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domingo, 21 de octubre de 2012

The World at War (y VI): On our Way, 1939-1942








Durante los capítulos anteriores de The World at War, habían ido apareciendo los diferentes protagonistas del conflicto, Alemania, Francia, Inglaterra, la URSS, el Japón. Quedaba únicamente una llamativa ausencia, la de los EEUU, que se repara en la sexta entrega, dedicada al largo periodo entre 1939 y 1941, en que el país norteamericano se limitó a ser un espectador en el conflicto mundial, al que se añade la situación en los primeros meses de guerra tras el ataque a Pearl Harbour.

Lo primero que hay que tener en cuenta, a la hora de comprender la América de 1940, es que ese país poco tenía que ver con la superpotencia a cuya sombra hemos credido todos. Estamos aconstumbrados a pensar en los EEUU como el policía del mundo, una potencia hegemónica que intenta extender su influencia y su modo de vida a todos los rincones del mundo, ya sea de forma pacífica, con el comercio o la cultura, o mediante la aplicación de todo su poder militar sin restricciones, en caso de sentirse amenazada. Por estas razones, el mantenimiento siempre a la última de unas fuerzas armadas capaces de actuar en cualquier parte del mundo por muy alejado que estén, se ha convertido en una de las grandes constantes de la política americana. Un objetivo al que se subordina cualquier otro y que parece haberse convertido en la raisón-de-être de un partido como el republicano, cada vez más inclinado a soluciones radicales propias de la extrema derecha... y que no hubieran sorprendido a los regímenes del Eje.

Nada era así en 1940. Puede sorprendernos, pero la sociedad americana era en aquel entonces profundamente aislacionista, con una clara repugnancia a embarcarse en aventuras ultramarina. Tan acendrado era ese sentimiento, que el partido republicano (sí, ese mismo partido republicano), lo adoptó como una de sus señas de identidad política, prometiendo que ningún soldado americano combatiría en una guerra europea, un conflicto que se mostraba como completamente ajeno a los intereses americanos y en el que esa joven nación sería utilizada por las potencias imperiales del viejo continente, de forma que la sangre de la juventud americana sirviese para limpiar el sucio patio de Europa, sin que los EEUU obtuviesen beneficio alguno. Una mezcla política a la que hay que unir la tolerancia con que se veía una formación como el partido nazi americano (de cuyos mítines de muestra arriba una serie de capturas) a la que la libertad de expresión de ese país les permitía utilizar signos fascistas junto con los símbolos de la revolución americana.

El rechazo a aventuras militares no sólo forzó al presidente Roosevelt a asegurar que el nunca intervendría voluntariamente en el conflicto, sino que debido a la división del congreso llevó a los EEUU a un peligrosímo estado de indefensión. En 1940, cuando Francia había ya caído y Alemania parecía a punto de abatir también a Inglaterra, convirtiéndose en el amo indiscutido del continente, el ejército estadounidense apenas contaba con unos cientos de miles de hombres, ya que no se había aprobado aún el servicio militar obligatorio, sin unidades de blindados ni una doctrina clara para usarlo, además de graves carencias en el equipo de sus unidades armadas, tanto en cantidad como en calidad. En resumidas cuentas, las fuerzas armadas americanas se habían quedado anticuadas y no podrían hacer frente a los ejércitos del eje, lo que explica a la perfección como los japoneses pudieron bombardear a placer y con impunidad la base de Pearl Harbour, sin que haya necesidad de recurrir a descabelladas teorías conspiratorias.

La derrotas en los primeros años de 1942, vendrían a confirmar dolorosamente este hecho. Durante esos seis meses, los japoneses humillarían una y otra vez a la marina y la infantería americana, mientras que los U-boot hundían a placer todo aquello que se movía en la costa del este, donde las ciudades aún no habían adoptado las medidas de oscurecimiento.











Como indica el ejemplo anterior, Llos EEUU de recién comenzada la guerra no fueron capaces de  desprenderse de esa mezcla de ligereza, inocencia y descuido que habían mostrado hasta ese entonces. Como puede verse en las capturas de arriba, las escenas de despedida de las tienen una alegría, casi la de personas que marchan una excursión de fin de semana, que no se encuentra en las escenas homólogos del principio de la guerra en Europa. Esta inconsciencia no sólo era visible a nivel popular sino que se extendía a las más altas esferas.

Es sabido que Roosevelt estuvo desde un principio del lado de los aliados y que busco todos los medios para apoyar su causa, siendo su mayor obstáculo los complejos mecanismos de la política estadounidense, en los que cada pequeño avance hacia la no neutralidad,  requería largas negociaciones en los pasillos del congreso y arriesgadas votaciones que se ganaban por apenas mínimo margen de votos. Aún así, poco a poco, los EEUU entraron en un estado de guerra no declarada con Alemania, en el que las unidades de la marina americana colaboraban en la lucha de la Royal Navy contra los submarinos alemanes, en espera del incidente que permitiese entrar abiertamente en el conflicto.

Aún así, a pesar de gravísimos incidentes en el Atlántico durante 1941, como el hundimiento del destructor Reuben James por un submarino alemán y la emisión de la orden Shoot First, por la cual la marina americana tenía permiso para atacar unidades navales alemanas que se considerasen como peligrosas, Roosevelt nunca se sintió lo bastante seguro como para dar ese último paso. Tan fuerte era el rechazo a una guerra que no fuera defensiva que incluso tras Pearl Harbour y la declaración de guerra al Japón, nadie se atrevió a proponer al congreso que se hiciera lo mismo con Alemania, lo cual podría haber llevado a un curioso conflicto de intereses entre los aliados, con varias guerras inconexas libradas en paralelo y fuertes motivos para retirarse una vez que su guerra particular hubiese sido ganada.

Suerte que Hitler, en uno de sus errores más clamorosos decidió salvar a los aliados de este dilema y voluntariamente declaró la guerra a EEUU. Una decisión fatídica en la que que influyó mucho la incultura e ignorancia del dictador, que veía a los EEUU como un pueblo débil, sin la voluntad de ser de la raza aria, despreciando así el inmenso poder industrial de la nación americana, ése mismo que acabaría por ponerle de rodillas.















Un último apunte, o mejor dicho, un aviso de los peligros que pueden acecharnos en el futuro. Tan fuerte, tan demoledor fue el impacto de Pearl Harbour sobre la sociedad estadounidense, que un pueblo que había convertido la defensa de la democracia en una de sus esencias, no tuvo reparo en deportar y encerrar en campos de concentración a cientos de miles de sus ciudadanos: los nisei, esos americanos de origen japones, condenando a un colectivo entero por las acciones de su patria de origen.

Es cierto que esta acción no llegó al rigor de las medidas similares de nazis y soviéticos, pero no es menos cierto que estas personas inocentes fueron despojadas de sus propiedades sin razón alguna y que muchos murieron durante la guerra, incapaces de soportar las condiciones de los campos. Peor aún, muchos de esos niseis, miembros de las fuerzas armadas o funcionarios del estado americano, tuvieron que continuar su labor aun cuando sus familiares habían sido deportados, en un ejemplo de patriotismo que muchos de los voceros que clamaban venganza contra las japoneses no fueron capaces de imitar.


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