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martes, 15 de noviembre de 2016

El gozne (VI)

Die Kriege in Südafrika und Kuba zeigen manche Parallelen. Durch die Grausamkeit, mir der gegen die - überwiegen weißen - Gegner vorgegangen wurde, erwiesen sie als Kriege kolonialen Charakters. Die Spanier unter der berüchtigten Generalkapitän Kubas, Valeriano Weiler y Nicolau, einer Bewunderer von General Shermans Verwüstungszug durch Georgia 1864 und Pionier der Guerillabekämpfung auf der Philippinen, "Konzentrierten" 1896/1897 der widerspenstige kubanische Bevölkerung (aller Rassen) unversorgt in umzäunten Lagern (campos de concentración), in denen mehr als 100.000 Menschen an Unternährung un Vernachlässigung starben. Mit ähnlichen "concentration camps", in denen 116.000 angehörigen der burischen Nation und manche ihren schwarzen Helfer interniert wurden, ebenso mir Erschießungen von Gefangenen und Geiseln, versuchten die Briten unter Horatio Kitchener und Alfred Milner die Kampfmoral ihrer Südafrikaner Kontrahenten zu brechen. Ein jünger Journalist namens Winston Spencer Churchill, soeben von einer Südafrikareise zurückgekehrt, empfahl der Amerikanern, ähnliche Methode auf die Philippinen anzuwenden, was denn auch (nicht nur wegen Churchills Rat)   bald geschah. In Herero-Nama Krieg richteten die Deutschen nach 1904 ebenfalls Lager ein. Neu war die Lageridee, nicht die grundsätzliche Brutalität des Vorgehens. Ein Beispiel dafür ist der Zulukrieg von 1879. Die Initiative ging hier nicht von London, sondern von einen "Man in the spot", sir Batle Frere, dem britische Hochkommissar für Südafrika. Sein Ziel war es, Zululand von dem "Tyrannen" Ketchwatyo zu brefeien, die Zulu zu entmilitarisieren und sie einer indirekter Herrschaft durch gefügige Häuptlinge zu unterstellen - also ein indischen Modell. Im Anglo-Zulu Krieg von 1879 waren die militärischen Chancen ziemlich gleich verteilt. Dennoch war er kein edler Wettstreit zwischen Kriegerkasten. Als die Briten eine Niederlage fürchten mussten, reagierten sie auf Grausamkeiten des Zulu-Gegners mit der Tötung von Gefangenen, dem Niederbrennen von Kraals und der Konfiskation von Vieh, der Existenzgrundlage der Zulu.

La Transformación del Mundo, Jürgen Osterhammel

Las guerras en Sudáfrica y Cuba muestran algunos paralelos. Debido a las atrocidades cometidas contra los oponentes - en su mayoría blancos - se revelan como guerras de carácter colonial. Los españoles bajo el infame capitán general de Cuba, Valeriano Weiler y Nicolau, admirador de la política de tierra quemada del general Sherman en Georgia en 1864 y pionero de la lucha contraguerrillera en las Filipinas, concentraron sin consideraciones a la población cubana rebelde de todas las razas en campos de concentración con alambradas, en donde más de 100.000 seres humanos murieron de malnutrición y abandono. Con "concentration camps" similares, en donde 116.000 boers y algunos de sus sirvientes negros fueron internados, incluso con la ejecución de prisioneros y rehenes, los británicos, con Horacio Kitchener y Alfred Milner, intentaron quebrar la moral de sus oponentes sudafricanos. Un joven periodista de nombre Winston Spencer Churchill, apenas vuelto de un viaje a Sudáfrica, recomendó a los americanos que utilizase métodos similares en las Filipinas, lo que sucedió pronto, aunque no solo debido al consejo de Churchil. En la guerra Herero-Nama de 1905 los alemanes crearon enseguida campos. Lo nuevo era la idea de los campos, no la brutalidad de base de los procedimientos. Un ejemplo es la guerra Zulu de 1879. La iniciativa no vino aquí de Londres, sino del "Man in the Spot", sir Batle Frere, el alto comisario británico para Sudáfrica. Su objetivo era liberar la Zululandia del "Tirano" Ketchwatyo, desmilitarizar a los zulúes y establecer un dominio indirecto mediante dóciles cabecillas - el modelo de la India-.  En la guerra zulú las oportunidades militares estaban igualmente repartidas. No obstante, no fue un noble combate entre castas guerreras. Cuando los británicos temieron una derrota, reaccionaron a las atrocidades de sus contrarios zulues con la ejecución de prisioneros, la quema de los Kraals y la confiscación de ganado, la razón de existir de los zulúes.


En las entradas anteriores, los "goznes" que les había descrito eran en su mayoría positivos. La desaparición del hambre y las enfermedades, o la constitución de la historia en términos de progreso, con sus antes y después culturales y tecnológicos, así lo indicaban. No era el caso del cierre de las fronteras, en su sentido americano de "frontier", puesto que en él se incluía implícitamente la deportación y el exterminio de esas poblaciones fronterizas, como ocurrió con los indios de los EEUU, los araucanos y patagones del Cono Sur, o los nómadas de Asia Central. Porque el siglo XIX, justo en su final, en los años anteriores a la Primera Guerra Mundial, es también el momento en que se ponen las bases para los dos crímenes característicos del siglo XX: el genocidio y los crímenes contra la humanidad.

