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lunes, 6 de agosto de 2018

Cine Polaco (XLVIII): Dekalog V-VI (Decálogo 5 y 6, 1989) Krysztof Kieslowski






































Continuando con mi revisión de cine polaco, le ha llegado el turno a los capítulos 5 y 6 del Dekalog de Kieslowski. Están dedicados. respectivamente, al los madamientos que dicta el no matarás y el no cometerás actos impuros, o si lo prefieren en una versión más explítica, no cometarás adulterio ni fornicarás. Con ambos el director polaco construye una obra maestra dentro de la obra maestra que es su Dekalog. Hasta tal punto, que ambos fueron desgajados de la serie original, ampliados en media hora y convertidos en largometrajes. Me queda la duda, sin embargo, si esto fue planeado así ya desde el principio o si se decidió con posterioridad, aunque el hecho de que las versiones cortas que estoy viendo estén en formato 16/9, y no 4/3, como el resto, apuntaría a la primera razón.

Sobre Dekalog V, ya les hablé largo y tendido de su versión larga, así que a lo dicho entonces sólo quiero añadir dos apuntes. El primero, que el alegato contra la pena de muerte es igual de poderoso en formato televisivo y en largometraje. En la visión de Kieslowski sobre el no matarás, son igual de horripilantes y despreciales el asesinato cometido de forma individual por razones criminales, como el homicidio legal que supone la pena de muerte. Si acaso, incluso más este último, al realizarse con el poder absoluto del estado, arroparse en su legalidad y justicia, además de pretender, por último, la aniquilación física, moral y civil del condenado. 

El segundo aspecto es que, a la hora de transformar una versión en la otra, Kieslowski reconstruyó de forma completa las estructuras narrativa. El largo abunda en largas secuencias paralelas, en las que asesino, víctima y abogado defensor parecen habitar mundos diametralmente opuestos, sin conexión alguna hasta que sus destinos se cruzan. En la versión televisiva, por el contrario, el montaje es mucho más rápido de lo habitual en Kieslowski, formado por cortas escenas dedicadas a cada personaje, que se van sucediendo a un ritmo vivo, casi atropellado, ya que incluso continua el sonido de la escena anterior un poco al principio de la nueva. La idea, opuesta a la del largo, es que los destinos de los tres personajes están fatídicamente enredados, antes incluso de haberse llegado a conocer.

Sobre Dekalog VI, les confieso que lo tenía muy olvidado y que me queda aún por ver la versión larga. Sólo recordaba que me había gustado muchísmo y que el giro final, que no recordaba ya, me dejó fuera de combate. Lo mismo me ha pasado esta vez, a pesar de mi creciente y ya incurable cinismo. Poco a poco la trama me fue envolviendo y atrapando hasta despojarme de toda protección, dejándome inerme ante el puñetazo final. No les voy a revelar en qué consiste, creo que todo espectador tiene derecho a descubrirlo y quedarse estremecido, pero si les voy a decir que esta historia basa gran parte de su impacto en la inversión de caracteres de sus personajes. Quien antes buscaba ahora es buscado, quien antes deseaba ahora es deseado, de manera que nunca llegarán a encontrarse. El juego que mantienen es más bien un combate, un ejercicio de crueldad, que sólo se resolverá en derrota y humillación, sin que llegue a ser la gloria que ambos, en diferentes momentos, anhelaban.

Como siempre, la destreza de Kieslowski no se reduce a mera habilidad de guion. Este director es un maestro, quizás el último de los clásicos, o al menos uno de los pocos que ha sabido utilizar la gramática fílmica de ese estilo con absoluta propiedad. Sin que suene a copia o remedo de obras señeras, ni como cita irónica al modo postmoderno, sino como algo sentido y hecho propio. Válido y verdadero aún, a pesar de las muchas variaciones, de los muchos hitos y cumbres. Diferencia tanto más importante en este caso, ya que, en apariencia, Kieslowski está realizando un "remake" de un film famosísimo, de aquel Rear Window (La ventana indiscreta) que Alfred Hitchcock rodó en 1954.

Como allí, en Dekalog VI tenemos un mirón que observa a sus vecinos, sólo que aquí esas acciones no son justificadas en orden de un bien mayor, sino que revelan a una personalidad enfermiza, obsesiva. Alguien quien, pasado el tiempo, no se reconocerá en esos hechos, los considerará despreciables, y los rechazará con la misma pasión que antes los ejecutaba. No obstante, no quería realizar aquí juicios morales, puesto que el propio autor, siguiendo el mandamiento cristiano, no juzga, para evitar así ser juzgado. Kieslowski siempre mantiene sus historias en un territorio ambiguo,  de penumbra, donde las normas y las reglas, las convicciones y certezas, son contradichas por el decurso de la vida. En espacial por la necesidad de obrar el bien, que puede llevar a incumplir cualquier mandamiento, incluso los más estrictos, tajantes y sagrados.

No, lo que quería señalar es la sabiduría formal de Kieslowski a la hora de estructura visualmente su historia.  Como les indicaba antes, se trata de personajes que intercambian sus anhelos, de buscar a ser buscados. Pues bien, eso es lo que precisamente nos muestra Kieslowski con una división ternaria. En la primera parte vemos exclusivamente con los ojos de un personaje, convirtiéndonos incluso en mirones, observando al otro desde fuera, sin cruzar jamás el umbral de su vivienda. En la segunda, escuchamos a los dos, asistimos a su conflicto y desacuerdo, atravesamos las divisiorias y separaciones, tanto nosotros y como el protagonista. 

En la tercera, por último, se produce la inversión. Nuestro punto de vista deviene el del segundo personaje, hasta tal extremo que somos expulsados del mundo del protagonista. Éste desaparece casi por completo, abandonándonos sólo con la esperanza de poder observarlo en la lejanía. 

Si es que eso nos es concedido siquiera.

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