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lunes, 4 de julio de 2016

Penumbras históricas

Guerrero Galaico
Mientras visitaba la exposición - ejemplar, como siempre - que el Museo Arqueológico Nacional de Madrid ha dedicado a la Lusitania Romana. Me preguntaba si los visitantes se daban realmente cuenta de hasta que punto ese concepto histórico es producto de un equívoco. 

Por ser breves, lo que sabemos de Lusitania por las fuentes históricas se reduce a la guerra que Roma libró a mediados del siglo II a.C con el caudillo Viriato. Poco más, y ese poco en el relato de Apiano en su Iberia, a lo que hay que unir las noticias que los geográfos y naturalistas grecorromanos, Estrabón, Ptolomeo, Plinio el Viejo, nos han transmitido sobre ese extremus mundi que era la península ibérica para ellos, especialmente las zonas de la Galaecia y la Lusitania. Fuera de ello y fuera de ese periodo de mediados del siglo II a.C, nada más, de manera que el estudioso tiene que fiarse casi exclusivamente de los restos arqueológicos y los testimonios epigráficos.

Este silencio se debe a que los historiadores romanos sólo estaban interesado en dos temas: las luchas contra los enemigos exteriores al Imperio y las convulsiones dentro de las clases dirigentes. De esa manera, la Lusitania de antes de la era cristiana sólo es importante en tanto que tierra de rebeldes y bárbaros que deben ser pacificados y finalmente lo serán. la Descripción de esos bárbaros, por otra parte, no pretende ser antropológica, sino que sigue unos patrones determinados, en los que se subraya tanto su valor y nobleza como su perfidia y salvajismo. El objetivo es así doble, acumular honores en unas fuerza romanas capaces de doblegar a cualquier enemigo, por poderoso que este sea, ademas de justificar el sometimiento de esos pueblos independientes, al llevarles los beneficios de la civilitas romana. 

Conseguido esto, al historiador romano poco le importa lo demás, de manera que en el caso de Viriato y los Lusitanos nos quedamos con preguntas cruciales que no tienen respuesta. ¿Cuál era la composición étnica de esos lusitanos? ¿Existieron realmente o es simplemente una etiqueta conveniente para una colación temporal de pueblos antes dispersos y desunidos? ¿Hasta que punto existía una organización protoestatal? O dicho de otra manera ¿Se encontraron lo romanos con reinos en vías de formación o estos fueron un evolución acelerada, como ha ocurrido en otros lugares y tiempos, ante la presión irresistible de un imperialismo expansivo?

No hay respuesta y el problema se complica porque una vez que un territorio era pacificado, dejaba de ser frontera y no era centro de sublevaciones contra el poder de la capital, los historiadores romanos guardaban un profundo silencio sobre esas tierras, apenas roto aquí y allá por algún suceso sonado, del que nos suele faltar todo contexto y motivación. Caso, por ejemplo de la extraña rebelión de Materno, a finales del siglo II. O las invasiones moras de esa misma época, conocidas sólo por inscripiciones y de las que sabemos que fueron sofocadas con milicias locales, sin la intervención de la Legio VII acantonada en León.

Cabe preguntarse, ¿cómo veían los romanos la tierras de Hispania? Si tomamos un mapa cualquiera de la división provincial de Augusto, en la que Hispania queda partida en Lusitania, Tarraconensis y Bética, llama la atención lo diferente que es esa partición de la actual, o más concretamente, de la medieval que hemos heredada. Tanto, que nos parece casi absurda, irracional e incomprensible.
La Hispania de Augusto

La Hispania de la Reconquista

La Hispania medieval tiene una clara orientación Norte Sur, producto de los avances hacia el sur durante los siglos de la reconquista, mientras que la Hispania Romana no tiene lógica alguna. O quizás es porque lo estamos mirando mal. Hagamos el experimento de girarlo 90º y veamos lo que pasa.

Hispania vista desde Italia
De repente todo cobra sentido, porque ahora lo estamos viendo desde el punto de vista de un invasor mediterráneo. Un conquistador que penetra en la península desde dos bases principales, Tarraco y Cartago Nova y se adentra en su interior por medio de tres vías de acceso. Desde Tarraco, por el valle del Ebro hasta la Rioja y de allí salta a la cuenca alta del Duero, la Meseta Superior y luego Galicia. Desde Cartago Nova, la entrada por el corredor de Albacete hasta la Mancha y la cuenca Alta del Tajo, hasta la muralla del sistema Central. Por último, y de nuevo desde Cartago Nova, el acceso por Almería a la Cuenca Alta del Guadalquivir hasta su desembocadura y de allí la subida a las cuencas bajas del Guadiana y el Tajo.  

La geografía y los puntos de entrada de los romanos en la península explican así la división provincial y como puntos tan distantes para nosotros como Murcia, Cataluña y Galicia, pudieron pertenecer a la misma provincia, mientras que las cuencas del Tajo y del Guadiana quedaban partidas por la mitad. Una división, por otra parte, que se explica de nuevo de forma natural y ha quedado reflejada en la partición actual entre Extremadura y La Mancha. A mitad de ambos ríos se extiende una vasta área de tierras despobladas, de sierras y soledades, que impide la comunicación entre zonas aledañas y que incluso en tiempos mas recientes, durante la guerra de la Independencia, constituía un grave problema logístico para los ejércitos franceses que querían cruzar a Portugal y los británicos que intentaban pasar a España.

Lusitania se muestra así como una tierra doblemente aislada, casi un cul-de-sac que dicen los franceses. Primero, por su pertenencia a una provincia periférica y pacificada desde hacía siglos; segundo por su dificultad de acceso desde esa misma península, separada por ríos y vacíos humanos de las otras. Esta lejanía se muestra incluso en su ausencia, por pérdida durante la transmisión, del mapa de carreteras del Imperio Romano trazado hacia el 300 d.C que se conserva en Viena. 

Sin embargo, esa condición no evita que su influencia se siguiera notando en el resto del Imperio, incluso en el resto de la capital. La exposición del MAN apunta a las importantes zonas mineras, compartidas con la Bética, que abastecían de recursos al Imperios. Unas riquezas naturales que se complementaban con las agropecuarias, especialmente el famoso Garum o macerado/salazón de pescado, y que llevaron a la construcción de importantes obras de ingeniería, como el puente de Alcántara. Tanto para el transporte de los recursos locales como el de los auríferos del lejano norte, del triángulo León, Galicia, Asturias.

Vías y relaciones que no eran de un único sentido, sino que servían también para que se fueran infiltrando las influencias externas,  bien en forma de tejidos urbanos de nueva Planta, caso de Emerita Augusta, bien de fenómenos culturales y religiosos. Los teatros, circos y anfiteatros que son ubicuos en toda las tierras de la romanidad, así como las múltiples religiones que en ellas convivían. Las locales, las oficiales romanas, las nuevas orientales, como la de Mitra, o incluso el cristianismo.

Estatua de Mitra

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