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jueves, 18 de octubre de 2012

The Wild West (y IV)























Siguiendo con mis reseñas sobre el volumen 5 de Treasures from American Film Archives, dedicado al Far West Americano en los inicios del cine, tengo que decir que una compilación de estas características supone un auténtico ejercicio de autoaprendizaje cinéfilo. Las compilaciones de esta colección son tan variadas, sin miedo a yuxtaponer obras mayores del cine con otras que muchos miraría con esceptismo, tipo serial o anuncio, que permiten que el espectador aprecie toda la riqueza cinematográfica de una época entera, como si él mismo fuera un habitante de esa época pasada y se viera expuesto a todo tipo de influencias visuales, ya meritorias, ya bastardas.

Este mestizaje estético viene asociado a una amplísima variedad temporal, con filmes de cuando el cine apenas había sido inventado a otros del final del periodo mudo, permitiendo apreciar de esta manera la impresionante evolución del arte cinematográfico en apenas 30 años de existencia. De esta manera, una obra como Mexican Filibusters de 1911, parece a ojos contemporáneos torpe y confusa, defectos que en buena medida son producto del apresuramiento del rodaje propio de esos tiempos y de la pobreza de recursos de un cine que en buena medida aún era producto de aficionados, pero también revela una intensa búsqueda por encontrar nuevos recursos formales y narrativos, en un tiempo en que la mirada del espectador no había efectuado aún la transición del teatro al cine. Esta ambigüedad se aprecia especialmente en que la cámara recoge acciones paralelas en diferentes regiones del encuadre, sin seleccionar unas sobre otras, ni guiar la mirada del espectador, provocando en el espectador moderno esa confusión a la que me refería.

Estos productos de la década 1910 son, por tanto, de especial interés, ya que permiten seguir la maduración del estilo cinematográfico pleno del periodo mudo, que eclosionará a finales de esa década, con las obras mayores de Griffith, y que luego en los 20, llevará al cine silente a sus más altas cumbres, a una edad de oro cuyos logros, en cierta manera, aún no han sido superados. ¿Exageración? No tanta. Porque el cine mudo  de esa década alcanzó una perfección de estilo que le permitió hablar sin palabras, basándose en un uso cada vez más libre de la cámara, la cual permitía mostrar en imágenes lo que no se podía narrar en palabras, un uso cada vez más eficaz de los intertitulos, que dejaron de ser interrupciones en el flujo visual para convertirse en apoyos y contrapuntos de los que se veía, unido todo esto a un arte de la interpretación basado en la pantomima, en el que el diálogo y la interacción entre los personajes se mostraba a través del lenguaje corporal, sin que esta traducción resultase forzada ni artificial.

Mantrap es una de las obras mayores de esa primera época de madurez del cine. Realizada por Victor Fleming, lo primero que sorprende es que se trata de una comedia, pero no una comedia basada en el trompazo o el gag visual, al estilo de los cómicos clásicos mudos, se trata, para nuestra sorpresa de una comedia que podría perfectamente haberse rodado en los años 30, ya que se basa en un uso chispeante del lenguaje y en la alternancia de situaciones que llevan a equívocos y confusiones. Como pueden darse cuenta, he hablado de uso chispeante del lenguaje sin que esto suponga una contradicción con el hecho de que se trata de una película muda. Precisamente, una de las grandes virtudes de Mantrap es que su guión está escrito con tal sabiduría que los chistes verbales presentados en los intertítulos se complementan e imbrican perfectamente con el tratamiento visual de los mismos, consiguiendo ese contrapunto entre imagen y texto al que me refería en el párrafo anterior.

Tratamiento visual de primer y excelencia en el guión. Dos elementos que pueden parecer opuestos pero que en este caso se complementan a la perfección, sin menoscabo de que puedan brillar el uno en ausencia del otro. En el caso de la puesta en escena, la libertad y audacia del último silente pude apreciarse en la secuencia que abre esta entrada, en la que se nos muestra en una serie de encadenados, el viaje del protagonista desde los bosques del Canadá hasta la ciudad de Minneapolis. Referente al guión hay que señalar que una comedia de hace 90 años sigue siendo hoy en día divertida y chispeante, lo cual se debe a la labor de dos mujeres, Adelaida Heilbron y Hellen Doherty, que transformaron una novela bastante machista de Sinclair Lewis, en una bomba sexual, en la que una flapper, ese tipo de mujer de sexualidad libre tipo de los años 20, elige a su antojo a sus amantes, sin que esto acarrée ningún tipo de casigo kármico.

Así esta mujer se nos se muestre como un personaje positivo, desprovista de cualquier debilidad femenina, capaz de hacer lo mismo que cualquier otro hombre (como cuando se la ve marchar a través de los bosques con una buena carga a sus hombros) o de reclamar su independencia cuando es necesario, como en el hilarante final en que sus dos amantes deciden negociar quién se va a quedar con ella, momento en que ella les deja tirados, literalmente, en medio de la nada, puesto que no se han dignado en contar con su criterio.

Un personaje, por último, interpretado, no hecho realidad, por una de las grandes damas del cine mudo, Clara Bow, perteneciente a ese selecto grupo de actrices capaz de alcanzar el imposible con su interpretación y de hacerlo parecer como lo más sencillo del mundo.













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