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martes, 22 de mayo de 2018

Combates por el pasado (I)

En el siglo XVI no existían los vídeos pornos, aspecto que lamentaban día a día las buenas gentes del siglo XVI (se la tenían que cascar de memoria). En substitución, muchos nobles contaban con amplias colecciones de cuadros eróticos que enmascaraban con una temática mitológica. Uno de esos ávidos coleccionistas fue el propio Felipe II, que durante su gira por Europa conoció a Tiziano, quien le pareció ideal para encargarse de esas pinturas. Así, Tiziano se convirtió en su proveedor oficial de pornografía.
Algún ágil historiador ha encontrado un sospechoso parecido entre la amante del rey, Isabel de Osorio, y las mujeres desnudas que aparecen en los impúdicos cuadros que el italiano pintó: Danae recibiendo una lluvia de oro (cuidado con lo que estáis pensando), Venus y Adonis, etc. En este último, hay incluso quien ha señalado cierto parecido entre Adonis y Felipe.
Tan necesitado estaba el rey de motivación para el trabajo de embarazar a su tía que, durante su estancia en Inglaterra, impaciente, llegó a escribir una carta a un colaborador: Los otros cuadros que (Tiziano) me hace, le dad prisa que los acabe.

Ad Absurdum, Historia absurda de España

Esta entrada tenía que haber sido una continuación de la larga serie anterior, la titulada "Bajo la sombra del posmodernismo". El propósito original era hablar de historia en un tiempo en que, bajo la embestida de ese movimiento filosófico, la disciplina histórica había perdido mucho de la seguridad y certeza de antaño. En concreto, el afán por dilucidar la verdad de lo que ocurrió  - si es que eso es posible, que lo dudo, vista la historia reciente - para quedarse en mero comentario de texto, valido sólo en tanto que se comparta el punto de vista del estudioso y, aún más importante y crucial, sin puntos de referencia que permitan dictaminar quien tiene razón.

Si he decidido concluir esa serie, tras comentar en paralelo las historias de España Fontana/Villares y la de John Lynch, además de una serie de codas y apostillas, ha sido porque estimo que su foco se ha movido a otro ámbito muy distinto que el de la verdad o la certeza de la historia. A uno mucho más político, relacionado con pretender que la historia sirva de justificación ideológica del presente, en vez del caso contrario. Es decir, que sirva para detectar las falsedades con que nos disfrazamos y protegemos. Es cierto que, si bien las cuestiones postmodernas también tienen sus ribetes políticos, no es menos evidente que sus herramientas han llegado a poder ser utilizadas indistintamente por doctrinas ideológicas completamente opuestas. Así, el escepticismo ante el saber organizado y sistematizado, característico del postmodernismo original de tendencias izquierdistas, está siendo utilizado por los muchos conservadurismos retrógrados de derechas, incluyendo religiones renacidas , para justificar su validez, dignidad y oportunidad. Para perpetuar sus patrañas y engaños



En el caso de nuestro país,esta deriva ha tenido perfiles más insidiosos y retorcidos, productos de nuestra imposibilidad para luchar contra los fantasmas del pasado. Los surgidos de esos dos siglos, XIX y XX, consumidos en sangrientas luchas intestinas, mientras que en los intervalos pacíficos se adoptaban medidas de contención y profilaxis sanitaria, como si fuéramos un enfermo al que hubiera que mantener en aislamiento. No para evitar que contagiase a otros, sino para impedir que el aire libre, los alimentos normales, los ocios más inocentes, quebrantasen su salud y le condujesen a la muerte. En oposición a este tiempo de postración, los siglos del Imperio, XVI y XVII, considerados como paraíso perdido al que hay y se puede retornar. Sueño e ideal, consciente o inconsciente de todos los españoles, pero siempre utilizado como estandarte y arma por todos aquéllos defensores de soluciones retrógradas y reaccionarias. Opresoras y represivas, de forma general y recurrente.

Así, en esta década de confusión, que aún no sabemos si dará al traste con el régimen surgido de la constitución del 78 o lo fortalecerá, se ha producido el despertar renovado del mito pasado. De ese imperio español que dominaba el mundo entero, que llevó la civilización hasta los extremos más remotos del mundo, y que por eso mismo despertó todo tipo de envidias supuestamente injustas, expresadas en una propaganda plena en desprecio y acusaciones infundadas, cuyas invectivas hemos acabado por creernos. Falta equivalente a la traición, para la mentalidad de algunos. Porque, para los proponentes de esta mentalidad, no hubo tacha alguna en todos esos reyes señeros, en esas campañas gloriosas, en esos capitanes gallardos. Todo fue noble y encomiable, propio de quienes estaban destinados al gobierno del mundo.

Pueden parecer ideas nuevas, necesarias para la recuperación de un orgullo magullado por la caída propiciada por la gran depresión, pero no es así. Son muy antiguas, de manera que puede trazarse toda una cadena de transmisión histórica, que frecuentemente se corresponde con la genealogía intelectual de la derecha más rancia. El ejemplo más claro, paradigmático, es del Franquismo, de quien esta revaloración actual toma, ya sea sabiendas o con pretendida inocencia, el mismo lenguaje y argumentos. Una fraseología que, en el universo franquista, tenía una clara justificación, la de legitimar un régimen salido del golpe de estado, de la guerra civil, de la persecución y exterminio de sus contrarios, convirtiéndolo en heredero natural de glorias ajadas, que se veía llamado a reverdecer. Proceso de apropiación, en el que nos robaron a todos los demás, los que no compartíamos esa impostura, la historia de nuestro propio país.

Por ello, es tan importante, en estos tiempos de campanudismo, de petulancia, de llamadas a formar bajo las banderas y apretar filas, libros como el escrito por el colectivo Ad absurdum. No para que tiremos nuestra historia a la basura, sino para que veamos y reconozcamos, con el debido distanciamiento y humor, como esa gloría no es más que decorado y cartón piedra. Fantasmagorías que ocultan a seres humanos con sus defectos y miserias, mientras que los triunfos que entonces se obraron fueron a partes iguales productos de la casualidad, la perfidia y la codicia. Sin asomo de un plan maestro, ni de ideales alados.

La historia triste de España, que nos negamos a mirar. Frente a cuya misera preferimos escondernos tras fantasías aduladoras y convenientes. Como la obra de propaganda que les comentaré la semana que viene.

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