra entera. Sin embargo, si hubiera que elegir, entre toda su filmografía, una única cinta que sirviese de ejemplo y modelo, ésta sería One Way Boogie Woogie/27 Years later, película rodada entre 1978 y 2005, los 25 años a los que se refiere el título.

Un amplio intervalo temporal que no significa que Benning estuviese rodando durante todo ese periodo. En realidad se trata de dos películas independientes, rodadas cada una en 1978 y 2005, pero  empalmadas para que se viesen la una a continuación  de la otra. En la primera de ellas. el director se proponía realizar un retrato, a la contra, de su ciudad natal, Milwauke, en  el estado Wisconsin, retratada como un complejo entramado de plantas industriales, líneas de ferrocarril, talleres mecánicos, explotaciones mineras, desiertos urbanos y zonas degradadas. Una ciudad que parecía vivir sólo y para la industria pesada, que la marcaba a fuego con una tosquedad y provisionalidad expresada los acúmulos de desechos de esa propia industria y la imbricación  de sus acciones en todos los ámbitos urbanos. Una presencia constante que podría confundirse con pobreza, decadencia, depresión, pero que era signo de su fuerza y de su empuje. De su reciedumbre, en definitiva . De una sociedad y un tiempo plenos en energía y pujanza, donde el óxido y la ruina, el abandono y el destartalamiento, no eran sino signos de transformación y crecimiento.

Como otras obras primera de Benning, el One Way Boogie Woogie de 1978 aún no había renunciado del todo a la presencia humana. En medio de los paisajes que el director retrata con su mirada obsesiva, presenciamos, al igual que 10x17, retazos de historias, comentarios y guiños irónicos, de manera que los espectadores aún somos capaces de escuchar su propia voz, sin depender en exclusiva de su mirada. Sentimos que él nos guía, en vez de ser testigos de sucesos casuales, ante los que la cámara se sorprende de la misma manera que nosotros. Así, Benning, tirando de amigos y actores, provocó algunos de los sucesos que se nos muestran, como la sincronía de movimientos entre las dos mujeres que beben a las puertas de un negocio; o modificó la quietud de otros planos introduciendo elementos discordantes y sorprendentes, como los objetos que de vez en cuando son arrojados desde fuera al interior plano.

Y así, durante mucho tiempo quedó concluida esta película, como el recuerdo en imágenes, cada vez de una tonalidad sepia más pronunciada, de una ciudad y un modo de vida en un tiempo determinado, la América profunda de los años 70. Hasta que Benning tuvo una auténtica genialidad: volver a Milwaukee en el 2005 para  repetir punto por punto, en la medida que era posible, cada una de las escenas de la cinta original, similitud subrayada por el uso de la banda sonora antigua superpuesta a las imágenes modernas. Se buscaba así, proyectando esta nueva cinta a continuación de la otra, que el espectador relacionase unos planos con otros, descubriendo en qué medida el tiempo había respetado o no esos entornos. Realizar un ejercicio de memoria en el que se demostrase la continuidad y permanencia de esa ciudad y de sus gentes, los cambios y mutuciones provocados por treinta años de historia americana

Sin embargo, como bien puede darse cuenta cualquier espectador, desde el primer plano repetido, ese empeño de replica casi exacta era imposible. No porque los actores y conocidos de Benning que figuraban en la película hubieran envejecido o incluso muerto. Lo que realmente choca y casi acongoja es que parecemos habernos trasladado a una ciudad completamente distinta, como si diera igual haberla repetido en otro lugar distante, sin relación alguna con la Milwauke del pasado. Casi todos los espacios se han vuelto irreconocibles, cual si una catástrofe natural o una guerra hubieran arrasado la ciudad y esta tuviera que haber sido reconstruida por entero. De hecho, Benning no pudo reconstruir bastantes de las escenas originales, al no ser las calles ya practicables para los vehículos o simplemente porque el espacio en el que se rodó había sido ocupado por otras construcciones. Algo  que, por otra parte, le sirvió para añadir nuevos comentarios irónicos, como la substución de un Mondrian por una pintura completamente anodina, o el envejicimiento evidente de la enseña norteamericana.

Escena esta última que constituye la clave de toda la película en su nueva forma. Porque lo que estamos viendo, a través de los ojos de Benning, es la decadencia y muerte del tejido industrial americano. Milwaukee pertence al llamado Rust Belt, la amplia zona al sur de los grandes lagos en la que se hallaba antaño el corazón industrial del país, pero que ahora, tras la deslocalización de la industria pesada obrada por la globalización, ha devenido una área deprimida, llena de empresas cerradas y abandonadas, muchas convertidas en ruinas,  donde campan por su respetos el paro y la pobreza. Ese aspecto destartalado y provisional, tosco y burdo, que antes era producto del trabajo y la actividad constante, ahora se debe a la crisis y el abandono.

Cuyo mejor ejemplo, casi paradigmático, se halla en esos planos de inmensas chimeneas, con sus densas columnas de humo, que pueblan la primera  de las cintas, pero que en la segunda se ven substituidos por simples formaciones de nubes. Porque esas fábricas antaño orgullosas han sido cerradas y demolidas. 

Han desaparecido y con ellas, todo un modo de vida.


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