No es porque la guerra en siglos anteriores estuviera desprovista de atrocidades. Los romanos eran famosos por el uso de las atrocidades como medio de acortar la guerra. Bastaba con arrasar un par de ciudades enemigas, exterminar a los guerreros y vender luego a la población como esclavos, para que el resto del país agachase la cabeza y se sometiese a los nuevos amos. Asímismo, en las guerras de religión, el uso de la crueldad institucional era casi normativo para provocar los cambios de fe y eliminar aquellos elementos más combativos dispuestos a morir por sus creencias. Incluso en épocas como el siglo XVIII, cuando la guerra estaba sometida a leyes estrictas y casi había devenido un pasatiempo inocuo de los reyes, existían casos en que las atrocidades estaban permitidas por ese mismo orden. Por ejemplo, si una plaza en la que se había abierto brecha en su fortificaciones no se rendía, estaba permitido pasar a cuchillo a la guarnición.

No obstante, en esas mismas guerras en las que no se hacían prisioneros, se saqueaban ciudades enteras y se ejecutaba a cualquier resistente, había unos límites implícitos que raramente se cruzaban. Salvo excepciones - ésas precisamente que terminaban por convertirse legendarias y que por eso mismo han llegado hasta nosotros - el conquistador no estaba interesado en exterminar a la población nativa. Le bastaba desplazar a las élites, que si tenían que temer ser deportadas o ejecutadas, mientras que la inmensa mayoría de la población, los trabajadores del campo, pasaban de un amo a otro sin apenas notarlo.

Lo característico del siglo XX, por el contrario, es que se persigue la erradicación de poblaciones enteras, bien por la deportación, bien por el exterminio. No hay posibilidad de salvación, ni pasándose al enemigo, ni aceptando el yugo de los conquistadores, ni siquiera siendo reducido esclavo. La persona está condenada de antemano por su pertenencia a un grupo étnico o religioso,  clasificación de la que es imposible escapar.


Este cambio cualitativo en los usos de la guerra se plasma en una invención particularmente abyecta del siglo XIX: el campo de concentración. Hallazgo en el que los españoles tuvimos la triste primacía de su invención durante la guerra de Cuba, y cuya utilización no se detuvo con la disolución de los campos nazis, sino que siguió empleándose en las guerras desiguales que jalonan la segunda mitad del siglo XX. Ése y no otro fue el motivo que llevó a su utilización, primero en Cuba y luego en la guerra de los Boers: quebrar la resistencia de una insurgencia que contaba con el apoyo mayoritario de la población civil, cortando de raíz las vías de suministro de estas guerrillas mediante la deportación de las poblaciones locales y su confinamiento en campos vigilados por el ejército. Táctica inhumana y con un alto coste en vidas que, triste y paradójicamente, es la única eficaz en estas guerras desiguales... siempre y cuando la guerrilla no cuente con un Deus-ex-machina externo que venga a salvarla: el ejército de los EEUU en la guerra de Cuba o el bloque comunista en la de Viet-Nam

Sin embargo, como bien indica Osterhammel el campo de concentración no surge de la nada, o mejor dicho, no aparece en un contexto de pacifismo o de guerras controladas, en las que la población no se ve afectada. Cuando surge, es al final de una larga historia de guerras ampliamente destructivas, pero, y esto es lo importante, fuera de Europa y los EEUU. Desde el final de las guerras napoleónicas, la historia de Europa y América había sido excepcionalmente pacífica, excepto el rebrote bélico que tuvo lugar en la década de los 60, con la Guerra del Paraguay, la Civil Americana o la Francoprusiana. Fuera de estos episodios, la violencia militar occidental se dirigió hacia el exterior,  hacia las colonias, en las múltiples campañas que llevaron al sometimiento de Asia Sudoriental y África. Unas campañas, en las que los europeos se mostraron especialmente crueles en dos casos opuestos: cuando más precaria era su posición y su posibilidad de victoria- las guerras Zulúes - o cuanto más abrumadora era su supremacía bélica - caso de la rebelión de los Hereros en Namibia.

La crueldad  - y la voluntad para ejercerla - no era, por tanto el problema ni la diferencia.  La diferencia es que a finales del siglo XIX, en 1895 en Cuba, en 1900 en Sudáfrica, estas medidas empezaron a aplicarse sobre poblaciones en que el elemento europeo era importante. Europa y los EEUU - no olvidemos la guerra a muerte entre las tropas americanas y la población filipina que siguió a la "liberación" de 1898 - importaron así para uso doméstico los métodos de las guerras coloniales y los aplicaron a las guerras interestatales del siglo XX. Las nuevas guerras convirtieron a la la población civil en objetivo prioritario, que había que destruir con cualquier medio posible, incluso los del genocidio.

Exterminios a los que se buscaba una justificación similar a la de las guerras coloniales. Las diferencias insalvables entre razas, dado su carácter biológico, el cual explicaba el primitivismo y retraso consustancial a las inferiores. 

Sólo que esta vez aplicado a gentes de la vieja Europa, en donde esas clasificaciones arbitrarias aún tenían menos sentido y razón, si que alguna vez lo han tenido

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