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martes, 5 de julio de 2016

El mundo entero

Hieronymus Bosch, El Bosco, El jardín de las delicias
Lo primero, un fuerte reproche al Museo del Prado, que ha aprovechado la ocasión de la retrospectiva de El Bosco para subir el precio de las entradas a 16 Euros. No se si darán cuenta que con esta medida se están convirtiendo en un coto cerrado para turistas despistados, visitantes que vendrán una vez porque estaba en el paquete que contrataron y ya no volverán, mientras que imposibilitan el acceso a los que nos gustaría ir más a menudo, para disfrutar y conocer su amplísima colección. Ahora bien, dado que en los últimos años todas las instituciones culturales están cobrando por la entrada a las exposiciones temporales que organizan, está cada vez más claro que el arte se considera de nuevo un lujo de las élites, al menos de aquéllas que puedan pagárselo y comprar los abalorios pertinentes.

Luego no se quejen si el arte y la cultura son odiados y despreciados por la mayoría de la población. Mejor dicho, ignorados como algo inútil en la vida diaria, como una pérdida de tiempo y de dinero.

Volviendo a la exposición de El Bosco. Uno está aconstumbrado a exposiciones multitudinarias, donde hay que hacer cola para ver los cuadros, con la consiguiente degradación en la visión de los mismos; pero ésta se lleva la palma, de manera que la primera vez que fui tuve que irme sin poder ver alguna de las pinturas... o sin haber llegado a apreciar otras por entero. Ocurre que el Bosco es uno de esos pintores que conoce hasta el más ignorante y que gran parte de la gracia de su pintura es explorar el inagotable mundo de criaturas, monstruos y espantos que pueblan  sus cuadros, así que en esta exposición no sólo están garantizadas las multitudes, sino que los visitantes se van a quedar mucho, mucho tiempo frente a las obras, ocasionando esos atascos a los que me refería.

No sé muy bien  como se podría solucionar esto y me da que al Museo del Prado le da un poco igual, ya que va a llenarse bien la bolsa con estas multitudes de visitantes. Eso sí, tengo la impresión de que pocos se van a ir habiendo aprendido a conocer mejor a este pintor y que lo único que va a recordar la mayoría son las incomodidades que sufrieron para ver a este pintor tan raro, tan extraño y tan incomprensible... y por eso mismo tan fascinante.
Lo cierto es que se vuelve una y otra vez a los cuadros de este pintor porque se sabe que siempre se va a encontrar algo que no se vio antes. Da igual en cuantas ocasiones se los haya contemplado o cuanto tiempo se tenga dedicado a su estudio. Siempre habrá un detalle en el que no habíamos reparado y que ahora nos subyugará. Y no es que sea la figura de un pájaro escondido justo en el borde del marco. No, puede estar en el centro y ser de un tamaño considerable, como el Anticristo que sonríe irónico en La adoración de los reyes, o el paraíso privado de dos amantes en medio del frenesí colectivo de El jardín de las delicias.


Hieronymus Bosch, El Bosco, El jardín de las delicias

Cada tabla de El Bosco - al menos las más grandes y desenfrenadas - contiene el mundo entero, como queda reflejado en la grisalla de la creación que sirve de tapa y protección a El jardín de las delicias. Se trata de un afán por resumir todo en lo existente en el exiguo espacio pictórico, que lleva a El Bosco a sufrir de auténtico horror vacui, al mismo tiempo que consigue que esas inmensas tablas asemejen primores de miniaturista, algo que hace casi imposible conseguir buenas reproducciones fotográficas de las mayores. Se sitúa así un tanto al margen de la pintura de su tiempo, como una figura anticuada y medieval - como Grünewald - , opuesto e indiferente a la búsqueda renacentista del ilusionismo pictórico y la reproducción coherente del hombre, los espacios urbanos y la naturaleza. Sólo hay otro pintor que se halle en sus mismas coordenadas estéticas, que comparte ese mismo horror vacui y que tenga esa misma afición por la miniatura. Se trata obviamente de Breughel, pero con él ya nos moveríamos a la siguiente generación de pintores flamencos.

Esa características de El Bosco no bastarían por sí solas para granjearle la admiración universal de la que goza. Como mucho harían que se le catalogase como artista excéntrico, como curiosidad pictórica. Lo definitorio de su arte, lo que hace que siga siendo válido quinientos años mas tarde, una vez derruidas todas las reglas, abolidas todas las escuelas, tornada nuestra mirada en cínica y amarga, es la inagotable riqueza de su invención. Independientemente de las intenciones de sus cuadros, de los deseos de sus comitentes, de las propias convicciones de El Bosco, da la impresión que este pintor sólo se interesaba por crear formas hibridas, imposibles anatómicos, engendros que no pueden habitar en nuestro mundo y que pertenecen a otra dimensión inalcanzable, no sabemos si divina o infernal.

Esa constatación nos lleva a un problema irresoluble. ¿Quién era El Bosco? ¿Cuáles eran sus ideas? Como la gran mayoría de los pintores antiguos, meros artesanos cuya importancia para la sociedad en que vivían se reducía a sus pinturas, no sabemos nada o casi nada de él, fuera de documentos oficiales, de registros de compras, ventas y contratos. Intuimos, eso sí, que debió ser un hombre profundamente religioso, como todos los de su tiempo, pero rayano en un fanatismo intransigente que se manifiesta en las retorcidas torturas y castigos con los que castigó en sus obras todos los placeresc humanos. 

Y sin embargo, aunque sabemos esto, aunque cada uno de sus cuadros es una compleja alegoría plagada de símbolos, aunque el objetivo de su arte es llevarnos a la conversión y al buen camino, no es eso lo que vemos ya en sus pinturas. Lo que admiramos es un mundo en continua y completa metamorfosis, donde lo habitual se funde y confunde, se injerta y se amalgama, hasta dejar ser reconocible, hasta no producirnos otro sentimiento que desazón y desasosiego. Un mundo que sabemos surgido del horror de la Peste Negra, de las crisis múltiples de la cristiandad antes de la Reforma - el movimiento conciliar, el cisma de Occidenta, la cautividad babilónica del Papado en Avignon -, del hundimiento de todo el sistema político e ideológico de la Edad Media, amenazado por las nuevas ideas procedentes de Italia, quebrantado por las guerras entre los magnates, contestado por las rebeliones de burgueses y campesinos. Pronto, muy pronto, sumido en el torbellino de la Reforma y las guerras de religión.

Un universo estético, el del Bosco, en el que reconocemos la influencia de los bestiarios medievales, de la fauna revoltosa y descarada que habita los márgenes de los códices medievales, de los relatos increíbles e inverosímiles de los viajeros que recorrieron la ruta de la seda hasta llegar a la China... o que dijeron haberlo hecho así. Un mundo y unas visiones con profundas raíces en la cultura, el ideario y los miedos de ese fin del medievo, pero que en manos de El Bosco trascienden esa herencia y se transforman en un universo completamente nuevo.

Que no nos ha abandonado desde hace quinientos años. Que nadie que lo haya visto, puede olvidar.

Hieronymus Bosch, El Bosco, El jardín de las delicias

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