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miércoles, 6 de diciembre de 2017

Hasta la última gota de sangre (y I)

Der Nörgler: Ausgestellt vor den Leichenfeldern, deren Hintergrund das sympathische Modell selbst beigestellt hat, trifft sie uns tödlich. Ich denke sie mir als einziges Lichtbild in diesen unsäglichen Finsternissen und habe die tröstende Gewißheit, daß diese Züge des österreichischen Antlitzes seine letzten sind. Wie wär’s, wenn wir es mit dem Bilde jener ungezählten Märtyrer konfrontierten, die in Sibirien warten oder in französischen Munitionsfabriken geschunden werden, die auf Asinara leben oder die vom Todeszug aus der serbischen Gefangenschaft in die italienische am Straßenrand verwest sind. Einer steht schon als Skelett da und öffnetn noch den Mund wie ein verhungerter Vogel. Dies Bild hat ein Menschenange geschaut und ich schaue es wieder. Wie wär’s, wenn wir es diesem lächelnden Berchtold verführten und alles Grausen einer Evakuation und alle lebendig Begrabenen und lebendig Verbrannten, die Schändungen halbmassakrierter Frauen, die von mitleidigeren Mördern erschossen werden! Ward nichts dergleichen für Welt und Haus photographiert? Und Berchtold, lächelnd, ward aufgenommen, als er’s mit dem Feind aufnehmen wollte
Karl Kraus, Los últimos días de la humanidad

El Criticón: Hecha (la fotografía del general Berchtold) frente a los campos sembrados de cadáveres cuyo origen es ese mismo simpático modelo, nos resulta moral. Me la imagino como el único flash luminoso en medio de estas indescriptibles tinieblas, y me consuela la certeza de que los rasgos de aquel rostro austriaco son sus últimos rasgos. ¿Qué pasaría si lo confrontásemos con la foto de los innumerables mártires que esperan en Siberia o son explotados en las fábricas de municiones francesas, o que viven en Asinara o se pudren al borde del camino después de la marcha mortal que los lleva del cautiverio serbio al italiano? Hay uno que es ya un esqueleto y aún abre la boca como un pájaro muerto. Esa imagen la ha visto un ojo humano y yo vuelvo a verla. ¿Qué pasaría si se la mostráramos a ese sonriente Berchtold junto con todo el horror de una deportación y de todos los enterrados y quemados vivos, además de esas mujeres violadas y semimasacradas a las que sólo algunos asesinos misericordiosos dan el tiro de gracia? ¿No se ha fotografiado nada parecido para Welt und Haus? ¡Pero a Berchtold sí que lo fotografiaron muy sonriente, intentado medirse con el enemigo! 

Como introducción. 

Dada la locura política en la que vivimos desde hace meses en este país, he sentido que era mi deber volver a leer a Karl Kraus. En concreto, Die Letzen Tage der Menschheit, su crónica de la Primera Guerra Mundial en formato teatral, desgarrada, rabiosa, apasionada, vehemente, acusadora, indignada hasta el ultraje, denuncia sin ambages y temores de la estupidez y de la irresponsabilidad criminal. Apta unicamente para ser representada en Marte, según el propio autor, debido a la locura y la ceguera de la humanidad.

¿Por qué? El mundo que describe Kraus es una Europa en donde el orgullo nacional ha llevado al suicidio de toda una civilización. Las élites dirigentes, políticas, económicas e intelectuales, se han arrojado a un conflicto sin límites ni término, como si de una partida de cartas o un evento deportivo se tratase. En aras de la victoria, o mejor dicho, de evitar una derrota que les parecería humillante, están dispuestos a sacrificar todo lo demás. A causar millones de muertos del enemigo y sufrir otros tantos entre sus propias filas, a destruir todo el tejido social, consumido, carcomido y devorado por las exigencias de una guerra que, como un parásito, se alimenta del cuerpo en donde habita. A sacrificar verdad, justicia, humanidad y bienestar si con ello el enemigo puede ser empujado al abismo y a la destrucción, aunque sea a costa de precipitarse y perecer con él.

