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martes, 14 de noviembre de 2017

Riéndose de la guerra, el honor y el patriotismo/En los verdes prados de la infancia (y II)



 








Ya les contaba, en una entrada anterior, como el visionado de Baron Prášil (El Barón de Munchausen, 1961) me había reconciliado con el cine de Karel Zeman. La siguiente película que he visto, Blaznova kronica (El cuento del bufón, 1964), ha venido a confirmar el buen sabor de boca que me dejó aquella otra película... y a matizar un tanto mi percepción sobre su cine.

La cuestión es que, aparentemente, Zeman parece realizar cine infantil, adaptando temas que se suponían de lectura obligada para la juventud y la niñez, fueran éstas las mentiras de Munchhausen o las novelas de Julio Verne. Sin embargo, es fácil darse cuenta que la mirada de Zeman no es la de un niño, ni siquiera la de un adulto que narra un cuento a un infante. Por el contrario, su mirada es la de un hombre ya mayor que contempla su juventud, revivida en las lecturas que habitaron su imaginación en ese tiempo, y que sabe que forman parte integrante e irrenunciable de su personalidad. Se trata, por tanto de una visita a un lugar perdido, abandonado con los años, que conlleva una obligada reescritura, a medias entre la ironía escéptica adulta y la emoción entregada de la nostalgia. Un poco al estilo de un Alan Moore y su megamix de toda la literatura y el cine de fantasía y aventuras que es The League of Extraordinary Gentlemen (La liga de los caballeros extraordinarios).

Éste es, podría decirse, el modo habitual de Zeman. En ese sentido Blaznova kronica se situa en un mundo narrativo y estético muy distinto. No porque Zeman renuncie a su estilo personal, muy al contrario. En esta película se conservan sus rasgos distintivos habituales, la mezcla de imagen real con animación, el uso de ésta última para subrayar e ilustrar aspectos que la técnica cinematográfica habitual sería incapaz de representar, el gusto por efectos visuales que se remontan al tiempo de Melies, al inicio del cine y que sirven para dar a sus filmes una patina de antigüedad, de atemporalidad, que favorece sus rasgos fantásticos. Cartón piedra, tramoya anticuada, recursos periclitados que, en definitiva, permiten que nos creamos la irreal y lo maravilloso, precisamente porque el modo en que se presenta lo pone ya, de entrada, fuera de nuestra experiencia cotidiana.

Sin embargo, y a diferencia de obras anteriores y posteriores, Blaznova kronica tiene una clara vertiente política. Mejor dicho, pertenece al mismo universo estético que las andanzas del soldado Schweij creado por Jaroslav Jasek, lo cual no extraño dado el lugar central de este personaje en la cultura checa: una vitriólica sátira en la que se pone en solfa todo lo que se supone sagrado y noble. En concreto todos aquellos ideales huecos y hueros por los que otros, más poderosos y más adinerados, quieren que muramos mientras ellos continúan disfrutando de lo que han robado. Perdón, de lo que han adquirido mediante el ejercicio del honorable comercio, su elevado rango y su no menos alta cuna.

Entre ladrones anda el juego, por tanto. Porque pícaros son los protagonistas, en tanto que su supervivencia es su primer y único objetivo. Afán y destino continuamente puesto en peligro por habitar un mundo desquiciado, una Alemania desgarrada por la Guerra de los Treinta Años. Un conflicto que, como deberían saber, asoló amplias regiones de ese país, provocando la muerte de casi un tercio de la población alemana, incluso en algunas partes, de la mitad. Esas calamidades no están ausentes de la película, puesto que los personajes se pasan el metraje entero huyendo de ellas, con mayor o menor fortuna, pero se someten a un sano ejercicio de pitorreo.

Porque si los protagonistas sólo pretenden salvar sus vidas, acaparar riquezas que se encuentran  a su paso y, alguno de ellos, incluso alcanzar el amor, saltando de un bando a otro según el viento les lleve, lo mismo pasa con señores, gobernantes y generales. Por debajo de su altivo orgullo, de su desafiante honor, de sus palabras altisonantes y grandilocuentes, habitan las mismas pasiones que los plebeyos. Incluyendo la más ignominiosa cobardía. Ésa que, sin alterar el gesto, ni siquiera pestañear, le lleva a pasarse con armas y bagajes al enemigo si con ellos consiguen conservar rango, dignidad, riquezas y posición.

Todo ello claro está, en aras del bien común y justificado con los más sólidos razonamientos. Que plumas siempre habrá que compongan loas y apologías. Así como necios que se las crean a pies juntillas y las defiendan con su vida.

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