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jueves, 23 de octubre de 2014

Behind this reality's veil



















En más de una ocasión me he lamentado de los múltiples prejuicios que recaen sobre la animación, en especial de la igualdad animación/infantil. El problema no son tanto esos prejuicios como el reforzamiento que acarrean de un círculo vicioso, en el cual el público no acepta otra animación que no sea la infantil, obligando así a los creadores a crear ese tipo de animación, que a su vez confirma el prejuicio y vuelta a empezar.

No obstante, uno de mis descubrimientos más gozosos cuando me adentré en el mundo de animación fue constatar los estrechos lazos que la unían a la vanguardia y la experimentación, de manera que personalidades más que respetadas de ese campo parecían haber vivido una suerte de vida anfibia, entrando y saliendo de la animación según les placía o convenía. Por sí solo, este fenómeno debería haber constituido una refutación del prejuicio arriba indicado, pero curiosamente sólo ha contribuido al silencio y al olvido de esas obras y esos creadores, no ya por parte del público en general, sino por parte de la crítica avanzada, que considera esas secciones creativas como menores, a veces casi indignas.

El caso señero de esta doble vida a la que hacía referencia es el de Stan Brakhage, autor-paradigma del cine experimental, quien durante cincuenta años se dedicó a redefinir nuestra manera de ver y el modo en que está mirada era reflejada en el arte de la cinematografía. En el caso de la animación, la radicalidad de este autor americano llegó al extremo de pintar directamente sobre el celuloide y luego proyectarlo, dando un paso más en el desarrollo de esa técnica llamada por los anglosajones cameraless animation, creada por Len Lye en los años 30 y continuada por Norman McLaren en los 40 y 50.

El presitigio de Brakhage estaba más que asentado cuando se produjo este giro hacia la animación, de manera que aunque con ciertas reticencias críticas, su carrera no se vio afectada. Podría decirse que en su caso se aceptó la animación  como forma válida, por ser él quien era, pero otros no han tenido tanta suerte. Relacionado con Brakhagh o al menos contemporáneo y amigo suyo, se halla el animador experimental americano Larry (o Lawrence) Jordan, quien hizo de la animación su forma favorita de expresión y quizás por ello ha permanecido en una penumbra de la que Brakhage se salvó afortunadamente.

Sophia's Place (1986) que he visto esta semana y a la que pertenecen las capturas que abren la entrada, puede ser el mejor ejemplo de su estilo o a al menos - en una obra donde el cortometraje es la norma - su intento más coherente por llevar su forma de expresión hasta sus límites estéticos. Se trata de un largometraje de 80 minutos de duración que se construye como una improvisación libre, en la que la acción - o la poca acción que puede imaginarse en una obra experimental - se va construyendo sobre la marcha, mediante asociaciones explíticas o implícitas, naturales o recreadas, entre los elementos que pueblan la película y la imaginación del artista.

¿Y qué elementos son esos? El estilo de Jordan es característico en el sentido de constituir la traducción cinematográfica visual de los collages  surrealistas de Max Ernst, como es el caso de Une semaine de Bonheur, construidos con fragmentos recortados de grabados decimonónicos, cuya yuxtaposición incongruente y discordante genera una nueva realidad, una revelación preñada de significados inesperados. No obstante, si en el caso de Ernst estos collages se pretendían como visiones fugaces de una historia mayor - las ilustraciones arrancadas de una novela perdida - cuya clave interpretativa se nos hurtaba, en Jordan no existe tal intencionalidad narrativa, sino más bien la propuesta de un viaje alquímico en el que mediante una serie de metamorfosis visibles e invisibles, se acaban por provocar la ascensión a una realidad superior, esa suprarrealidad tan cara los surrealistas.

De lo dicho se deduce que la técnica elegida por Jordan no es otra que la del cut-out, así como que el movimiento - la animación - es casi mínima. Lo que le interesa a Jordan es otra cosa distinta, se trata de la metamorfosis, de la irrupción del imposible en el ámbito de lo posible - esa normalidad decimonónica, burguesa, incluso cuando se trata de fantasía -, seguida por la evolución de esas situaciones y personajes distorsionados hacia seres y paisajes mixtos, en los que su origen inicial apenas es reconocible - aunque no completamente traicionado - y en los que se continúan  representando los ritos de antaño, vaciados ahora de contenido, reducidos a manía, a repetición obsesiva de la cual no se deriva resultado alguno, sino es nuevos ritos tan inutiles, tan vacíos como los anteriores.

Película difícil, dura, hermética y críptica, pero que se torna fascinante por la manera en que los collages creados por Jordan - y las acciones que en ellos se desarrollan - devienen un espacio tan real, tan posible, como nuestra propia realidad, ésa en la que vivimos y de la que estamos seguros de su existencia.

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