Aquí, en esta península de locos, aún no hemos llegado a ese extremo. Aquí, por ahora, las hostilidades sólo son verbales, pero no es aventurado decir que este país se ha desgarrado ya, sin posibilidad de arreglo, entre dos nacionalismos excluyentes, que poco a poco absorben y convierten a neutrales e indiferentes. De tal manera y hasta tal extremo, que las pocas voces racionales que quedan son acusadas como enemigos de la patria, fascistas o sediciosos. Consideradas como traidores por ambos bandos y por las mismas razones. Porque de un lado, están los que para construir su ideal nacional, no dudan en tensar la cuerda, mintiendo, marrulleando trileando,  hasta que esta se rompa de manera irreparable, procurando, eso sí, que las consecuencias las sufran otros. De otro, los defensores de un orden constitucional, para los que este se reduce a la unidad de la patria, mientras que el resto de sus mandatos se consideran mero papel mojado, incomodidades varias que hay que derogar cuanto antes, puesto que nos han llevado a este estado.

Combate, por tanto de carneros, que no cejará hasta que se partan mutuamente los cráneos. Cómico y risible, si no fuera por el que resto estamos en medio y vamos a ser pisoteados. Que nadie se lleve a engaño, gane quien gane, todos perdemos. Como la Austria de Kraus en la primera guerra mundial.




Y no es que la figura de Kraus, eterno acusador y denunciante de las mentiras de su tiempo, esté libre de sombras. Era un Judío que, curiosamente, era antisemita. Era un rebelde de ideas conservadoras, profundo enemigo del mundo moderno y de las posiciones liberales, próximo al militarismo y a soluciones dictatoriales. una personalidad, por tanto, que en nuestro mundo de hoy hubiera sido incómoda para los sectores progresistas, e incluso podría haber llegado a ser acusada y denunciada . Sin embargo, en mi opinión, le salva su profundo amor por la verdad, su acendrado asco ante la mentira, la manipulación, la distorsión y la propaganda. Tanto peor, cuanto de más alto venga y más honorable sea quien la vomite. En especial aquella que prometiendo salvación, gloria y bienestar, conduce a la destrucción, al oprobio y a la miseria. Como la de su país en la primera guerra mundial. Como la del nuestro, y sus muchos salvadores y guias, en estos tiempos.

Kraus era un periodista de cabo a rabo. Alguien que conocía a la perfección los usos y herramientas del lenguaje. Por ello mismo, alguien que sabía como podían pervertirse y cuya perspicacia le llevaba a distinguirlos e identificarlos al instante. De hecho, su obra puede reducirse solamente a eso. A espigar entre las publicaciones de su tiempo en busca de la mentira, la mendacidad y la maledicencia, para luego exponer esos trapos sucios a la vista pública, revelar su impostura y así, paliar, en la medida posible, sus efectos perniciosos. Die Fackel (La Antorcha), la revista que autopublicó durante su vida entera era sólo eso, comentar lo que otros escribían, denunciando sus marrullerias, componendas, servidumbres, traiciones e intereses ocultos. Y del material de guerra en ella contenida, surgió este Die Letzen Tage der Menschheit, destilación a posteriori de esa indignación, de esa rabia y de ese ultraje ante el suicido de un país, incrementando por la impotencia y la amargura ante su destino trágico inevitable. Visible, en apariencia, sólo para Karl Kraus entre todos sus contemporáneos.

Y como muestra, basta un botón. Mejor dicho, dos. Los textos que abren y cierran esta entrada. Porque si Die Letzen Tage der Menschheit es una destilación de Die Fackel, las escenas entre el optimista y el criticón, alter ego del propio Kraus, son su quintaesencia. Aquí, en concreto, Kraus utiliza la foto sonriente de Berchtold, uno de los generales austriacos, para demoler la complacencia y el optimismo de la propaganda de guerra. Porque esa fotografía estaba pensada para infundir confianza y seguridad entre la población, al mostrar el aspecto tranquilo y reposado de uno de los dirigentes del esfuerzo bélico. Si él podía posar con esa serenidad imperturbable, con esa afabilidad y campechanía propia de tiempos de paz, es que las hostilidades iban bien. Nada había que temer para el futuro, seguro el final victorioso que no podía ya tardar.

