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viernes, 6 de abril de 2018

Lo que vemos no es la realidad (y II)






































En la entrada anterior, les señalaba como Ghost in the Shell es una franquicia única dentro del anime. En primer lugar, por haber creado un imposible con sus dos primeras películas, un nuevo género que podría denominarse cine de acción contemplativo. En segundo lugar, porque las dos primeras sseries supieron seguir un camino distinto al de las películas, encontrando una identidad propia que, sin embargo, no traicionaba el ambiente de las obras originales. Una personalidad que puede resumirse en dos aspectos principales: un claro enfoque político-social y un afán por mantenerse en los límites del realismo. Por último, y no menos importante, que la segunda de las series logró otro imposible: ser mejor que su primera entrada.

La diferencia fundamental entre Ghost in the Shell, Stand Alone Complex (2002) y Ghost in the Shell, Stand Alone Complex 2nd GIG (2004), estriba en los aspectos constructivos. Aunque ambas aspiraban a construir una historia coherente y bien trabada, en la primera entrega había una clara diferencia entre los episodios aislados y aquellos que narraban la historia principal. Este deslinde permitió que, cuando se remontó la primera serie en forma de película de tres horas, fuera bastante sencillo conseguirlo, aunque terminase por fallar al derivar hacia mero espectáculo de acción, ya que se eliminaba bastante de la reflexión y meditación tan característico de todo Ghost in the Shell que se precie.

Sin embargo, cuando se intentó lo mismo con la 2nd GIG, el resultado fue un fracaso completo, al tornar la historia en incomprensible. La razón es que esta serie adelantaba un concepto que sólo en esta década se ha hecho realidad en la imagen real, el de la ficción televisiva que es en realidad una película de larga dirección, separada en diferentes partes. Aunque 2nd GIG no fue el primer anime en utilizar esa fórmula, era casi un lugar común, sí que llevó esa estructuración a una perfección  única, ya que incluso los episodios más secundarios a la trama se las arreglaban para añadir un detalle que la hiciese avanzar. Tanto en lo meramente narrativo, como en la descripción de las relaciones que gobernaban el mundo descrito. Con tanto rigor que, al igual que la mejor de las novelas realistas, las acciones de los personajes repercutían en su mundo y viceversa, de forma que las posibilidades futuras quedaban limitadas y determinadas, sin dejar apenas espacio a los socorridos deus ex machina.

El mundo de 2nd GIG era solido, consistente y coherente, lo que ya es un elogio a la hora de hablar de ficción comercial, pero aún más importante es que este substrato le sirve para realizar un análisis crítico del mundo contemporáneo, al igual que las mejores obras de ciencia ficción. ¡Y qué mundo era ése! Un  tiempo, el del 2004, en el que aún estaban frescos los atentados del 11M, con la aparición de un nuevo modo de terrorismo internacional administrado por franquicias, ante lo que EEUU había intervenido militarmente en Iraq y Afganistan, desencadenando una vuelta al viejo mundo de la geopolítica de tiempos del imperialismo, sólo que con nuevos actores provenientes del tercer mundo.

Partiendo de ese contexto, 2nd GIG imaginaba un Japón donde, tras varias guerras mundiales, se había admitido a millones de refugiados, concentrados en campos/ghetto con entidad de auténticas ciudades semindependientes. La más importante de ellas situada, con toda la intención, en la isla artificial de Deshima, la antigua concesión holandesa y único punto de contacto con el exterior durante los siglos XVII y XVIIII para un Japón encerrado ese mismo. Esa irrupción masiva de extranjeros va a desencadenar una xenofobía y un racismo, que pronto desemboca en un doble terrorismo, el de los propios refugiados, en busca del reconocimiento de sus derechos y dignidad dentro de la sociedad japonesa, frente al de los sectores más derechistas de ese país, que pretenden la expulsión de esos cuerpos foráneos que ponen en duda su superioridad racial.

Aspectos que se alimentan el uno al otro, hasta llevar a la sociedad japonesa al borde del precipicio, pero que no son equiparables.La serie se coloca claramente de parte del lado de los refugiados, de manera que su líder, el misterioso Kuze, es un personaje positivo, de claro pensamiento izquierdista, al que la sección 9 terminará protegiendo, además de afectar de forma personal a la protagonista de toda la franquicia, la mayor Kusanagi. Una relación personal que no se limita a este ámbito privado, sino que tiene unas profundas raíces ideológicas. La rebelión de los refugiados y el liderazgo de Kuze no surgen de la nada, sino que proceden de un posicionamiento político y filosófico, que la serie intenta coloca de manera central en su narración. Profundidad conceptual casi única en el mundo del anime y que muchos agradecimos.

Raíces intelectuales, que por coherencia se extienden también al bando enemigo, los misteriosos individual eleven, que con sus acciones intentan provocar un levantamiento de los inmigrantes que justifique la represión estatal. Sus acciones además, no surgen en el vacío, sino que como todo movimiento nacionalista, apelan a la historia reciente del Japón. En concreto a las convulsiones de los años 30, según los describe el ensayo ficticio del historiador Patrick Silvester, en el que las acciones terroristas de unos jóvenes idealistas, que culminaron con el asesinato del primer ministro, provocaron una reacción emocional en la sociedad japonesa. Impacto que llevó al contagio de la ideología ultranacionalista y a la subordinación a los planes imperiales de militares y gobierno, objetivo que estos individual eleven pretenden conseguir a su vez.

Acción que, aunque espontánea inicialmente, se revela orquestada desde los círculos gubernamentales. Al igual que ocurría en la primera serie, lo que inicialmente había sido un incidente aislado, se ve continuado por multitud de seguidores, para luego ser utilizado por intereses muy concretos, los que tienen el poder y el dinero para convertirlo en fenómeno de masas. En este caso, para dar un vuelco a la política del Japón, restaurar sus ambiciones imperiales y convertir su democracia en mera farsa.

Partida de ajedrez en que todos, sección 9 incluida, devienen meros peones sin voluntad. Donde el azar, al final es el único contrincante que queda.

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