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martes, 20 de febrero de 2018

Cine Polaco (XXXIII): Dreszcze (Temblores, 1981) Wojciech Marczewski































Dreszcze (Temblores) rodada en 1981 por Wojciech Marczewski es un epítome de todos los problemas, amenazas y obstáculos que gravitaban sobre cualquier película producida durante el periodo comunista... y también de algunos que son propios de la forma cinematográfica, sin importar el país de origen.

La historia que narra esta película, como la que narra Człowiek z żelaza (El hombre de hierro) rodada en ese mismo año por Andrzej Wajda, sólo podía ser contada en un momento muy preciso: el breve periodo de deshielo y tolerancia que medió entre el ascenso del sindicato Solidaridad, a finales de los años 70, y el autogolpe de estado del general Jaruzelski, con el objetivo de evitar el desmoronamiento del régimen comunista. Sólo en ese momento de confusión y de debilidad de las autoridades eran concebibles obras como éstas, que atacaban directamente los fundamentos políticos en los que se basaba el sistema. Así, si Wajda denunciaba, sin pelos en la lengua, la represión a la que se sometía a los trabajadores industriales polacos en esa misma década, Marczewski hacía lo propio con el adoctrinamiento al que se había sometido a la juventud en tiempos de Stalin, en los años 50.

Ese tiempo de libertad y revolución de hacia 1980 tuvo una brusca parada, que pospuso cualquier cambio hasta finales de la década de esa misma década. Su impacto, como pueden imaginar, repercutió en la actividad artística de los cineastas polacos, que sufrieron una escisión en su seno, según se posicionaran frente al estado de sitio y la subsiguiente represión. Wajda - y su colega Holland - tuvieron que marchar al extranjero, donde el primero rodó la magnifica Danton (1983), que ya comenté en su momento. Por el contratrio, tanto Kieslovski como Marcewski  permanecieron en Polonia, y si bien el primero consiguió mantener una presencia activa, piensen en Dekalog (Decálogo 1988-19189), el segundo se eclipsó casi por completo. Hasta el extremo que, una vez caído el comunismo, apenas ha llegado  a rodar un par de películas, si bien se ha erigido como una de las personalidad más importantes de esa cinematografía, en su papel de promotor y mentor.

Volviendo a Dreszcze, el proceso de adoctrinamiento que relata transcurre en unas coordenadas muy precisas, que pueden escapar a un observador occidental. Se inscribe en los últimos coletazos del estalinismo, el periodo que media de la muerte del dictador soviético en 1953  hasta la llegada del deshielo y distensión promovida por su sucesor Krushev. Un tiempo que culminó en el abandono de los resabios estalinistas, incluido los aspectos más opresivos del totalitarismo de ese régimen, pero durante el que el sistema continió en piloto automático, manteniendo una feroz represión contra una creciente oposición social, que no sólo se inflamó en Polonia, sino que estalló también en la Alemania Oriental, donde los tanques soviéticos colaboraron en la represión, y especialmente en el levantamiento popular de Hungría en el 56, aplastado de modo sangriento.

En este transfondo rd donde tiene lugar la peripecia personal de nuestro protagonista. Hijo de un represaliado por el sistema, conocedor de literatura prohibida y en principio remiso a integrarse en el sistema, o quizás simplemente indiferente. De manera inesperada, un golpe del destino viene a cambiar su vida, en forma de reclutamiento en un campamento permanent edel movimiento Scout polaco, en realidad un auténtico internado donde se aspira a formar a los futuros cuadros del partido. Paulatinamente, su débil resistencia va siendo erosionada, gracias a una mezcla del palo con la zanahoria, pero ayudada también por su carácter pusilánime y medroso, así como su atracción sentimental por una de las monitoras del campamento. De esa manera, acaba convencido de la justicia y verdad de los lemas vacuos con los que se le bombardea a diario, para aceptar formar parte del consejo directivo del campamento.

La sociedad que se construye con esos métodos tiene poco de ideal, mucho menos de igualitaria o libertaria. Se fundamenta en la delación y la hipocresía, en la inquisición constante de la pureza ideológica de sus miembros, en la amenaza permanente de un castigo que supone, como mínimo, el ostracismo social. Un sistema para el que la única escapatoria del rango de víctima, de oprimido, consiste en pasarse al otro lado, en traicionar a los que hasta entonces eran tus compañeros, tus amigos, para pasarse al bando de los opresores y torturadores. Una metamorfosis, propia de un film de terror, que la película narra de forma detallada y metódica, resultando tan asfixiante como el propio ambiente que describe... pero que, en mi opinión, falla a la hora de montarlo en un todo único y coherente.

A lo que me refiero es que la película no fluye, que se queda en un conjunto de escenas inconexas, sin que una lleve a otra, ni queden bien explicados los cambios anímicos que sufre el protagonista, justificados sólo a posteriri. ¡Pero ojo! No es un problema del director, sino más bien una carencia del propio formato cinematográfico. En el caso de una novela, tendríamos acceso a los pensamientos del protagonista o, en su defecto, a lo que los otros cuentan de él. Se podría trazar así su historia sentimental e intelectual completa, revelando los cambios que experimenta, sin que esto resultase forzado ni inoportuno. En el cine, sin embargo, no contamos con otra cosa que con la imagen, la apariencia externa, la cáscara, y eso, evidentemente, no nos basta.

Más aún cuando se intenta reflejar una sociedad donde el silencio se ha convertido en un rasgo esencial. Porque hablar, y hablar con sinceridad, sólo puede acarrear el peor de los castigos.

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