Sin embargo, esto sólo era un decorado. Tan falso como el de cualquier representación teatral, puesto que de tras de él se ocultaban millones de muertos y un indescriptible sufrimiento. El de los soldados sacrificados en ofensivas sin sentido, el de los civiles deportados y muertos por los caminos, el de todos aquellos que veían morir a sus seres queridos, que agonizaban ellos mismos por la desnutrición y las enfermedades, sin poder evitarlo, sin vislumbrar un final a una matanza inutil que acabaría por aniquilar a todos. Catástrofe a la que les habían empujado personalidades que no eran otra cosa que idiotas integrales, incapaces de predecir las consecuencias de sus actos y que ni siquiera se preocupaban por conocerlos, inmersos, como estaban, en un universo de fantasías románticas donde la guerra eran gloriosas cargas de caballería, bailes de sociedad y desfiles triunfales.

Responsabilidad ineludible e imperdonable, sí, pero que también nos salpicaba a nosotros, puesto que les pusimos en esos puestos de responsabilidad y consentimos sus torpezas. Incluso las jaleamos.

Ya saben, por la patria, el honor y la libertad.

Der Optimist: Aber bedenken Sie, er ist doch nicht verantwortlich
Der Nörgler: Nein, nur wir sind es, die es ermöglicht haben, daß solche Buben nicht verantwortlich sind für ihr Spiel. Wir sind es, daß wir in einer Welt zu atmen ertragen haben, welche Kriege führt, für die sie niemanden verantwortlich machen kann. Verantwortlich für das einzige, was wirklich verantwortet werden muß: die Verfügung über Leben, Gesundheit, Freiheit, Ehre, Besitz und Glück des Nebenmenschen. Größere Kretins als unsere Staatsmänner sind doch
Der Optimist: — die unserer Feinde?
Der Nörgler: Nein, wir selbst. Mit unseren Feinden haben wir nur die Dummheit gemeinsam, einen und denselben Gott für den Ausgang des Kriegs verantwortlich zu machen, statt uns selbst für den Entschluß, ihn zu führen. Was die Staatsmänner der Feinde betrifft, so können sie nicht dümmer sein als die unseren, weil es das in der Natur nicht gibt.
Der Optimist: An den unseren läßt sich allerdings die Wahrnehmung machen —
Der Nörgler: — daß wir uns die Kriege ersparen würden, wenn wir sie an die Front schickten, also dorthin, wohin der Berchtold oder seinesgleichen nie gelangen wird. Noch weiter aber als diese von der Front sind wir von einer Einrichtung des Staatslebens, wie sie die Spartaner gekannt haben, die bekanntlich auch solche Durch- und Durchhalter waren wie wir. Sie setzten ihre Kretins auf dem Taygetus aus, während wir sie an die Spitze des Staats und auf die verantwortlichen diplomatischen Posten stellen.

El Optimista: Pero piense que él no es el responsable.
El Criticón: No, somos nosotros los que hemos hecho posible que granujas como él no sean responsables de su juego. Somos nosotros los que hemos aprendido a respirar en un mundo proclive a embarcarse en guerra de las que luego no puede responsabilizarse a nadie. Y responsabilizar de lo único por lo que realmente hay que asumir responsabilidades: el disponer de la vida, la salud, la libertad, el honor, la propiedad y la felicidad del prójimo. Cretinos aún peores que nuestros jefes de estado…
El Optimista: … ¿son los de nuestros enemigos?
El Criticón: No, somos nosotros mismos. Con nuestros enemigos sólo tenemos en común la estupidez de hacer responsable a uno y el mismo Dios del resultado de la guerra, en vez de culparnos a nosotros mismos por habernos decidido a hacerla. En cuanto a los jefes de estado de nuestros enemigos, no pueden ser más tontos que los nuestros porque la naturaleza no lo permite.
El Optimista: En cuanto a los nuestros, sin embargo, se puede observar…
El Criticón: … que nos ahorraríamos las guerras si los enviásemos al frente, es decir, ahí adonde ni Berchtold ni los de su calaña pondrán nunca los pies. Pero más lejos aún que ellos del frente estamos nosotros de organizar una vida estatal similar a la de los espartanos, tan aficionados, ya se sabe, a resistir a pie firme como nosotros. A sus cretinos los exponían en el monte Taigeto, mientras que nosotros los ponemos a la cabeza del estado y en los puestos de mayor responsabilidad.

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