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sábado, 8 de diciembre de 2012

Forwards and backwards


En la propaganda de la exposición Maria Blanchard se ha hecho quizás demasiado hincapié en su condición de desconocida. Es cierto que frente a los grandes nombres del cubismo, los españoles Picasso y Gris, los franceses Léger y Braque, la española corre el peligro de quedar relegada a uno de tantos cubistas de segunda fila,  como Gleizes, importantes en la difusión del movimiento, pero poco más.

Sin embargo, para cualquier escolar de mi época, el nombre de Marie Blanchard, así en francés, al cual se añadía el Gutierrez para indicar su españolidad, no era en absoluto desconocido, ya que se le solía añadir a una larga lista de españoles que habían participado en la vanguardia, olvidando en el camino grandes nombres extranjeros del arte moderno, en un intento algo torpe de borrar la vergüenza que sentía la cultura española por haber dado la espalda  - e incluso haberla perseguido - durante los largos años de la dictadura.

Ahí se acababa todo, sin embargo, a conocer su nombre. El resto eran extraños mitos venidos de no se sabe donde y un cuadro magnífico que se podía ver en el entonces MEAC (Museo Español de Arte Contemporáneo), el germen del actual MNCARS.  Una pintura, que pueden ver al principio de la entrada, que aún hoy me parece uno de los mejores iconos del cubismo, al menos de ese tramo final que se inicia hacia 1910-




María Blnachard es una de esos pintores, como Juan Gris que se unen al movimiento cuando este ya ha irrumpido en la escena parisina y la ha puesto patas arriba. Curiosamente, ese momento coincide con el final de la etapa más radical del Cubismo, la analítica, cuando Picasso y Braque, convertidos en una extraña pareja de siameses, acaban por dejar a un lado cualquier uso del color o de figuración, quedándose a un mero paso de la abstracción... para repentinamente dar la vuelta y dedicar el periodo que antecede a la primera guerra mundial en reconstruir, o al menos recomponer, todo lo que habían demolido. Es la fase del cubismo sintético, en la que el color y la forma vuelven a convertirse en protagonista.

Esta marcha atrás no supone que la manera sintética sea peor que la analítica, o incluso menos rupturista o vanguardista. Es precisamente entonces cuando el Cubismo sirve de germen a muchos otros ismos que florecerían durante esa década o la siguientes, además de servir de plataforma a otros pintores, como Juan Gris, no menos importantes que los fundadores del movimiento y que van a jugar el papel de exploradores de los nuevos territorios apenas vislumbrados por el núcleo original.

Maria Blanchard pertenece a esta segunda oleada y desde el primer momento se va a revelar como una personalidad original, quizás un tanto en la estela de Gris, como demuestran ciertas coincidencias entre ambos pintores, inevitables en un grupo que tendía a producir personalidades gemelas como el duo Picasso/Braque. No obstante, lo que más llama la atención en la actualidad - especialmente en un mundo tan dado a interpretar el arte en términos de género - es que la obra de la española tiende a eludir cualquier intento de encasillamiento.

Si no supiéramos que la autora de los cuadros es una mujer sería casi completamente imposible adivinar el género en función de la obra de su periodo cubista. María Blanchard sabe ser tan cerebral y tan abstracta como cualquier de sus compañeros masculinos de movimiento. Más aún, sabiendo que es una mujer, resulta especialmente llamativo que su paleta tienda a ser agría, gozándose en yustaponer colores opuestos, que parecen combatir en sus lienzos, dotándolos de una tensión propia del cubismo analítico y no del sintético, ya que en el primero el desasosiego del espectador surgía de la renuncia a la figuración, mientras que en sintético la reintroducción del color buscaba conseguir efectos pictóricos más equilibrados.

Todo lo contrario de la pintura de Blanchard de los años 10 dotada de una especial fiereza que no pierde nada de su fuerza en toda la década.




Es esa energía de los cuadros de Blanchard la que hace difícil comprender el giro repentino de su pintura en la década siguiente, un giro hacia la figuración que recuerda la evolución paralela de Juan Gris y que de manera más general es un reflejo de la famosa Appel à l'ordre de la vanguardia primera tras la primera guerra mundial, un intento de arreglar las cosas que en realidad refleja una profunda crisis en todos estos pintores, de la cual algunos como Dérain no llegaron a recuperase nunca, mientras que otros, como Matisse sólo resolvieron en vísperas del segundo conflicto mundial.

Es común en los últimos tiempos la reivindicación de la obra segunda de estos pintores vanguardistas, lo que en el fondo no es si no un síntoma de la quiebra del modernismo y su degradación a otro movimiento más, en vez de ser el movimiento por excelencia. Es cierto también que mucho de la experiencia cubista sigue presente en Blanchard, como puede observarse en los dibujos preparatorios de sus cuadros, en las que las formas se construyen a partir de trazos aislados, mientras que la aplicación de colores antinaturales convierte a sus personajes en turbadoras e irreales estatuas de cera, desprovistas de vida.

Una obra que sigue siendo notable - y admirable - pero que como en el caso de Gris, me parece peor que la cumbres de su periodo anterior, desprovistas de ese impulso subversivo del cubismo, que obligaba - y obliga - al espectador a ver la pintura en los términos que ella misma imponía, sin concesiones al público, de manera que aún hoy, el cubismo sigue irritando y desconcertando al público en general, incapaz de entrar y participar en el juego de descifrado, similar al de un rompecabezas, que proponen esas obras.



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